Por José Carvajal
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Me pregunto ¿cómo parar esta mafia laboral que al parecer se ha convertido, sabrá Dios desde cuándo, en una de las más viles prácticas de la corrupción en organismos del gobierno dominicano?
Comienza con la ambición del verdugo y termina en los pobres bolsillos del empleado público. El primero tiene el poder gerencial, a veces por decreto presidencial, de tener a cargo una nómina y ofrecer a su víctima un empleo por un salario equis, digamos que de unos 20 mil pesos al mes pagados por el gobierno.
Hasta ahí vamos bien. El empleado ha logrado por fin un salario digno de acuerdo con su preparación académica y experiencia. Pero la corrupción asoma sus narices y convierte el salario de 20 mil en uno de 15 mil o quizá de 10 mil, antes del pago de impuestos.
Muchos se preguntarán ¿cómo? ¿qué pasó ahí? Sencillamente el jefe estrangula el salario y cobra una cuota mensual para que el pobre empleado pueda mantener su puesto. Si no entra en el juego de esa sociedad secreta, de esa mafia salarial, el resultado es el despido. Y si el empleado patalea, el despido puede ser deshonroso, para que se lo trague la tierra. Si no lo hace este, lo hace otro más agradecido con el sistema.
Imaginen que un jefe inescrupuloso haga eso con 50 empleados. Con solo 5 mil pesos al mes que deriven de su mañosa corrupción lograría 250 mil pesos, es decir, unos 3 millones al año, aparte de su propio sueldo; todo eso en efectivo y libre de impuestos, porque esto último lo paga el empleado por concepto de la suma que recibe en nómina.
Esta es una práctica de corrupción administrativa del sector público que se da incluso en organismos impensables y cometida por personas de “mente progresista” y que en público exhiben un discurso de tono socialista. Me han llegado informes tímidos que hacen sospechar directamente de ciertas dependencias; de gente que al tener el poder de administrar una nominilla se han convertido en seres indecorosos, dudosos, cuestionables, chantajistas y quién sabe si despreciables.
Pero nadie dice nada porque no hay manera de probar dicho robo de lesa laboral. Ni siquiera el empleado afectado puede denunciar la situación, porque no tendría argumentos sin que estos lo afecten en el futuro. La verdad, para el pobre empleado eso sería como desparramar un café en una camisa blanca; la mancha quedaría a la vista de todo el mundo, además de ganarse los calificativos de traidor y soplón.
Ante la situación, el empleado víctima se somete y aprende a maniobrar la corrupción e incluso agradece a su jefe la oportunidad que le da de ganarse por lo menos un salario en medio de tanta crisis laboral, mientras el verdugo se garantiza a sí mismo una ganancia fríamente calculada, imposible de ser detectada por auditor alguno.
¿Cómo enfrentar eso? Tal vez creando en cada organismo una comisión de transparencia que no dependa de favores políticos, cosa difícil, de modo que pueda rendir un informe objetivo y exento de dudas.
Mientras tanto, que las masas sigan cantando el himno nacional dominicano; Dios, Patria y Libertad.
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