martes, 3 de abril de 2012

SICARIATO

SICARIOS FINANCIEROS EN LA ISLA
Por José Carvajal

Siempre he tenido la ligera sospecha de que la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode), con sede en Santo Domingo y oficinas en Nueva York y Washington, podría ser un centro de entrenamiento de “sicarios financieros” cuya función es elaborar o respaldar proyectos millonarios de aparente necesidad para la población.

Es algo que ha existido siempre, pero el cambio de estrategias de las luchas sociales, de ideológicas a económicas, ha creado una nueva generación de “soldados fantasmas” que trabajan por la libre, es decir, que hacen fortuna a base de comisiones millonarias.

El problema no comienza ni termina en nuestro país. La práctica la encabezan Estados Unidos y Europa, donde existen escuelas establecidas desde hace tiempo con el propósito de entrenar a jóvenes mayormente apuestos y muy inteligentes que se presentan en los despachos presidenciales para venderles proyectos de gran envergadura.

Cada plan maestro es presentado de manera particular y respaldado por las instituciones que a la vista pública son salvadoras de desastres económicos: Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y otros organismos con sus respectivas fuentes, incluyendo en primer orden el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.

Los proyectos se presentan después de un análisis concienzudo de la aparente necesidad de un país, casi siempre en obras de infraestructura o de energía eléctrica. El fin no es terminar las obras, sino retrasarlas lo más posible con el propósito de endeudar a los gobiernos y desestabilizar la economía local para luego ofertar préstamos que son agenciados por sicarios financieros de la misma camada.

El asunto se torna peligroso cuando un presidente se niega a entrar en el juego de la forzada compra de ilusiones, porque puede costarle la vida a manos de individuos denominados como “chacales” o matones a sueldo que ejecutan la venganza motivada por el rechazo. Se sospecha que le ocurrió a Jaime Roldós en Ecuador, y a Omar Torrijos en Panamá; ambos murieron en aparentes accidentes aéreos registrados en mayo y en julio de 1981, respectivamente.

John Perkins, que fuera un sicario financiero casi toda su vida, asegura que cuando comenzó a ser parte de esa práctica “no tenía idea que había cientos de hombres y mujeres por todo el mundo, trabajando para firmas consultoras y empresas privadas, gente que aunque nunca recibía oficialmente un céntimo de salario de ningún gobierno seguía sirviendo a los intereses del imperio”.

“Imperio”, dice Perkins. Las exigencias y condiciones de los contratos son precisas: las construcciones, los materiales de los proyectos, incluso la mano de obra, son coordinados por el país que vende la ilusión, el mismo que a su vez utiliza fondos de organismos mundiales a tasas de interés muy altas.

Todo esto conecta perfectamente con lo que está ocurriendo estos días entre República Dominicana y Haití. La Universidad Pública de Haití es un proyecto que huele a sicariato financiero, y es posible que el senador Félix Bautista tenga en este asunto particular mucho más poder que el presidente Leonel Fernández y que el propio mandatario haitiano Michel Martelly. Es posible que esté respaldado por esas “fuerzas incontrolables” de las que tanto hablaba Joaquín Balaguer.

En conclusión, quedan preguntas de las que nunca sabremos las respuestas: ¿quién vendió el proyecto a Haití? ¿Será la Universidad de Haití una extensión de Funglode? ¿Cuáles son los verdaderos “intereses dominicanos” en la educación superior haitiana? ¿Qué manos extranjeras están detrás de la obra?

Lo peor de todo este teatro de mal gusto es que las denuncias que se hagan podrían no tener asidero. Porque es “políticamente correcto”, y hasta legal, recibir comisiones por proyectos vendidos.

Además, como la maquinaria no se detiene, los “soldados fantasmas” que de seguro ya recibieron su tajada por el proyecto de Haití, deben estar en otros lugares del mundo, vendiendo más ilusiones a países tan pobres y hospitalarios como el nuestro, siempre con la ayuda "desinteresada" de funcionarios cercanos al Poder Ejecutivo.

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