Por Melvin Mañón
Hace algunas semanas, Lluis Basset, periodista español, publicó en “El País” del cual es director adjunto, un artículo titulado: EL ISLAM NO ES LA SOLUCION. A raíz del triunfo de islamistas moderados en Túnez, Basset dice que los islamistas apenas asomaron las barbas en las múltiples revueltas árabes pero son ya sus principales beneficiarios. Lamenta que la Shariá, aunque matizada y suavizada, sea proclamada como la base del Estado y así mismo deplora la situación de las mujeres que dice son segregadas. De hecho, el artículo se resume a deplorar que, tras tanta sangre, dolor y lágrimas, la población de estos países venga a darse ahora gobiernos islamistas como los que anunciaron los libios del gobierno provisional o como resultaron de las elecciones en Túnez ganadas por islamistas moderados o como esta última semana de noviembre reclaman los egipcios en la plaza Tarhir.Una semana después, Sirin Abidí, directora del Centro de Estudios Internacionales Mediterráneos de la Universidad de Madrid opinó, entre aciertos y desatinos, uno que no puede ignorarse: según ella, lo primero que debe hacerse en Libia es desarmar a toda la población civil. Añado yo, para que a un próximo déspota le sea más fácil someter a todo el mundo a la obediencia forzada de la cual acaban de liberarse. Por su parte, Zainá Anwar, una mujer Malaya fundadora de “Sisters in Islam” y recién premiada, naturalmente por nosotros los occidentales, pronostica que los árabes no aceptarán más repúblicas islámicas y que las mujeres asumirán un activismo semejante al de las occidentales. ¡Vaya mérito!
No soy musulmán ni quiero serlo. Que quede claro. No tengo tampoco el menor deseo de vivir bajo una teocracia. Sin embargo, a mí, estas visiones y opiniones, de verdad que me cabrean.
En primer lugar, nosotros, léase España y Occidente en su conjunto no hicimos absolutamente nada por la suerte de esta gente, pero ahora queremos pautarles como vivir, que clase de revolución hacer y cómo manejar las libertades que han conquistado, en más de un caso, a pesar de la complicidad de nuestros gobiernos con sus opresores. LLuis Basset llega incluso a postular que las elecciones no deberían ser un procedimiento automático para instaurar regímenes islamistas.
¡Como somos de arrogantes solamente se compara con lo que somos de ignorantes y prejuiciados!
El Islam que Basset insiste en ver como religioso y conservador, es en realidad progresista y parte esencial de la identidad de estos pueblos. Identidad en la que se refugiaron cuando los colonizadores europeos quisieron despojarlos de todo, hasta de la memoria. Identidad que es lo único que no pudieron arrebatarle.
Identidad que las elites despreciaron por muchos años para abrazar el socialismo, el tercermundismo, los formatos occidentales de democracia o el falso nacionalismo. Identidad que, se ha demostrado desde 1979, es lo único que les ha permitido reconciliarse con ellos mismos, dignificarse, darse a respetar y revalorizarse. Entonces, para halagar nuestra pretensión ahora deben despojarse de lo único que se ha demostrado que funciona para ellos. ¡Hay que ser verdaderamente imbécil y/o abusador para pretenderlo!
Que el catolicismo no sea para nosotros lo que el Islam es para ellos es un problema nuestro y de la separación que el mismo cristianismo estipula entre los asuntos que son de Dios y aquellos que son de los hombres: Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. En la identidad que esta gente ha encontrado en el Islam hay cosas que son diferentes a las nuestras y una de ellas, ni siquiera la de mayor importancia, es el distinto papel jugado por la mujer y no necesariamente asignado a ella. Este tema, incomprendido y manipulado entre nosotros, sigue andando por todas partes como oro de buena ley y Basset y Abidí en este caso lo difunden.
Pero supongamos que la maledicencia y la aberración se dieran la mano y que el Islam postulara de hecho y de derecho que las mujeres tienen un estatus subordinado al hombre, un papel de segunda mano y un trato inferior.
Supongámoslo por un instante. Si así fuera y si estos pueblos han elegido vivir así ¿por qué tenemos nosotros que impugnarlo? ¿Con que derecho? ¿Qué superioridad podemos invocar ante ellos para pautarles la vida? ¿Nuestras familias son mejores que las suyas? ¿Criamos mejor que ellos a nuestros hijos atiborrados de fármacos, alucinados de drogas y envilecidos por el consumismo?
Las mujeres nuestras reclamaron igualdad y en esencia la lograron. Pero, y es uno de esos pero grandes, eso no nos da derecho a imponerlo a nadie más. Si los musulmanes quieren vivir así es su derecho y si sus mujeres mañana no quieren aceptar esa desigualdad deben tener también el derecho de reclamar un trato distinto como hicieron las occidentales. Cuando lo hagan, es nuestro deber apoyarlas, pero mientras tanto, lo único que deberíamos hacer y claro está, no hacemos, es respetar la elección que ellos hagan. No puede ni debe ser que cada vez que los pueblos eligen libremente una opción de poder que no nos gusta tengamos que acudir a este tipo de crítica, objeción, denuncia, oposición o advertencia.
Cualquier día de estos, para solamente jugar un poco a la ficción, que podría no ser tanta, nos despertamos en Occidente con mil estudios de todo tipo demostrando que la lucha de las mujeres por la emancipación y la igualdad de derechos se descaminó en otras luchas y que el colapso de la familia occidental está asociado a la ausencia de las mujeres del hogar, la desvinculación temprana con los hijos; que las madres ya no son lo que eran ni tampoco los padres. Es como esas medicinas o recursos que antes recomendaban para las úlceras o cualquier otra dolencia grave y 20 años después resultó que estaban contraindicados. Hay miles de cosas que ahora hacemos que antes estuvieron prohibidas y viceversa porque, lo que es bueno y lo que es malo varía según la época; nunca son valores absolutos más que durante el tiempo (por lo general breve) que los proclamamos como tales.
Nosotros, con tantas cosas chuecas en nuestro medio no nos luce pontificar fuera de nuestra galaxia civilizacional. Pontifiquemos dentro, dejemos que los otros tengan sus costumbres y tradiciones como les plazca y aprendamos a respetar la diferencia.
Tunecinos, egipcios y demás no le deben su libertad a nadie. Al contrario nosotros tenemos deuda con ellos por haber sido parte de las cadenas con que los esclavizaron a veces fundiendo eslabones, otras mirando para otro lado, pretendiendo una inocencia que no nos corresponde.
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