jueves, 3 de noviembre de 2011

Enfrentando a los malhechores

Por PAUL KRUGMAN
De The New York Times

Algo está pasando aquí. Qué es no está muy claro, pero puede que, por fin, estemos viendo el surgimiento de un movimiento popular que, a diferencia del Tea Party, está enojado con la gente que debe.

Cuando las protestas de Ocupar Wall Street comenzaron hace tres semanas, la mayoría de las organizaciones de noticias se burlaban; esto si se dignaban a mencionar los hechos aunque fuera de refilón. Por ejemplo, nueve días después de las protestas, la Radio Pública Nacional no había proporcionado cobertura de ningún tipo.

Es, por tanto, un testimonio a la pasión de las personas involucradas que las protestas no solo continuaran sino que crecieran, hasta el punto de ser demasiado grandes para ignorarse. Con los sindicatos y un creciente número de demócratas ahora expresando al menos un apoyo calificado a los manifestantes, Ocupar Wall Street está empezando a lucir como un evento importante que podría incluso llegar a ser visto como un punto de inflexión.

¿Qué podemos decir acerca de las protestas? Primero, lo primero: la denuncia de los manifestantes de Wall Street como una fuerza económica y políticamente destructiva, es totalmente correcto.

Un cinismo fastidioso, la creencia de que la justicia nunca será aplicada, se ha hecho cargo de gran parte de nuestro debate político - y, sí, yo he sucumbido a veces. En el proceso, ha sido fácil olvidar lo indignante que en realidad es la historia de nuestros problemas económicos. Por lo tanto, en caso de que se le haya olvidado, fue una obra de teatro en tres actos.

En el primer acto, los banqueros se aprovecharon de la desregulación para correr a rienda suelta (y pagarse a sí mismos sumas principescas), inflando burbujas enormes a través de préstamos imprudentes. En el segundo acto, las burbujas explotaron - pero los banqueros fueron rescatados por los contribuyentes, con muy pocas condiciones, aun cuando los trabajadores comunes siguieron sufriendo las consecuencias de los pecados de los banqueros. Y, en el tercer acto, los banqueros mostraron su “gratitud” mediante el abandono de la gente que los había salvado, lanzando su apoyo - y la riqueza que aún poseían gracias a los rescates - detrás de los políticos que se comprometieron a mantener los impuestos bajos y desmantelar las risibles regulaciones erigidas en las postrimerías de la crisis.

Dada esta historia, ¿cómo no aplaudir a los manifestantes por haber finalmente tomado una posición?

Ahora, es cierto que algunos de los manifestantes están extrañamente vestidos o tienen consignas que suenan tontas, lo cual es inevitable, dado el carácter abierto de los eventos. Pero ¿y qué? Yo, al menos, estoy mucho más ofendido por la visión de los plutócratas exquisitamente vestidos, que deben su riqueza a las continuas garantías del gobierno, quejándose de que el presidente Obama ha dicho cosas malas de ellos que lo que estoy por la visión de los jóvenes mal vestidos que denuncian el consumismo.

Hay que tener en cuenta, también, que la experiencia ha hecho dolorosamente claro que los hombres de traje no sólo no tienen el monopolio de la sabiduría, sino que ellos tienen poca sabiduría que ofrecer. Cuando los comentaristas, digamos por ejemplo, en CNBC se burlan de los manifestantes como poco serios, recuerde cuántas personas serias nos aseguraron que no había ninguna burbuja de la vivienda, que Alan Greenspan era un oráculo y que el déficit presupuestario enviaría las tasas de interés a las nubes.

Una crítica más certera de las protestas es la ausencia de demandas políticas específicas. Probablemente sería útil que los manifestantes pudiesen ponerse de acuerdo en al menos algunos de los cambios principales de la política que les gustaría ver aprobados. Pero no hay que darle demasiada importancia a la falta de detalles. Está claro qué tipo de cosas los manifestantes de Ocupar Wall Street quieren, y es realmente el trabajo de los intelectuales de la política y los políticos completar los detalles.

Rich Yeselson, un veterano organizador e historiador de los movimientos sociales, ha sugerido que el alivio de la deuda para los trabajadores estadounidenses se convierta en un elemento central de las protestas. Yo lo secundo, porque esa medida, además de servir a la justicia económica, podría hacer mucho para ayudar a la recuperación económica. Yo sugiero que los manifestantes también exijan la inversión en infraestructura - no más recortes de impuestos - para ayudar a crear puestos de trabajo. Ninguna de las propuestas va a convertirse en ley en el actual clima político, pero el punto central de las protestas es cambiar el clima político.

Y hay verdaderas oportunidades políticas aquí. No, por supuesto, para los republicanos de hoy, que instintivamente están del lado de los que Theodore Roosevelt llamó "malhechores de la gran riqueza". Mitt Romney, por ejemplo - que, dicho sea de paso, probablemente paga menos de sus ingresos en impuestos que muchos estadounidenses de clase media - se apresuró a condenar las protestas como "guerra de clases".

Lo cierto es que a los demócratas se les está dando lo que equivale a una segunda oportunidad. El gobierno de Obama desperdició una gran cantidad potencial de buena voluntad desde el principio por la adopción de políticas amigables a los banqueros, que no proporcionaron la recuperación económica, aún cuando los banqueros les devolvieron el favor dándole la espalda. Ahora, sin embargo, el partido de Obama tiene la oportunidad de renacer. Todo lo que tiene que hacer es tomar esas protestas con la seriedad que merecen ser tomadas.

Y si las protestas impulsan a algunos políticos a hacer lo que deberían haber estado haciendo todo el tiempo, Ocupar Wall Street habrá sido un éxito rotundo.

Traducción de Isaías Ferreira (metransol@yahoo.com)

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