Por Max J. Castro
majcastro@gmail.com
Un informe muy esperado de la Oficina Congresional del Presupuesto (OCB, por sus siglas en ingles), una rama no partidista del Congreso de EE.UU., acaba de confirmar lo que numerosos estimados no oficiales y estudios académicos han estado indicando durante años: la desigualdad económica de Estados Unidos ha crecido hasta alcanzar proporciones grotescas. En ninguna parte es esto más visible que en el sur de la Florida que de acuerdo a un análisis del Censo estadounidense, es la segunda ciudad, después de Nueva York –sede del símbolo de la desigualdad global, Wall Street (así como algunos de los peores barrios tugurios en los Estados Unidos)–, en el tamaño de la brecha entre ricos y pobres.
Entre 1970 y 2007, el 1 por ciento más rico de la población cosechó la parte del león del crecimiento económico, mientras que los ingresos del 99 por ciento restante prácticamente se estancaron. Durante el período estudiado, los ingresos del 1 por ciento más rico creció a un ritmo tres veces mayor que el del resto de la población. El movimiento Ocupar Wall Street, que también se identifica como el movimiento del 99 por ciento, no podía estar mejor enfocado.
No hace tanto tiempo que Brasil era citado como el mejor ejemplo de la desigualdad económica vigente en lo que entonces era llamado el Tercer Mundo, y al que se refieren ahora como “economías emergentes”. Se pensaba que la gran concentración de la riqueza y el ingreso era una característica de las “repúblicas bananeras”, en agudo contraste con las democracias avanzadas como Estados Unidos –lo que el economista John Kenneth Galbraith llamó “la sociedad de la abundancia”.
Ahora los papeles se han invertido. Bajo el presidente socialista Lula da Silva, Brasil montó una seria y relativamente exitosa campaña contra la pobreza y la desigualdad. Al mismo tiempo, Estados Unidos sobrepasaba a todos los países ricos en el nivel de la desigualdad económica.
Irónicamente, como resultado de la debacle financiera de 2008 –desencadenada por los excesos de Wall Street y otros actores financieros de EE.UU.–, Europa está en vías de convertirse en lo mismo que Estados Unidos, a medida que gobiernos como el de Gran Bretaña o el de Grecia han decidido o han sido obligados a imponer la austeridad a sus pueblos a fin de garantizar que los bancos y otros financieros no tengan que pagar su cuota de la crisis que provocaron.
En realidad, incluso en la cúspide de la prosperidad post Segunda Guerra Mundial, la creencia norteamericana de que Estados Unidos era casi una sociedad sin clases era un mito. La sociedad de la abundancia nunca existió para los pertenecientes a lo que Michael Harrington llamó “el otro Estados unidos” –blancos pobres en lugares rurales atrasados como los Apalachinas, negros de los guetos urbanos y del delta del Mississippi, mexicanos en California y el Suroeste, puertorriqueños en la Gran Manzana y norteamericanos nativos en las reservaciones.
En el otro extremo del espectro, y a pesar de una tasa máxima marginal de impuestos como del doble de la actual, siempre hubo individuos familias y corporaciones fabulosamente ricas que ejercían un poder enorme, como demostró ampliamente Ferdinand Lundberg en su libro Los ricos y los superricos: estudio acerca del poder del dinero hoy.
Sin embargo, comparados con las últimas tres décadas, los treinta años previos fueron un tiempo paradisíaco para la clase media en EE.UU. y el gran sector no sindicalizado de la clase trabajadora. El ingreso promedio, la situación del empleo, la tasa de propiedad de casas, la expectativa de vida y otros indicadores de bienestar aumentaron a paso rápido y de manera constante.
En cuanto a los “bolsones de pobreza” que quedaban, se esperaba que con el tiempo desaparecieran, arrasados por la creciente marea económica y programas gubernamentales como los de la Gran Sociedad de Lyndon Johnson. La mayoría de la gente no se preocupaba mucho por los ricos a medida que seguía aumentando su propio nivel de vida.
Pero los días del aumento del salario real terminaron hace muchos años, aunque los norteamericanos solo han llegado a comprenderlo recientemente.
La familia de dos ingresos, como resultado del masivo ingreso de la mujer a la fuerza laboral, el crédito fácil y la burbuja de la vivienda enmascararon la realidad del jornal individual por hora que se estancaba y permitió que el 99 por ciento continuara gastando incluso mientras el 1 por ciento se llevaba la mayor parte del botín. Algo tenía que ceder, y así sucedió en 2008 con las crisis en el sector financiero y el mercado de viviendas y sus secuelas, la Gran Recesión.
El nuevo informe de CBO subraya el hecho de que a partir de 2007 vivimos en una sociedad de creciente y grave injusticia social y económica. Desde entonces, la situación solo ha empeorado y amenaza con ser más trágica en el futuro cercano.
La Gran Recesión hizo estragos en los ingresos de decenas de millones de gente trabajadora, en especial en los recién desempleados y subempleados. También devaluó el principal bien de las familias de clase media: su casa.
Mientras tanto, las ganancias de las corporaciones seguían aumentando desmesuradamente, Las regalías en Wall Street pronto estaban otra vez en la estratósfera y los médicos y abogados de alto vuelo tampoco sufrían mucho
Y encima de lo malo, lo peor es la respuesta de los decisores de política, la cual es una receta para crear aún más desigualdad. Los grandes recortes del gasto interno del gobierno significan despido de trabajadores, disminución de salarios y recortes de pensiones; en otras palabras, llevar a cabo ataques contra las cosas que el 99 por ciento necesita para sobrevivir: un empleo decente y un salario o pensión justos. El 1 por ciento, cuya riqueza les permite no preocuparse por cosas tales, tiene otra capa de seguridad que son los republicanos en el Congreso, los que han jurado no permitir nunca aumento de los impuestos aunque sea para pagar las guerras, responder a la crisis económica o brindar ayuda a las víctimas de desastres naturales.
Puede que aún haya esperanza de que la situación mejore, pero en estos momentos es bastante difícil ver el lado positivo de las cosas.
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