sábado, 29 de junio de 2013

LAS RAÍCES DE NUESTROS MALES*

UNA DESCRIPCIÓN DE LOS HECHOS CRIMINALES DE NUESTRA AZAROSA VIDA POLÍTICA DESPUÉS DE SER AJUSTICIADO TRUJILLO
Por Diógenes Céspedes
diogenes.cespedes@gmail.com
(para la memoria histórico-política dominicana)


Antecedentes y recapitulación: Ajusticiamiento de Trujillo el 30 de mayo de 1961. De junio a octubre, lucha en contra de los remanentes del trujllismo dirigida por militares a la cabeza del General Pedro Ramón Rodríguez Echavarría, la Unión Cívica Nacional y el 14 de Junio. El 19 de noviembre de 1961, huida de Ramfis Trujillo y Liquidación del Partido Dominicano, reforma constitucional para permitir la formación del Consejo de Estado presidido por Joaquín Balaguer del 1 al 16 de enero de 1962, patrón sugerido por los Estados Unidos al fracasar la toma del poder político por los magnicidas. Cuando los cívicos intentaron sacar a Balaguer del Consejo de Estado, este, combinado con Rodríguez Echavarría, auspició un golpe de Estado el 16 de enero de 1962 y colocó a Huberto Bogaert como presidente de una junta cívico-militar hasta el 18 del mismo mes y año. Una violenta huelga general contribuyó a derrocar en 24 horas a ese gobierno de facto. Bonnelly y los demás consejeros de Estado fueron apresados por las fuerzas militares de Rodríguez Echavarría y llevados a la base aérea de San Isidro.

En esa situación, se produjo un contragolpe militar y el apresamiento de Rodríguez Echavarría por el Teniente Coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez y el Mayor Elías Wessin y Wessin, cabecillas, quienes reponen en el poder al Consejo de Estado, presidido esta vez por el vicepresidente Bonnelly y del cual formaban parte los dos magnicidas sobrevivientes, Antonio Imbert Barreras y Luis Amiama Tió. Balaguer se asiló en la Nunciatura y salió el 8 de marzo de 1962 hacia Puerto Rico, en ruta para Nueva York. Posteriormente, Rodríguez Echavarría fue deportado y el Consejo de Estado gobernó con la encomienda de celebrar elecciones libres el 20 de diciembre de 1962, las cuales ganó Juan Bosch, quien fue derrocado por una poderosa conjunción de fuerzas empresariales, militares, eclesiásticas, periodísticas, sindicales y profesionales, pero el político siempre acusó a los Estados Unidos de ser los verdaderos autores del golpe de Estado y esto le sirvió a Bosch para “perdonar” a los dominicanos que fueron utilizados para agitar al país con las manifestaciones de “reafirmación cristiana” a favor del derrocamiento del gobierno constitucional y 20 años más tarde tener a esas mismas fuerzas de aliadas para que el Partido de la Liberación Dominicana, ya sin él al frente de la organización, ganara las elecciones de 1996, 2004, 2008 y 2012.

A la caída de Bosch el 24 de septiembre de 1963, le sucede un Triunvirato presidido por el abogado Emilio de los Santos, uno de los miembros de la Junta Central Electoral que había certificado el triunfo del líder del PRD en las urnas. Debido a las naturales contradicciones entre los miembros del frente oligárquico, recompuesto por los Estados Unidos para evitar una segunda Cuba en América, luego de la matanza de Manolo Tavárez y sus compañeros durante el alzamiento de Las Manaclas en diciembre de 1963, Donald Reid Cabral, Secretario de Relaciones Exteriores de viaje por Israel, es llamado para que asuma la presidencia del Triunvirato, órgano del poder del Estado que gobernaba por decreto y concentraba los poderes ejecutivo, legislativo, judicial, electoral y municipal al ser abolida la Constitución de 1963 por los autores del golpe de Estado en contra de Bosch.

