miércoles, 5 de marzo de 2014

AL BORDE DEL FANATISMO

Por ROSARIO ESPINAL
hoy.com.do


La anomia, dijo hace mucho tiempo Emilio Durkheim, es la falta de reglas claras para lograr un orden social aceptable. Ante la anomia, la gente se descarrila, el Estado pierde la capacidad de guiar la nación, y el caos arropa la sociedad.

Estos son tiempos de incertidumbre en todo el mundo. En la incertidumbre surge el pánico, y en estado de pánico se pierde la racionalidad efectiva.

El progreso prometido por el capitalismo neoliberal se derrumba ante los ojos de las grandes mayorías del mundo globalizado que no alcanzaron la tierra prometida de la prosperidad. Las desigualdades económicas registran los niveles más altos del último siglo, aún en los países más desarrollados con amplios programas de compensación social.

Se perdió, por otro lado, la utopía socialista. El socialismo del siglo 21 se consume en su propia salsa y no hay paradigmas nuevos que reorienten las naciones. Las dictaduras persisten o se reinventan, y las nuevas democracias apenas subsisten.

Como en cada época de crisis, resurgen las fuerzas xenófobas viscerales. El “otro” es el problema. El “otro” es fuente de resentimiento, miedo, fanatismo. Se apela al atentado a la soberanía y las costumbres. El discurso de civilización y barbarie encuadra la política.

Los proyectos colectivos de protección de derechos no caben en estos estadios sociales y el antagonismo dificulta la solidaridad social. Apegarse a un profundo sentido de justicia es el único antídoto a los resentimientos que se concretan generalmente contra los más vulnerables.

La lista de ejemplos actuales de rechazo social es larga. Sólo hay que mencionar los movimientos contra inmigrantes en Estados Unidos, Francia, Italia, Holanda, Suiza, Austria, Costa Rica, Bahamas, República Dominicana, etc., o contra los homosexuales en Rusia, Nigeria y Uganda, entre otros.

Los grandes flujos migratorios han sido consustanciales a la idea de prosperidad en el mundo, y República Dominicana conjuga dos fenómenos que son cara de una misma moneda: la migración hacia fuera de dominicanos y la migración hacia dentro de haitianos. La economía dominicana se nutre de ambos flujos.

La migración dominicana hacia el exterior quita presión al limitado mercado laboral dominicano, genera divisas, y sirve de ingreso complementario a muchas familias dominicanas. La migración haitiana ofrece la mano de obra barata que absorben muchos empresarios, incluido el Estado Dominicano.

El desbalance está en que mientras muchos dominicanos experimentan mejoría económica en el exterior, en particular sus descendientes, muchos inmigrantes haitianos y descendientes viven en la extrema pobreza en República Dominicana. Mientras la mayoría de dominicanos y sus descendientes en el exterior adquieren derechos, los haitianos y sus descendientes en República Dominicana son desprovistos de derechos.

Es una ecuación económica reproductora de gran desigualdad en la sociedad dominicana, y mientras menos derechos tienen esos inmigrantes y sus descendientes, mayor será la desigualdad que se sustenta en discriminación y marginalidad.

Como sucede en cada país donde hay brotes xenófobos, el Gobierno enfrenta el dilema de qué hacer: lo agita o lo disuade.
Con frecuencia, el fanatismo nacionalista es rentable a nivel político porque desvía la atención de otros problemas; pero también tiene consecuencias negativas a nivel nacional e internacional. La República Dominicana enfrenta actualmente este dilema.
La Sentencia TC 168/13 ha sido el marco actual para agitar el nacionalismo xenófobo. El silencio de Danilo Medina sobre este tema en su discurso del 27 de febrero intentó aplacar los ánimos.

De todas maneras, la nación y la comunidad internacional esperan por la definición del Presidente, ante la falta de reglas que ha caracterizado el proceso migratorio haitiano hacia República Dominicana para beneficio empresarial, y ante la injusticia de la Sentencia.

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