AL DÍA
JUAN JOSÉ AYUSO
buenapila@yahoo.es
Con el apoyo de los norteamericanos presas del pánico ante la posibilidad del surgimiento de “una nueva Cuba” en América Latina, acentuado por el acontecimiento patriótico de Abril de 1965 en el país, Joaquín Balaguer recibió el poder en julio de 1966.
Concebido y organizado sobre la marcha un régimen despótico de violación de hecho de los derechos y libertades humanos, que teatralizaba con “respeto y apego” a la Constitución y las leyes, el político impuso un régimen neotrujillista que se prolongaría primero por doce años y, con un interregno de ocho, por diez más.
La persecución, el encarcelamiento, el asesinato y el destierro fueron los expedientes de poder mediante los cuales Balaguer cimentó su régimen. Había llegado también con el respaldo de la oligarquía nacional que sentía el mismo pánico de sus protectores y asociados norteamericanos, y del hijo mayor del tirano Rafael Trujillo, “Ramfis”.
Acerca de esto último, lo documenta sin lugar a dudas la investigación de Bernardo Vega en archivos y papeles desclasificados de los gobiernos de Estados Unidos desde fines de 1960, Lyndon Johnson y Richard Nixon.
El primogénito del tirano, cuya vocación hasta 1961 fue la de la francachela y el despilfarro de tragos, mujeres y fiestas a todo costo, tuvo sin embargo el poder y la habilidad de despojar a sus familiares ascendientes y a sus hermanos de buena parte de la fortuna dejada por Trujillo.
En 1966, aunque seguía la fiesta que puede costear un millonario, quizá empezó a pensar en regresar al poder. Contaba ya 57 años y era posible que algo le hubiese enseñado su exilio de cinco. Debió también haber invertido en negocios, protegido por el mando del dictador Francisco Franco en España.
Así, y confiado en la “bondad” de quien siempre fue su consejero, Balaguer, aventuró algunos centenares de miles de dólares en la campaña 1965-1966 pero como tanta otra gente fue engañado por la apariencia de mansedumbre y subordinación que siempre presentaba el potencial caudillo.
Balaguer tendió con rapidez las redes de su dictadura “de derecho” y a fuerza de persecución, encarcelamiento, asesinato y deportación de constitucionalistas, comunistas y otros opositores, empezó a gozar de un poder absoluto.
Sólo “Ramfis”, con quien tenía compromisos, le representaba un peligro real.
Si “Ramfis” Trujillo hubiese contado con un mínimo de valor y arresto, ¿qué hubiera pasado si de repente llegaba al país en cualquiera de los meses que siguieron a julio de 1966?
¿Llegaba un político con naturales aspiraciones de poder?
No.
Aterrorizados los norteamericanos y la oligarquía criolla por el fantasma de “una nueva Cuba” en América Latina y con el trujillismo más que vivo en la figura neotrujillista de Joaquín Balaguer, llegaría el “general de aire, mar y tierra”, el heredero de Trujillo, una figura con la que el presidente “electo” tendría por fuerza que compartir poder y escenario.
Y Balaguer, aguerrido en la política tradicional desde la traición a Horacio Vásquez en 1930 y la entronización de la tiranía del general Rafael Trujillo, acción en la que participó junto a Rafael Estrella Ureña, tenía además la experiencia de la política del régimen durante 31 años y de su propia política personal de mantenerse siempre en la “gracia” de Trujillo.
“Ramfis” no tenía el valor ni el arresto y prefirió negociar su regreso con Balaguer, al que éste dio largas hasta que decidiría “cortar por lo sano” y “resolver” el problema de manera radical y para siempre.
Después de una fiesta en casa de una “dama” del prostitutario de “nobleza” española que el dictador Francisco Franco patrocinaba, el carro de “Ramfis” se accidentó a principios de diciembre y el 28 de ese mes, después de una notable recuperación, moría en una clínica de Madrid.
“Accidente” demasiado conveniente para Balaguer y su trama de poder,
Con la mala fe aconsejable cuando que se trate de analizar la política de los “truchimanes” del despotismo continuista por naturaleza y celoso hasta de un mosquito que pretenda distraerle siquiera un segundo de poder, lo de “Ramfis” no habría sido fortuito. Ni el “accidente” ni su muerte posterior en la clínica madrileña y en medio de una franca y pública recuperación.
¿Contaba Balaguer con los recursos para extender el brazo y llegar a la capital española con el poder de fuego y sangre con que empezó a dominar en el país?
Sí. Entre los asesinos trujillistas que hacían “el trabajo” en el país los había con experiencia en atentados internacionales como el secuestro de Jesús de Galíndez en Nueva York, en 1956 –el mismo Balaguer-, y el atentado contra el presidente Rómulo Betancourt, el 24 de junio de 1960 en Caracas, la capital venezolana.
Además, y con relación a los norteamericanos y al gobierno de Lyndon B. Johnson, Balaguer mantenía un “derecho a la insolencia” que no ejercía pero que, en caso de amenazarse su continuismo de poder, era muy capaz de utilizar.
Urdir la trama y asesinar a “Ramfis” no hubiese sido un “atentado contra los derechos humanos” que Washington hubiese siquiera investigado.
("Ramfis" nació en 1929. Al morir en 1969 tenía 40).
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