Un año y cuatro meses duró Reid Cabral en el poder (del 28 de diciembre de 1963 al 25 abril de 1965), junto a su compañero de fórmula, Ramón Cáceres Troncoso, ya que del primer Triunvirato renunciaron Emilio de los Santos, el abogado Ramón Tapia Espinal, quien lo hizo el 8 de abril debido a “roces” con el sector militar y luego Manuel Enrique Tavares Espaillat a causa de diferencias entre él y Reid Cabral. El puesto de Tapia Espinal fue llenado por el abogado Ramón Cáceres Troncoso, una figura decorativa que le permitió a Reid Cabral gobernar unipersonalmente. El cargo vacante de Tavares Espaillat nunca fue cubierto, pues a Reid Cabral, con ínfulas de figura autoritaria, no le convenía y prefirió tener de “compañero” al silencioso Cáceres Troncoso. Por esa razón, los dominicanos llamaron a ese gobierno de Reid Cabral, Duunvirato o Gobierno de Dos, el cual vino a dar con sus huesos el 24 de abril de 1965 cuando una poderosa conjunción de civiles y militares derrocó a ese gobierno de facto. Una vez liquidada las fuerzas de San Isidro al mando de Elías Wessin y Wessin y amparado en el acuerdo secreto firmado el 8 de enero de 1962 por el Canciller José Antonio Bonilla Atiles con la aprobación y autorización de Joaquín Balaguer, a la sazón presidente del Consejo de Estado, el coronel Pedro Bartolomé Benoit, subalterno de Wessin, solicitó por escrito el 28 de abril de 1965 la intervención de las fuerzas militares norteamericanas para que vinieran a liquidar la revolución constitucionalista que, dominada supuestamente por los comunistas, amenazaba con instaurar una segunda Cuba en el Caribe.

También con la intervención militar norteamericana se constatará hasta dónde llegó el patriotismo de los golpistas, pues condonaron dicha intervención y se acogieron al apoyo que les brindó el gobierno de los Estados Unidos al llamado Gobierno de Reconstrucción Nacional que presidió Antonio Imbert Barreras y cuya estrategia, ideología y objetivos están documentados por su relacionista público Danilo Brugal Alfau en el libro titulado Tragedia en Santo Domingo (Documentos para la historia). SD: Del Caribe, 1966.

El golpe de Estado de 1963 duró “menos de lo que dura una cucaracha en un gallinero”, como lo profetizó Bosch si se materializaba esa aventura en contra de su gobierno. Y aquí se explica la razón de la firma de tal acuerdo secreto, escasamente conocido por los dominicanos, pues a propósito se publicó en una Gaceta Oficial de escasa circulación y curiosamente lo hizo el Triunvirato para quitarse la presión de los norteamericanos a fin de que se hiciese público, pues este acuerdo secreto era un corolario de otro acuerdo firmado por la dictadura de Trujillo en 1947, conocido como Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), suscrito en Río de Janeiro, para impedir la expansión del comunismo en las Américas durante el período conocido como la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos y sus aliados, luego de concluida la Segunda Guerra Mundial.

En este contexto, tiene lógica y sentido el tercer artículo del abogado y empresario conservador liberal J. R. Hernández titulado “¡Ténganse miedo, Señores del Poder!”, publicado en el Listín Diario de fecha 10 de octubre de 1963, a menos de un mes del golpe de Estado en contra de Bosch. ¿Qué torbellino tan grande fue el que oyó el oído y vieron los ojos del Dr. Hernández que le permitió profetizar la caída de Rodríguez Echavarría, Balaguer y Bosch? ¿Y la del Triunvirato, cuando nada presagiaba, en el horizonte, que un régimen surgido con un poder tan grande y compacto caería al año y siete meses de instaurado con todo el apoyo del Pentágono, la CIA y el Departamento de Estado de los Estados Unidos?

Nada más puedo explicarlo en razón de la inteligencia y el conocimiento cabal que de la sociedad dominicana y la lucha de sus clases sociales poseía el Dr. Hernández, del mismo modo que los profetas de Israel pudieron diagnosticar el derrumbe, a cada paso, de su nación por parte de la gran conjunción de enemigos que la rodeaban antes de su desaparición como Estado en el 722 antes de Cristo y, su destrucción final por Tito en el año 70 después de Cristo (Manfred Clauss. Israel, historia, sociedad, cultura (Madrid: Acento, 2001).

La premisa mayor de la argumentación del Dr. Hernández es demoledora y valiente, pues solo quienes vivimos ese período sabemos lo arriesgado que resultaba una proposición de ese tipo a menos de un mes del quebrantamiento del orden constitucional:

“¡Ténganse miedo, Señores del Poder! Ustedes saben que un golpe de Estado en sí, es siempre un hecho delictuoso, pues aunque lo alaben no es más ‘que un atropello de la fuerza al derecho’. Ustedes no pueden negar, por más civil y honesto que sea el Triunvirato y su gabinete, que el origen de su mandato es espurio, y emana de las bayonetas. Ustedes saben, a ciencia cierta, que todo el apoyo que han recibido de los partidos que se llaman demócratas, no es más que la acción interesada de su apetencia de gobierno.” (Desfile de coetáneos. SD: Corripio, 1989, 299).

