lunes, 7 de octubre de 2013

DOMINICANA CON EL DEDO EN EL GATILLO

Por José Carvajal

República Dominicana es un país muy peculiar. No existen o hay pocas cámaras para vigilar cualquier comportamiento sospechoso de la población. Sin embargo, es una de las sociedades más vigiladas que he visto en los últimos tiempos. Los negocios formales y muchas residencias privadas tienen en sus puertas guardias de seguridad que exhiben armas que asustan a cualquiera. La mayoría no viste uniformes y utiliza armas largas, rifles, ametralladoras, como si el país estuviera al borde de un conflicto bélico de manera permanente.

Esta visible obsesión por la seguridad personal hace pensar que el dominicano teme por su vida y que es muy desconfiado; tal vez no cree en el vecino, ni en el amigo, ni en su propia sombra como aparenta delante de los demás. La experiencia de unos pocos con el crimen, los robos y los asaltos ha llevado a la mayoría a estar siempre alerta, a ser incluso agresivos y a perder los estribos fácilmente para defender lo que les pertenece.

Primero se dan las palabras y las discusiones, y luego surgen las amenazas, los golpes, los tiros. Los disparos son comunes porque muchos de los que portan armas son ciudadanos dispuestos a defenderse de “lo que sea”, hasta de un simple insulto en plena vía pública. Todo eso se percibe en medio de una desbordante amabilidad con el visitante o el extranjero.

Lo preocupante de la vigilancia privada en este país es el tipo de armas que se utiliza y la falta de uniformes que distinga a muchos de esos guardias del resto de la población. Uno entra a un establecimiento comercial y de repente aparece un hombre vestido de civil con una ametralladora en mano. El que no es de acá piensa enseguida en un asalto o un posible secuestro; solo le tranquiliza ver que nadie se inmuta, que aquí es normal que un guardia deambule por la tienda con un rifle de asalto o una escopeta al hombro. Pero lo cierto es que en vez de dar confianza, ese tipo de vigilancia asusta y pone a uno a la expectativa de que puede ocurrir una balacera en cualquier momento.

Otra observación acerca de esos vigilantes privados: parece que no tienen el entrenamiento necesario, y dudo que sean sometidos a pruebas psicológicas que permitan determinar si son aptos para portar armas. En otras palabras, en sociedades como esta la vida de uno puede que dependa del juicio de un desequilibrado mental o de un psicópata que anda siempre con el dedo puesto en el gatillo. Porque tampoco parecen entrenados para evitar accidentes. “Si se le zafa un tiro se arma el huidero”, bromea la gente.

Un amigo me contó que hace poco a un guardia de seguridad se le escapó un tiro en su primer día de trabajo. La compañía que lo contrató lo despidió en el acto, y la razón que se dio para explicar el incidente fue que el vigilante estaba nervioso y que apretó el gatillo sin querer. Nadie resultó herido. La bala se incrustó en una pared y quedó allí para el recuerdo de una población asustada que se hace proteger por inexpertos.

De acuerdo con el último informe sobre la vigilancia privada en América Latina, publicado en 2011 por el Instituto de Estudios Internacionales y de Desarrollo, la República Dominicana cuenta con más de 30 mil guardias de seguridad privada. La cifra es mayor que la cantidad de policías responsables del orden público, que suman poco más de 29 mil agentes.

Creo que el gobierno debería tomar medidas más estrictas contra la contratación de vigilantes particulares que no pertenezcan a compañías de seguridad privadas. Tampoco se debe permitir que esas empresas operen sin entrenar o capacitar debidamente a sus guardias en el manejo de armas y sin cumplir con normas que incluyan el uso de uniformes y pruebas psicológicas de los vigilantes, como ocurre en países más organizados.

La patria es de todos. Y como dice el célebre verso del poeta dominicano Tomás Castro: “Que nadie se sienta herido”.

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