Por Amanda Castillo
El sábado se llenó de gris con la partida de Franklin Franco.
A quienes tuvimos la oportunidad de conocerle de cerca, junto a su familia, nos resulta doloroso aceptar que este ser de excepcionales condiciones humanas y sobrada brillantez intelectual nos haya abandonado para siempre.
Es como si nos dejara casi en la orfandad, en momentos en que el país necesita de hombres capaces de entender que vivir tiene un propósito, otro por encima de estas pequeñeces que nos arropan y estas mezquindades que destilamos, que suelen alejarnos de la reflexión del vivir para qué y por qué.
Algo que Franklin Franco parece haber tenido claro toda su vida, mientras se fraguaba dentro de la lucha por sus ideales políticos, que mantuvo frescos hasta el final.
Su vida está ahí, cual legado a las generaciones futuras, dejándonos una estela de coherencia, seriedad y sencillez para recordarle abuelo, padre, esposo, amigo, pero sobre todo por su trayectoria como intelectual y académico comprometido.
Como lo demuestra su productividad al servicio de su pueblo y de una sociedad que se viene despoblando de hombres de valía.
Extrañaremos a Franklin Franco, por su seriedad, por sus frases cortas plenas de simbologías que remiten a solidaridad y respeto por el otro, pero sobre todo por la dimensión humanística que lo vistió de luz durante su vida.
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