Y a continuación advierte al flamante Triunvirato quiénes le plantarán cara de inmediato: “Lo combatirán siempre los comunistas, porque él representa la reacción derechista. Lo fustigarán los verdaderos demócratas, porque él representa la quiebra de la constitucionalidad. Y también los escasos partidarios del gobierno anterior. En suma, que siempre tendrá sus opositores, como los tienen aun lo que se eligen por mayoría abrumadora de votos. Y estos adversarios, no se podrán acallar manteniendo el país, a lo largo de su provisoria gestión, en perenne estado de sitio.” (Ibíd.).

El Dr. Hernández profetizó, con escasísimo yerro, lo que le esperaba al país con ese gobierno de facto del Triunvirato, pero lo que solicitaba del Poder no era posible, pues la lógica indica que si han derrocado a Juan Bosch es para que no vuelva jamás un régimen de ese tipo: “Tampoco resolverán gran cosa silenciando arbitrariamente dos estaciones de radio, o expulsando del territorio nacional a supuestos líderes del comunismo. Este gobierno, para disminuir un poco la falsedad de su origen, para hacer más benigno el juicio de la Historia, y para que esos manidos argumentos de sus proclamas iniciales, tengan justificación y se lleguen a creer como verdades y no como vanas palabras de los usufructuarios de la acción, debe ser, lo antes posible, un gobierno genuinamente democrático. Un gobierno liberal y civilizado, que permita, dentro de las limitaciones normales, el libre juego de las ideas y la pacífica expresión de las mismas. (Ibíd.) Justamente, por permitir esas libertades han derrocado a Bosch. De modo, pues, que las sugerencias del Dr. Hernández son irredimibles y deben caer en saco roto.

Pero el gran oído previsor o profético del articulista se demuestra en el siguiente fragmento donde, si no se toman en cuenta sus advertencias, habrá guerra civil, es decir, que profetizó la guerra de abril antes de que ocurriera, la vivió antes de que sucediera, aunque él creyera en la ideología que fustigaba en aquel momento: el cuco del peligro comunista o de una segunda Cuba en América, tal como querían los norteamericanos que los latinoamericanos creyeran en esa propaganda que les permitió derrocar, entre 1961 y 1983, a los gobiernos democráticamente elegidos por el pueblo de El Salvador (enero/1961), Ecuador (julio/1963), República Dominicana (septiembre/1963), Honduras (octubre/1963), Brasil (1964), Bolivia (noviembre/1964), Guatemala (1965), Uruguay (1968 y 1973, Chile (septiembre/1973), Argentina (1976), Nicaragua (1981-1991), Panamá (1982) y Granada (1983). Sin contar que al existir dictaduras de derecha enemigas del comunismo, ya la CIA no tenía que dar golpes de Estado en Haití (con los Duvalier de 1957 a 1987), con Stroessner en Paraguay (desde 1954), Los Somoza en Nicaragua (desde 1935), en Venezuela con Pérez Jiménez (desde 1946 hasta 1958), en México (con una dictadura de partido único del PRI desde 1912) y en Cuba con Batista (desde 1952 a 1959).

Pero este caso de Cuba es excepcional por lo aleccionador. En enero de 1959 Fidel Castro tomó, mediante una revolución, el poder en Cuba y en 1961, declaró como comunista su revolución y nacionalizó todos los bienes de propiedad norteamericana. Los Estados Unidos respondieron con un bloqueo que ya dura más de 50 años y en el ínterin trataron de derrocar a Castro con una invasión de cubanos exiliados. Pero fracasaron. Aunque ya el comunismo desapareció, y con él la Guerra Fría, e impera en el mundo el neoliberalismo, el bloqueo se mantiene y también las relaciones diplomáticas cortadas. La potencia mundial no le da tregua a los Castro por una simple razón: un imperio mundial no puede permitir que un país tan pequeño al que antes controlaba, se le zafe, y que además tenga la osadía de nacionalizar las propiedades norteamericanas y menos que se declare comunista, pues esto significa abolir la primera ley y piedra angular del capitalismo: el sagrado principio de la propiedad privada.

