Por Saul Landau
Los activistas de Ocupar Wall Street concuerdan: el sistema se ha vuelto disfuncional. La angustia –o la ira – entre los ciudadanos va más allá del colapso económico y de la incapacidad del gobierno para mejorar la situación. Persisten la frustración y el desconcierto: ¿Por qué los presidentes siguen iniciando guerras en lugares remotos? ¿Por qué los apoya el Congreso? Sus miembros, como robots, luego piden apoyo para nuestras tropas –acerca de los cuales a pocos les importan un comino. ¿Dónde están la integridad, la honestidad, el valor? No en la política.
La mayoría de los norteamericanos no vota –una señal de indiferencia o aversión por la política. En la escuela aprendí que la política determina quién recibe cuánto de los presupuestos. Nuestros maestros nos enseñaron a considerar esto cuando votáramos para elegir alcaldes, concejos de las ciudades y cargos superiores. ¡Democracia!
En junio, 16 por ciento de 1,2 millones de electores de Miami ejerció su voto para elegir alcalde. En St. George, Utah, 12 por ciento votó en las recientes elecciones primarias. En 1996, acudió el 49 por ciento a las urnas para elegir al presidente.
Estados Unidos es el único que realiza elecciones un martes, día laboral, no como otros países que utilizan el domingo. A los republicanos les encanta la poca asistencia a las urnas. No quieren que voten los pobres y las clases trabajadoras. A los demócratas se les dificulta convencer a esas clases que ellos representan.
Leemos acerca de políticos en prostíbulos, aceptando dinero y favores de manos de intereses especiales o sencillamente perdiendo el tiempo en la Oficina Oval. Los medios inspeccionan la vida privada de los funcionarios públicos electos, pero no escudriñan sus ideas o sus principios. Compárese la atención dada al retozo de Clinton con Monica Lewinksy con su decisión de desregular a los bancos. Lo primero no tenía nada que ver con nosotros; lo segundo nos costó muy caro.
Los medios han reducido la política a la personalidad, pero gran parte de la nación aún ansía un candidato íntegro, como aquellos que nuestros maestros en la escuela primaria y en la secundaria imaginaban cuando explicaban con orgullo nuestro superior sistema político.
El nuevo filme de George Clooney nos lleva más allá de las Ciencias Políticas que enseñan en la escuela hacia la realidad en las arenas de turbios acuerdos (cuartos oscuros y dormitorios, una gran oficina donde tres hombres se juntan alrededor de una mesa de bridge), los escenarios para el diálogo pútrido de las campañas políticas.
Los Idus de marzo –pobre Julio César – nos advierte: el sistema electoral norteamericano está ante el peligro. La podredumbre ha penetrado las grietas de la estructura –comenzando con el proceso electoral primario, la selección de candidatos presidenciales.
El filme muestra cómo un brillante aspirante a presidente se enfrenta a pruebas de integridad más difíciles que las que Dios usó para probar la fe de Job. Él no puede pasarlas. Nadie puede.
El guión de Clooney y de Grant Heslov enfrenta a dos rivales demócratas y a sus veteranos directores de campaña en la primaria clave de Ohio. El ganador obtendrá la nominación.
Escuchamos nobles discursos, pero fuera de la vista pública vemos que la moralidad y la virtud no tienen lugar en la serie de exigencias que se hace a los candidatos. Integridad, verdad y honor –es más, cualquier valor estimable – poco tienen que ver con las decisiones para ganar la elección. Los candidatos deben danzar entre la ambición y la lealtad, el poderoso deseo por las jóvenes mujeres y los valores familiares. La traición emocional es un precio a pagar por la victoria.
¡El poder! Los contendientes políticos y su personal disfrutan abusando de él mientras recitan nobles palabras. En este cuarto trasero de la política norteamericana, Paul Zara (Philip Seymour Hoffman), el director de campaña del gobernador Mike Morris (Clooney) proclama: “Yo valoro la lealtad por encima de todas las cosas”. Paul ilustra esta actitud muy moralizante con una anécdota acerca de cómo su lealtad “tuvo su compensación”. Es más, ningún personaje en este filme es leal a ninguna otra persona, mucho menos a un ideal.
Los idus de marzo utiliza la tradicional gramática argumental de Hollywood para dramatizar los bajos detalles de un sistema político fracasado. El ayudante de Prensa Steve Myers (Ryan Gosling) considera que el gobernador Morris es la respuesta idealista y realista a los problemas. Como su manejador de los medios, él promueve al hombre en quien cree, mientras que Ida Horwicz (Marisa Tomei), una reportera de The New York Times que sigue la campaña, se burla de la inocencia de Steve. Para ella, Morris es solo otro político.
Ya todos sabemos la verdad acerca de los heroicos candidatos que nos decepcionan como presidentes. El filme disipa toda ilusión al mostrar las aguas negras que rodean la selección de un candidato, una situación que no incluye la “honestidad” y la “integridad”. El candidato vende una idea.
Los norteamericanos impacientes que ansían satisfacer su sensibilidad democrática ven al candidato como el agente para curar las heridas de los ciudadanos: guerras interminables, amenazas de terror, libertades disminuidas, aumento de la brecha de los ingresos, decadencia de la educación, infraestructura erosionada y cambio climático.
¿Un Mike Morris verdadero? Oigan, ya tenemos uno en la Casa Blanca, un liberal tolerante que no aguanta los agresivos ataques de la derecha. El filme hasta se refiere a Rush Limbaugh y a sus ampulosos colegas de la radio que piden a los republicanos y a los independientes que voten en la primaria de Ohio, para que surja un candidato más derrotable.
El sexo, por supuesto, aparece en el argumento –¡ecos de Bill Clinton! Al descubrir que su inocente bebé (insertada) tiene algo con su jefe, Myers pierde el entusiasmo –por el jefe y por su trabajo. Él usa la retórica del idealismo para cubrir la sordidez oculta en el fango del dinero y de la locura de los medios. Teniendo a la bajeza como base de la política, Los Idus de marzo advierte, disfraza la verdadera decisión política –mucho antes de las elecciones presidenciales.
El trato triunfa sobre el ideal. La democracia norteamericana en acción significa, como dice un personaje del filme, que “Un presidente puede iniciar guerras, mentir, engañar, llevar al país a la bancarrota, y en general hacer cualquier cosa que desee –pero no puede tirarse a una insertada”.
¡Menuda descripción de un puesto de trabajo!
El filme de Saul Landau Por favor, que el verdadero terrorista se ponga de pie se proyectará en la Universidad de Carolina del Norte el 9 de noviembre. El DVD se puede obtener por medio de cinemalibrestore.com.
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