lunes, 2 de abril de 2012

MELVIN OPINA

¿MIEDO A QUE SE ARME? …NO
Por Melvin Mañón
FINES.ORG.DO

Cuando las tensiones aumentan en anticipación de una coyuntura personal, familiar o nacional, surgen voces alertando y previniendo contra un desenlace violento. Todos, de una manera u otra, hemos vivido la experiencia. La sensatez, como la nobleza, obliga. Al menos así ha resultado tradicionalmente. Sin embargo, algo ha cambiado.
Se acercan las elecciones y en el clima que las precede se acumula la evidencia de fraude, pero también de intolerancia creciente ante su expansión descontrolada. Entonces uno escucha en la calle y también entre los conocidos esa advertencia entre temerosa y cautelar:

“aquí se va a armar”. “aquí se puede armar una”

Y, ¿qué se quiere significar con esto? Que quién lo dice cree, teme, que se avecina una ruptura, que el futuro inmediato no será más de lo mismo y que los ofendidos no necesariamente van a reaccionar según el cálculo que han estimado los perpetradores del fraude.

Las víctimas del abuso, la explotación y el fraude, con frecuencia, comparten con quienes lo perpetran en su contra. La víctima quiere que cesen los abusos en su contra y eso la diferencia del victimario pero, al mismo tiempo, rehúsa o es renuente a acudir a la violencia para romper la dependencia; instintivamente saben o presienten que esa violencia, una vez desatada, rompe con todo, rutinas, tranquilidad, quejas y gemidos pero puede resultar, además de costosa, contraproducente.

Cada vez, con mayor frecuencia pero sin que sea universal, escucho como advertencia premonitoria: “aquí se puede armar”. Lo dicen, como si trataran de advertir, de ser oídos, lo repiten y me recuerdan “Crónica de una muerte anunciada” la famosa novela de García Márquez donde el protagonista insiste en anunciar, a todo el mundo, el homicidio que va a cometer en un vano intento por conseguir que alguien lo detenga.

Otros, casi tantos como los primeros, se amagan entre sí con el fantasma de abril del 65, la crisis que todos anticipaban pero la guerra que nadie había previsto. Anuncian en todas partes que, debido a la situación de males que todos conocen y nadie corrige estamos a las puertas de un nuevo 24 de abril o, en su versión más benigna, de un mayo de 1978 cuando algunos generales, de un tipo que ahora no existe, creyeron que podían secuestrar la voluntad popular. Mientras tanto, otros duermen, o fingen hacerlo, convencidos de que, no importa el nivel de abuso incurrido, aquí no va a pasar nada ni en mayo, ni antes ni después. Por eso anda un Félix Bautista sin aparente preocupación suya ni de su superior por cubrir las huellas de sus crímenes pero, a la vez y por si acaso, ungido como Senador.

Entre los que actúan al amparo de la creencia de que aquí no va a pasar nada y los que invocan el precedente de abril de 1965 no hay más elementos en común que la esperanza interesada de cada una de las partes. Los malhechores que apuestan a que nada pasará porque de hecho nada ha pasado como les conviene a ellos y, por otro lado, las víctimas, que se acogen entre deseosas y timoratas, a que otros hagan por ellas lo que cada cual rehúsa de hecho emprender.

Si algo he tratado de hacer en los últimos años ha sido tratar de descifrar cómo, cuándo y por dónde el presente orden se vendrá abajo, afirmación de la que no tengo duda. Sin embargo, la certidumbre de esta ocurrencia no ha logrado acercarme a la respuesta buscada del cómo y del cuándo. Ahora bien, una cosa debemos o deberíamos tener en claro y es la siguiente:

¿Miedo a que aquí se arme una? Y ¿por qué deberíamos tener miedo? Si se va a armar que se arme. Toda desautorización del sistema político a las movilizaciones callejeras solamente beneficia a quienes detentan el poder y abusan de él. Hace rato que esta sociedad agotó el papel, la tinta y las pantallas de TV como foros y espacios de protesta legítima y reclamo y nadie le ha hecho caso. Este es, creo, el único país del mundo donde la documentación minuciosa y profesional de casos de corrupción importantes de funcionarios importantes no ha conducido ni a una condena ni a un solo gesto del jefe del gobierno ni de su partido para, al menos, darse por enterados. Dejemos que el destino se consume. Si se va a armar, que se arme, no hay que decirlo con miedo, mejor cabe lamentar que no esté en nuestras manos decidir el cómo, el cuándo y los porqué.

¡Estoy tan absolutamente harto y asqueado de ese afán por hablar, actuar y hasta pensar por lo que suena y parece políticamente correcto!


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