La revolución cubana es un mal ejemplo para cualquier otro país que quiera hacer lo mismo, por lo cual esa conducta de los Castro debe ser castigada hasta verles sucumbir algún día, no importa cuántos presidentes norteamericanos tengan que pasar por la Casa Blanca. Incluso cuando los Castro, por edad, desaparezcan del escenario político de Cuba, ese bloqueo se mantendrá, salvo que Cuba vuelva al capitalismo, se humille y pague en dólares a los nietos y tataranietos de los dueños, ya muertos, de las propiedades nacionalizadas por la revolución cubana. Algunos organismos internacionales como la ONU han declarado ilegal el bloqueo, otros piden el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países, puesto que los Estados Unidos mantuvieron, y mantienen todavía, relaciones, diplomáticas con naciones comunistas. Pero pocos analizan la obstinación norteamericana desde el punto de vista del orgullo imperial y, por encima de todo, de la base que sostiene ese imperio y a los demás países capitalistas del mundo: el inviolable principio de la propiedad privada. Los países comunistas con los que los Estados Unidos mantienen relaciones diplomáticas no les han nacionalizado propiedades a sus empresarios. Cuba sí, y sin indemnizarles.

He aquí la profecía del Dr. Hernández acerca de lo que le ocurrirá al Triunvirato: “¡Ténganse miedo, Señores del Poder! Si ustedes dan mano suelta a esas mismas fuerzas de represión, los salpiques de sangre y lodo mancharán sus blancas vestiduras y el solio que honran sus personas. Y entonces nunca, ¡sí que no habrá elecciones ni democracia nunca más! Entonces sí que habrá sangre y guerra civil; entonces sí que habrá hermanos contra hermanos. Y caerá sobre sus hombros esa terrible responsabilidad; y caerá también sobre los líderes militares y sobre los jefes de los partidos que se llaman demócratas, que les han dado su apoyo, la culpa del asesinato de la libertad; la culpa de la ruina de la nación… ¡Ténganse miedo, Señores del Poder, para que Dios los libre de este anatema!” (ob. cit., 201).

Previó también el articulista lo que haría el Triunvirato de tres, y luego de dos, en contra de los reclamos de libertad de expresión del pensamiento, de las ideas, de la libre asociación sindical, de la libertad de prensa. El Dr. Hernández profetizó el desbocamiento que se produjo en los sectores militaristas y que nadie pudo medir ni controlar debido a las apetencias de Reid Cabral de perpetuarse en el poder y celebrar elecciones en septiembre de 1965 que le legitimaran en el mando: “Porque si esas fuerzas se desbocan, los sectores conservadores, los empresariales, en fin, el pueblo entero, no les darán el apoyo de su trabajo redentor, que tanto necesita el país para reestructurarse. ¡Si esas fuerzas se desbocan, se volverán contra ustedes mismos!... Y entonces los hermanos de América nos negarán su ayuda y su reconocimiento. Y esas fuerzas, ya incontrolables, los hundirán a ustedes también y hundirán al país en la ignominia de los regímenes de facto, que se desplazan uno al otro, por la Ley de la selva.” (Ibíd.).

En efecto, la revuelta de abril y sus consecuencias sepultaron para siempre a los políticos y militares golpistas y a los partidos que apoyaron el golpe de Estado en contra de Bosch, aunque después se reciclaran con Balaguer, a quien odiaron a muerte cuando la lucha de Unión Cívica Nacional. Pero aunque reciclados, ya la situación para ellos no volvió a ser la misma, perdido el crédito moral para siempre.

Y finaliza el artículo del Dr. Hernández con un llamado, ante el hecho cumplido del golpe de Estado que no puede revertir, y analícese su escrito en el contexto de un hombre liberal en el sentido de la Ilustración, es decir, apegado a los principios constitucionales y a las libertades públicas, pero cuyo entorno social y de relaciones estaba formado en la mayoría de los casos por sujetos que desde la Confederación Patronal, la Iglesia católica y el recién fundado Consejo Nacional de Hombres de Empresas dirigieron todos sus esfuerzos a lograr el derrocamiento del orden constitucional presidido por Juan Bosch. Solo hay que estudiar el perfil de los coetáneos del Dr. Hernández a quienes dedica artículos admirativos: José Andrés Aybar Castellanos, Rafael Marcial Silva, Horacio Álvarez Saviñón y los jerarcas de la Iglesia, la cual contribuyó denodadamente al derrocamiento de Bosch, así como el Dr. José Ernesto García Aybar, primer presidente del Consejo Nacional de Hombres de Empresas.

