POR EVA SAIZ/Washington
El presidente de EE UU recibe a la joven de 16 años en la Casa Blanca
Malala junto a Barack Obama, su mujer, Michelle, y su hija mayor, Malía. / PETE SOUZA (AFP)
Hasta hace un año, Malala Yousarfzai era una joven de 15 años que cada mañana cogía el autobús en Swat, en Pakistán, con el único deseo de terminar su educación pese a la obstinación del régimen talibán que domina su provincia y que había prohibido a las niñas acudir a la escuela. Pocos, más allá de quienes la leían en el blog que escribía bajo seudónimo en la BBC, conocían la tenacidad con la que Malala se empeñaba cada día en ejercer su derecho a la educación, desafiando la intransigencia extremista. Una bala cobarde y vengativa, disparada hace un año por un miembro del TTP, un grupo terrorista paquistaní vinculado con los talibanes, puso su lucha en primera plana.
Hoy todos quieren escuchar lo que Malala tiene que decir. El último, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que este viernes ha recibido a la joven paquistaní en el Despacho Oval, un lugar reservado para las visitas de Estado y de cuyo privilegio no gozan todos los líderes mundiales. Malala puede no ostentar ese poder fáctico de otros altos mandatarios, pero posee la fuerza moral que le otorga haberse enfrentado con poco más de 10 años de vida al fanatismo del régimen talibán.
El hombre más poderoso del mundo se ha rendido este viernes ante quien no es, en esencia, más que una niña. "He agradecido al presidente Obama por el trabajo de EE.UU. en el apoyo a la educación en Paquistán y Afganistán y a favor de los refugiados sirios”, ha señalado Malala tras la reunión. “También le he manifestado mi preocupación por que los ataques con drones estén fomentando el terrorismo. Hay víctimas inocentes en esas redadas, que generan resentimiento entre los paquistaníes. Yo le he insistido en que la educación tendrá un impacto mayor en la lucha contra el terror”.
Su coraje y determinación –ésa que subyace tras las palabras que le ha dirigido a Obama-, las ganas de vivir que demostró mientras se recuperaba del atentado en Gran Bretaña, la fuerza de su discurso y su determinación por seguir defendiendo el derecho a la educación como el camino más seguro hacia la igualdad y la salida de la pobreza, le han hecho merecedora de la admiración y el reconocimiento internacional.
Esta semana el Parlamento europeo le ha otorgado el Premio Sajarov, que reconoce la lucha por la libertad de prensa. Su nombre también se barajaba para el Nobel de la Paz. Todavía tendrá que esperar. Pero el mismo día que en Oslo el comité noruego otorgaba ese Nobel a la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, paradójicamente –o no- Malala daba la mano a otro Nobel de la Paz, el actual presidente de EE.UU.
El contacto con tantos líderes mundiales, antes de estar con Obama, Malala había intervenido en una charla con el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim y hace unas semanas estuvo junto a Bill y Hillary Clinton, para recibir uno de los premios de su fundación- ha despertado las aspiraciones políticas de la joven activista. Esta semana reconoció que le gustaría llegar a ser primera ministra de Paquistán para “salvar a su país” y “dedicar parte de su presupuesto a la educación”.
Malala es una adolescente menuda pero con una gran dimensión social e internacional, que ha legitimado gracias a su perseverancia y a la sinceridad de su discurso. El mensaje de Malala tiene una repercusión envidiada por muchos líderes mundiales, quién sabe si Obama entre ellos.
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