Por Arturo López-Levy
Tomado de The Havana Note
El viernes por la tarde, el senador Marco Rubio modificó la biografía que aparece en su sitio web oficial. No le quedó más remedio. A lo largo de su carrera política él ha engañado a los floridanos, al público y donantes republicanos que lo veían con adoración, a periodistas, a colegas funcionarios elegidos como él y a otros, al asegurar que sus padres huyeron de la Cuba de Fidel Castro. Esta es una mentira denunciada por un periodismo duro en The Washington Post.
Todo cubano-americano conoce el tiempo preciso y el propósito de la salida de su familia de Cuba. La idea de que Rubio nunca supo de los hechos hasta este momento –y de que ningún miembro de su familia se molestara en corregir el error hasta ahora – es absurdo. Aunque los padres de Rubio, Mario y Oriales, sí adoptaron la posición anticastrista de muchos exiliados que se oponen al camino comunista que tomó la revolución cubana, la fecha de su emigración no fue 1959 y la causa de su partida no fue el actual gobierno cubano.
Ellos se marcharon de Cuba en 1956 como exiliados de un régimen tiránico, el de Fulgencio Batista Zaldívar, la dictadura de derecha que Fidel Castro derrocó.
Lo que Mario y Oriales Rubio hicieron fue humano, pero no un acto de desafío político contra Castro. La Cuba que ellos abandonaron no era el peor país de Latinoamérica, pero la desigualdad y la pobreza, conjuntamente con la dictadura corrupta y asesina, provocó que miles de compatriotas se resistieran activamente o huyeran hacia el exilio. Pero al modificar la fecha y razón para la emigración de sus padres, Rubio se congració con las facciones dominantes del exilio cubano y colocó su narrativa política en un guión acerca de la libertad al estilo de Reagan.
Pero el significado de esta historia va mucho más allá de la manipulación de antecedentes; ha llamado la atención sobre la falta de carácter moral del senador. Rubio no es un político responsable que trata la historia en toda su complejidad. Por el contrario, conociendo perfectamente el pasado de sus padres, prefirió mentir adaptándose a las mantras simplistas del conflicto, aprovechándose de la propaganda dominante en Miami y explotando el trauma experimentado por algunos de sus electores.
El homenaje que Rubio rindió a los bandidos que derrocaron la segunda república cubana el 10 de marzo de 1952 era totalmente inmerecido y él lo sabe. Rubio lo sabe, debido a la experiencia de sus propios padres, y cuando él apoyó que se dedicara el nuevo edificio de la Escuela de Derecho de la FIU a Rafael Díaz-Balart, él estaba rindiendo homenaje a uno de los políticos que terminaron con la democracia representativa en Cuba, uno de los verdaderamente responsables de la huída de sus padres.
La revelación de la mentira de Marco Rubio hace poner en duda la premisa central del basamento de la “comunidad” exiliada anticastrista. El senador ha repetido que la revolución de 1959 fue “un accidente de la historia”, aunque sabía, por la historia de su propia familia, que esto es falso. Es la visión que conviene al elemento anticastrista en el cual los partidarios de Batista, que han obtenido posiciones clave de poder en EE.UU., han sido exonerados de sus crímenes en la isla. Decir que la Cuba de 1958 era una democracia en vías de desarrollo es una mentira que ha sido repetida miles de veces con la esperanza de transformarla en verdad.
Los primeros exiliados que fueron a EE.UU. en enero de 1959 eran funcionarios y partidarios de un corrupto y criminal régimen dictatorial.
La manera en que Rubio ha tratado su propia biografía debe dar que pensar a aquellos norteamericanos que contemplan elevarlo a posiciones más altas.
Por supuesto, un político cubano de su generación no puede ser indiferente a los desastres y abusos del gobierno de Castro. Sin embargo, negar la responsabilidad parcial por el conflicto nacional cubano y construir narrativas simplistas son típicas tácticas de demagogos, no de unificadores de naciones y solucionadores de crisis. El grupo que Rubio representa reclama la propiedad de todo lo que les pertenecía en Cuba, excepto su responsabilidad como la clase política que facilitó el triunfo y consolidación del poder de Fidel Castro durante cincuenta años.
El senador de la Florida se contradice cuando se presenta como la esperanza latina del Partido Republicano, pero se niega tratar directamente los problemas principales que afectan a los hispanos en Estados Unidos. Dentro de la comunidad cubano-americana, al usar la falsa historia de sus padres, Rubio ha evitado un debate con los que critican su posición a favor de revocar parcialmente la Ley de Ajuste Cubano y su apoyo a la imposición de restricciones a los viajes familiares a la isla, y de esa manera dar marcha atrás a las populares políticas del presidente Obama que liberaron tales viajes.
Ofreciendo un pretexto tras otro, Rubio no ha aparecido en los medios hispanos para explicar en sencillo español su oposición al proyecto de ley Dream, una ley que permitiría el acceso a una educación universitaria a miles de hijos de inmigrantes indocumentados que han entrado en Estados Unidos o permanecen aquí, como hicieron sus padres, simples inmigrantes.
Ni tampoco ha explicado cómo él pretende solucionar el problema del desempleo, que afecta en especial a las minorías, mientras que vota consistentemente en contra de todos los esfuerzos del presidente Obama en el asunto. Esto es un problema de carácter.
The Washington Post ha revelado lo que hubiera sido una noticia vieja si los periodistas de Miami no se postraran diariamente ante el poder atrincherado de la derecha cubano-americana. En la Florida, y en especial en Miami, Rubio ha manipulado la verdad durante décadas sin que nadie lo cuestione. Quizás Marco Rubio no ha comprendido una verdad absoluta que siempre repite. Estados Unidos es un país excepcional. Aquí hay una prensa con la libertad y la disposición de cuestionar las mentiras de los políticos deshonestos. Como dijo el presidente Lincoln, “No se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo”.
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