Ese mismo Dr. García Aybar tuvo el desplante de confesarle al historiador Frank Moya Pons que la referida organización empresarial fue creada para derrocar a Bosch. (Véase el libro de Moya Pons. Empresarios en conflicto. Políticas de industrialización y sustitución de importaciones en la República Dominicana. Santo Domingo, 1992, p. 98). Y lo peor de todo ha sido que los golpistas que derrocaron el orden constitucional nunca se arrepintieron de su acción criminal, sino que la estimaron siempre como una acción heroica y patriótica premiada por Balaguer y por los gobiernos del PRD y del PLD al designar con sus nombres calles que honran a esos golpistas. El golpe contra Bosch simbolizó la última aventura conchoprimesca del frente oligárquico dominicano.

He aquí el epílogo admonitorio: “¡Ténganse miedo, Señores del Poder! Que aquí necesitamos amor, comprensión y tolerancia, más que coerción y atropellos de los legítimos derechos del ciudadano. Que florezcan las libertades públicas, que se cree el clima propicio a la justicia social, a la elevación de los niveles de vida del pueblo, más que paz de cementerio, que viene de palo; y más que tranquilidad de tumba, que viene de tranca. ¡Ténganse miedo, Señores del Poder!” (Ibíd.).

Justamente, los Señores del Poder fueron sorprendidos el sábado 24 de abril de 1965, a las 13h30, cuando José Francisco Peña Gómez anunció por Tribuna Democrática el estallido de una insurrección cívico-militar en contra del Triunvirato y llamó al pueblo dominicano a manifestarse en las calles en apoyo de la vuelta a la constitucionalidad sin elecciones y a la reposición en el poder del derrocado presidente Juan Bosch. En la noche, por la radiotelevisión estatal, los militares constitucionalistas mostraron a un Donald Reid Cabral y un Ramón Cáceres Troncoso cabizbajos y alicaídos, presos, por haber derrocado el gobierno constitucional elegido libremente por el pueblo el 20 de diciembre de 1962. ¡Y tuvieron suerte estos oligarcas de que los Estados Unidos vinieran en su ayuda!

La sangrienta guerra civil que se desató a partir de aquel día, y hasta el 3 de septiembre de 1965, incluyó la intervención militar norteamericana el 28 de abril de ese año, en cumplimiento del famoso acuerdo secreto firmado el 8 de marzo de 1962 por el Canciller Bonilla Atiles, autorizado por el Consejo de Estado, y que ahora afloraba claramente para qué fue suscrito: para salvar de la muerte política segura al frente oligárquico dominicano. El Dr. Hernández profetizó la guerra civil y su profecía se cumplió, pero no pudo profetizar la intervención militar norteamericana, quizá porque la primera caída del gobierno de El Salvador en 1961 y el golpe contra Ramón Villeda Morales en Honduras, antes del derrocamiento de Bosch, le impidió ver el efecto dominó que tendría la estrategia norteamericana de evitar el surgimiento de “una segunda Cuba en América”, pretexto y cuco con los cuales los Estados Unidos aterrorizaron a las democracias latinoamericanas.

Y secuela de aquella intervención militar fue la colocación por Lyndon Johnson de Joaquín Balaguer en el poder a partir de junio de 1966 hasta agosto de 1978 para que a nadie le pasara por la cabeza la idea de volver a hablar de Juan Bosch en la Presidencia de la República Dominicana y menos de Peña Gómez como candidato algún día. Volvieron, sí, al poder, entre 1978 y1986 y en 2000, sus discípulos del Partido Revolucionario Dominicano, ya aseptizados; y en 1996, 2004, 2008 y 2012, sus todavía más aseptizados discípulos del Partido de la Liberación Dominicana, pero solamente una vez liquidados por la edad los liderazgos de Balaguer y Bosch, y Peña Gómez por el cáncer, y una vez constatada la corrupción salvaje de los líderes altos, medios y bajos de los partidos del sistema y la aplicación eficaz de las píldoras de Lilís a un pueblo que desde la colonización española solo ha vivido del clientelismo y el patrimonialismo.

(*) Publicado en Areíto del 22 de junio de 2013 y reproducido en Opiniones de acento.com.do

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