sábado, 9 de noviembre de 2013

LA CONSECUENCIA DE OPINAR EN MI PAÍS

Por José Carvajal
WWW.JOSECARVAJAL.COM


Los “nacionalistas” dominicanos me acribillaron con comentarios e improperios por decir que estoy de acuerdo con el Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa cuando señala en uno de sus artículos que la “la sentencia del Tribunal Constitucional dominicano es una aberración jurídica y parece directamente inspirada en las famosas leyes hitlerianas de los años treinta dictadas por los jueces alemanes nazis para privar de la nacionalidad alemana a los judíos que llevaban muchos años (muchos siglos) avecindados en ese país y eran parte constitutiva de su sociedad”.

Nunca antes había visto yo tanta gente defendiendo la patria de un enemigo fantasma. Eso me confirma una vez más que el nacionalismo, el patriotismo y el criollismo provocan falta de cordura y obnubilan el pensamiento de las masas. Aunque creo que fue José Ortega y Gasset quien dijo que las masas no piensan; solo el individuo que logra escapar ileso de la masa puede ser capaz de reflexionar con inteligencia acerca de sí mismo y de las cosas que suceden a su alrededor.

En este caso, más que los epítetos de baja calaña y los insultos a mi persona, me llama mucho la atención que algunos hablan del daño que supuestamente le hacen a la soberanía del país pronunciamientos como los de Vargas Llosa y el mío. Sin embargo, esos presuntos nacionalistas no se dan cuenta que la soberanía de la República Dominicana se encuentra desde hace tiempo en los bolsillos del expresidente Leonel Fernández y en su dudosa Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode).

Funglode parece creada estratégicamente para controlar el pensamiento moderno no solo de la República Dominicana, sino de toda la región centroamericana. Parece una suerte de laboratorio de crisis, una escuela de sicarios financieros patrocinada por los más oscuros intereses de Washington y la Unión Europea, y un instrumento para ejercer el poder no oficialista con trasfondo económico, que es el verdadero poder en un país como el nuestro.

En verdad no existe mayor falacia que el nacionalismo o el patriotismo escolar. Solo la estupidez y la ignorancia dominadas por el discurso político llevan al enardecimiento patriótico por cosas que lo único que ameritan es la reflexión de mentes avanzadas y la apertura de un diálogo concienzudamente democrático que aporte soluciones a los problemas que afectan primero a los seres humanos, y segundo al espacio físico que llamamos territorio nacional. Por donde quiera que se le mire, la sentencia del Tribunal Constitucional que despoja de la nacionalidad a los dominicanos hijos de haitianos indocumentados, es una decisión inhumana y fuera de tono con los tiempos que vivimos.

Si alguien quiere saber cómo está la soberanía dominicana que recurra de nuevo a las obras de Jean Bodin; que indague a fondo los verdaderos propósitos y las arcas de Funglode; que se dirija a la misma frontera con Haití y observe cómo entran y salen del país los haitianos indocumentados que pueden pagar la miopía castrense de los llamados a cuidar y defender nuestro honor patrio. Son solo dos ejemplos de por dónde se quiebra el hilo.

En mis visitas esporádicas y un reciente recorrido por el interior del país noté que contamos realmente con un verdadero paraíso natural, pero el mismo está infestado de estrechez mental y retrógrada que obstaculizan el progreso; mendigamos, engañamos y traicionamos sin ningún tipo de escrúpulo, ya sea al gobierno, a los parientes, a los amigos más cercanos, a los turistas, y a veces hasta a nosotros mismos.

Toda esa fetidez que transpira la piel de muchos que vegetan en la sociedad dominicana no sale de la tierra maravillosa que nos tocó como país, sino de la falta de un orden social y de un mayor nivel de educación que permitan pensar y soñar que se puede llegar más allá de lo que ven nuestros ojos miopes. Debemos por lo menos intentar andar a la par con los tiempos que se viven en otras partes del mundo y no ovillarnos como algunos insectos. Mientras no cambiemos esa mentalidad liliputiense seguiremos siendo pequeños para el mundo.

En cuanto a los improperios a mi persona, es algo que me tiene sin cuidado; después de todo, las palabras tienen el tamaño de la lengua que las pronuncia. Un ser viperino jamás alcanzará la estatura de un ser humano ni podrá alejarse del mundo animal, por más que lo intente. De modo que yo asumo la consecuencia de opinar.

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