domingo, 24 de noviembre de 2013

AQUELLOS AGRIDULCES DÍAS EN MONTECRISTI...

Por Sergio Reyes II

- a Minou -

Le acompañan sus hijos, la afición por las manualidades y las flores cultivadas con denodado esfuerzo en el jardín improvisado en el patio trasero de la casa. A ratos, deja volar la imaginación y en frenéticos trazos y pinceladas plasmadas en el lienzo va sembrando los ahogados sollozos que su férrea personalidad le impide exteriorizar a viva voz.

En las tibias y, a veces, solitarias noches provincianas, con el salado aliento del Atlántico flotando en las alas del taciturno viento que le llega desde el norte, la angustiante soledad le arroja en la absorbente adicción de la lectura, y solo de esta suerte puede conciliar el sueño, bien entrada la madrugada, tras deambular sin rumbo, una y mil veces, sumergida en los pasajes de los clásicos de la narrativa y la filosofía o luego de haber revisitado los incontables volúmenes y libracos de la carrera de Leyes que, por obra y gracia de la prohibición, de bien poco le han servido.

En la momentánea estancia con señales de forzoso exilio en que le ha tocado vivir, en estos confines de la Línea Noroeste, se escuece por momentos a causa del candente clima imperante en todos los espacios y rincones hacia donde dirige su altiva y afanosa presencia. Mientras, su profunda mirada se aleja con rumbo al oriente y, luego de rebasar las llanuras, los dilatados ríos y las escarpadas montañas de la porción occidental del Valle del Cibao, sus ojos se posan amorosos y llenos de melancolía en los tupidos terrenos poblados de café, naranjos y cacaotales que conforman la heredad de su familia, en el acogedor frescor de la comarca de Ojo de Agua, allá por los predios de Salcedo.

Su visionario consorte no le acompaña, en este día. Su segura y varonil pisada le habrá llevado al lugar de celebración de alguna de las continuas reuniones y encuentros en los que participa a diario, envuelto, como siempre, bajo el manto de la práctica profesional en las lides del ejercicio de la abogacía, o en el edificante pero peligroso tránsito por el mismo vórtice de la navaja, metido hasta el tuétano en la insegura labor de la sedición, en aras de redimir a su pueblo de una larga y funesta noche de abusos, crímenes y pesadillas que ya supera lo humanamente aguantable.

Y para doblegar el orgullo de la mujer e incrementar sus mortificaciones, las lenguas viperinas del pueblo relatan que, entre una y otra ocupación, el apuesto y promisorio galán también saca tiempo para echar sus canas al aire, aun sea de cuando en vez.
Sin embargo, Minerva hace caso omiso a estas posibles veleidades en las que pudiese estar enfrascado su Manolo. Otros asuntos de mayor trascendencia ocupan su mente, a estas horas de la noche. Refrenadas, como lo están, las riendas de la libertad y acogotado en toda su extensión el listado de los sacrosantos e inalienables derechos del individuo y la humanidad, la Nación ha seguido un derrotero que mantiene al borde del paroxismo a sus habitantes y la juventud militante no resiste un minuto más el oprobioso asedio de la aberrante dictadura que arriba a su tercera década, encarnada por Rafael Leónidas Trujillo Molina.

Por ello, refugiada en la tenue placidez de la casita pueblerina en que discurre su matrimonio por culpa de la tozudez e intolerancia que tipifican el accionar del tirano y lejos de permitir que tomen cuerpo en su pecho las típicas rencillas conyugales que salen a flote en estos casos, tras escuchar por un breve espacio de tiempo las emisiones radiofónicas de alguna de las estaciones que desde Cuba o Venezuela mantienen vivo el espíritu solidario de los pueblos del mundo en contra del Trujillato, se enfrasca en pasar balance -cuidando hasta el más nimio detalle- de los datos, nombres, códigos y otras informaciones de infinito valor que constituyen la intríngulis de la trama revolucionaria en que se encuentra envuelta, junto a su marido y el sector más aguerrido, sano y visionario de la región noroestana y el resto del país.

Haciendo acopio del espíritu guerrero que le corre por las venas, Minerva Mirabal Reyes toma nota de los preparativos de una próxima reunión organizativa en donde ha de quedar definitivamente constituido el movimiento conspirativo y han de definirse los objetivos programáticos, los postulados ideológicos del mismo y su equipo directivo. Repasa los nombres en clave asumidos por cada uno de los conjurados, su nivel de confiabilidad y las responsabilidades asignadas, al tiempo que pasa balance al armamento que poseen, su calibre y el parque bélico disponible.
Y junto a esto, rememora la relación de los secretos lugares en donde dichas armas han sido depositadas, a la espera del momento en que han de ser empleadas para cumplir el papel protagónico que el amor al más puro ideal les tiene reservado en las páginas de la historia.

El sopor le cierra los párpados, por momentos, al tiempo que los aleteos de su corazón le llevan, nueva vez, tras las huellas del esposo, vencida ya su capacidad de espera y abatida su resistencia ante la angustiante certeza de saber el peligro que éste corre, a expensas de los esbirros de la tiranía.

Envuelta en estos afanes, de repente el bullicio ensordecedor provocado por los incesantes ladridos de los perros del vecindario le hacen ponerse de pie. Con la premura que imponen las circunstancias, atraviesa en dos trancos la habitación y tomando las previsiones de lugar franquea el paso a su abnegado esposo Manuel Aurelio Tavárez Justo, quien, una vez más, ha logrado burlar la tenaz persecución de los enemigos de la libertad y llega a su casa, a salvo.

… Al menos, por esta vez!!

sergioreyes1306@gmail.com
Santo Domingo, Noviembre 20, 2013.

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