PERDONEN LA MOLESTIA
Por Margarita Cordero
Jordy me escribe sobre la desolación personal y social de los jóvenes. Él, que es una enternecedora mixtura dominico-francesa, me habla, y me incita a hablar, sobre las razones que impulsan a los que pueden –“incluso yo”, me dice— a abandonar el país y radicarse en el extranjero, sino definitivamente, sí por el tiempo más prolongado que les sea posible.
Quizá el dato que Jordy maneja no sea preciso, o si lo es está determinado por las mayores oportunidades económicas actuales de muchos jóvenes en comparación con las que tenían durante los gobiernos autoritarios de Joaquín Balaguer. Mas la percepción de mi joven amigo es categórica: ahora como nunca antes los cerebros se fugan. Para él, y en eso coincidimos plenamente, la huída obedece a la visión insegura, oscura e incierta que tienen los jóvenes del porvenir dominicano.
Y es paradójico, porque una mirada desapasionada sobre la realidad social y política de los últimos tres años sitúa a los jóvenes como la fuerza impulsora y protagonista de los movimientos sociales más exitosos de nuestros últimos y grises tiempos. Creativos, vitales, salieron a las calles los primeros a denunciar su malestar cuando la “bondad” de Leonel Fernández puso en libertad a la convicta Vivian Lubrano. Mientras los adultos hicieron mutis, cuando miraron hacia otro lado para justificar su indolencia, los jóvenes se ocuparon de gritar que las complicidades no son de recibo.
Y vino después la lucha contra la cementera en defensa de Los Haitises. Nadie lo hubiera creído y sin embargo ocurrió: estos jóvenes, mayormente de clase media, con sus guitarras, sus maneras de vestir, de hablar, de vivir la cultura de este siglo XXI que llegó cuando muchos eran niños o preadolescentes, terminaron doblándole el brazo al poder económico y político. Y fueron los primeros en la línea contra las apostasías de la democracia cuando la reforma de la Constitución. Y siguen siendo los primeros y más entusiastas en la lucha, que desconcierta al gobierno, porque se cumpla con la asignación legal del 4% del PIB a la educación.
De los jóvenes no puede hablarse como un grupo social indiviso. No, hay jóvenes y jóvenes, y las respuestas a los problemas personales y colectivos dependen mucho de la pertenencia social. Una cosa sí parece común, aunque no tenga las mismas consecuencias: la creciente insatisfacción con una sociedad que les ofrece muy poco o nada, que les cierra los caminos incluso a aquellos, entre los que se cuentan los amigos emigrantes de Jordy, que disfrutan de relativas holguras. Para la mayoría es el abismo.
Según estimaciones de población, y hasta los resultados definitivos del último censo, el 50.5 por ciento de la población dominicana tenía en 2010 menos de 25 años. ¿Puede un país vivir ajeno a lo que esto significa en términos sociales, culturales y humanos? ¿Puede un país permitirse ignorar las necesidades, sueños y expectativas particulares de más de la mitad de su población sin arriesgar peligrosamente el futuro?
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