DON AMÉRICO LUGO, OTRA VEZ
Por Andrés L. Mateo
Estas son de las lecturas que nos recargan las pilas, recordándonos que en la vida pública ha habido dominicanos probos y llenos de decoro, los que tenemos que conocer a fondo y dar a conocer a las nuevas generaciones. No solo Lugo, sino don Ulises Francisco Espaillat, don Pedro Francisco Bonó, don Pedro Henríquez Ureña, etc. Para leer la famosa carta de don Américo Lugo a Trujillo rechazando convertirse en su historiógrafo, haga clic AQUÍ
Suelo regresar a las grandes cumbres del pensamiento dominicano, cuando me asfixia la atmósfera de podredumbre de la sociedad de hoy. La cultura dominicana tiene pocos “Maïtre”, figuras consagradas que son los amos del pensamiento, que dominan con sus ideas, cuya lógica e idealismo trascienden la inmediatez y los convierten en paradigmas históricos. A estas alturas de mi vida yo sé que el ego cartesiano no existe, pero me interrogo: ¿Cómo pudo haber sobrevivido Ulises Francisco Espaillat, enredado en una madeja de corrupción irrompible? ¿Hablando desde el pensamiento marginal, no marcó Pedro Francisco Bonó la sociedad dominicana como global y radicalmente sustentada en el oprobio? ¿No fue Pedro Henríquez Ureña quien exclamó en New York, casi estremecido ante la muerte de Eugenio María de Hostos, que el prócer puertorriqueño había muerto de “asfixia moral y de ganas de no vivir"?
Quienes quieran conocer el verdadero espíritu dominicano, deben leer las jeremiadas de los intelectuales del siglo XIX, porque ellas dejan fisgar de una vez dos constantes: la legitimación despótica expresada en la desinstitucionalización y la corrupción como sistema. Y como parece que todavía vivimos en el siglo XIX, es mejor desintoxicarse pensando en uno de los espíritus más puros que ha dado el país: Don Américo Lugo. Porque, en la especial circunstancia del surgimiento del trujillismo, la sumisión casi total de los intelectuales dio un matiz de síntesis trágica a la unidad forzada que, en el terreno del pensamiento, provocará poco después el régimen.
Don Américo Lugo es el símbolo intelectual que quiebra la superficie triunfante del trujillismo en el 1930. No es una herencia metafórica, ni un ser perfecto; pero en él se conjugan ese estado de espíritu que pone a circular las ideas y convoca a un claro desdén por el estado de cosas en que vive la sociedad. Por no plegarse como historiador a construir un pasado oficial aún a riesgo de su vida, por la verticalidad de su postura nacionalista y por la sinceridad de sus ideas, él era la expresión más problematizada del hostosianismo viviente en el seno del trujillismo que nacía. Y como en la euforia del triunfalismo se fue quedando en el tintero el conjunto de ideas que hacían incompatibles con el absolutismo las propuestas de muchos de nuestros intelectuales del siglo XIX, su figura emergió cual una insurgencia pasiva de gran significación espiritual. La tradición dominicana había producido pensadores cuyas ideas eran difícilmente aprovechables para la legitimación del poder despótico, y el doctor Américo Lugo no sólo era uno de ellos, sino que vivió largos años de la dictadura aferrado a sus viejas creencias, y como jinete solitario de un cuestionamiento frontal a la idea oficial de que con Trujillo la nación había surgido de su propia inexistencia.
Es un lugar común en la cultura dominicana referir la pobreza material en la que muere Don Américo Lugo, sin servir a Trujillo y aferrado con altivez a sus ideas. A la caída de la tiranía su pensamiento debió ser bandera dignificadora de un pasado de oprobios. Pero lo cierto es que la ideologización maniquea que se regó en la época diluyó ese impacto. Ese cascarrabias ingobernable fue la excepción gloriosa y altiva de la patria humillada, tanto en la actitud que mantuvo frente al poder como en sus ideas, y hasta su muerte en 1952. Y no importa cuánto se pueda alegar, porque su vida es una contradicción con su propia prédica, que como se sabe, es una diatriba fulminante ya clásica cuando se habla de que los dominicanos no hemos, históricamente, constituido una nación. Esa nación que él negaba, la defendió con bríos frente a las tropas norteamericanas de 1916.
El trujillismo se definía como una edad que reposaba plenamente en sí misma, y usó a su antojo todo el pensamiento decimonónico dominicano, cifrando como una superación del pasado, las angustias existenciales que fueron un tema común de nuestros pensadores. La unanimidad era su rasgo esencial. Pero Lugo nos enseñó que la unanimidad es obscena. Esa heroicidad espiritual fue lo opuesto en el ambiente de asfixia de las tres décadas del absolutismo. Quizás por eso vuelvo a Don Américo Lugo, ahora que el fariseísmo intelectual no tiene fronteras morales, y hay tanta basura a nuestro alrededor.
Blog dedicado a don Américo Lugo: http://americolugo.blogspot.com/
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