PRD: CUERPO GRANDE SIN CABEZA
Por Rosario Espinal
No es mi intención aquí criticar el PRD para azuzar como hacen en estos días muchos opinantes en los medios de comunicación. Asumir una derrota cuando se estuvo cerca de la victoria y las condiciones se presentaban favorables, es duro para cualquier organización política. El tiempo curará algunas heridas y otras requerirán quizás de mayor escisión.
De todas maneras, la importancia del PRD para el sistema político dominicano obliga a ofrecer pinceladas de reflexión, porque lo que suceda en las próximas semanas tendrá gran impacto en el devenir de ese partido en los próximos años.
Por los resultados de las elecciones del pasado 20 de mayo, es evidente que el PRD tiene un gran cuerpo electoral.
En 2004 perdió las elecciones presidenciales con 33.6% de los votos en medio de una crisis económica, en 2008 aumentó su caudal de votantes a 40.2%, en 2010 a 42.3%, y en 2012 a 46.9%. O sea, entre 2004 y 2012, el PRD incrementó su masa votante en 13.3%.
Dos factores fundamentales dan cuenta de este caudal electoral. La persistencia del voto duro del PRD, que podría estimarse en alrededor de 30% si tomamos como referencia los votos que obtuvo en las condiciones adversas de 2004, y el descontento con el gobierno peledeísta.
La cuestión ahora es qué hará el PRD con esa fortaleza electoral, y cómo construirá una mayoría que le permita llegar al poder.
Hay dos posibles caminos: que el PRD espere el desplome del PLD, o que se unifique y fortalezca. Para trillar este segundo camino, el PRD necesita buenas cabezas políticas y acciones inteligentes.
Primero, que Hipólito Mejía y Miguel Vargas depongan sus intereses particulares y piensen en el fortalecimiento de la organización. Esto es fácil de decir y difícil de conseguir, pero si no lo hacen, el PRD pasará por una fuerte crisis divisionista. El gobierno y muchos en los medios de comunicación instigarán la división y el debilitamiento.
Segundo, que Mejía y Vargas envíen señales claras a sus dirigentes y adeptos para que cese la confrontación y la animadversión.
Tercero, que el partido organice múltiples eventos de consulta y educativos en un período de varios meses, donde dirigentes altos y medios tengan un espacio para interactuar, pensar y forjar un sentido de propósito partidario más allá del objetivo clientelar y del apego a liderazgos personalistas. Esto debe culminar con una nueva convención que renueve la dirección. La asesoría de la Internacional Socialista sería muy útil.
Este camino podrá parecer risible a muchos y aburrido a la dirigencia perredeísta, pero las alternativas son peores. Una fuerte crisis interna del PRD le restaría apoyo en la población y beneficiaría al gobierno.
Ni Hipólito Mejía ni Miguel Vargas se curtieron en la política mediante la formación intelectual. Ambos son empresarios que llegaron al PRD cuando José F. Peña Gómez suplía las ideas, pero Peña desapareció y nadie lo ha remplazado en esa función.
Mejía tiene ahora los votos y el carisma, Vargas la presidencia legal del partido con una legitimidad cuestionada por el distanciamiento de la campaña.
No habrá elecciones hasta el 2016. Durante este tiempo, el PRD no podrá satisfacer muchas expectativas clientelares de su base, ni tendrá una elección próxima que obligue al reagrupamiento. Proyectar unidad, dinamismo y coherencia política sería la mejor opción.
Si en el PRD no surgen buenas cabezas políticas que promuevan la restructuración y gesten un sentido de propósito partidario hacia el futuro, le será difícil construir una mayoría electoral en el 2016. A eso apuesta el PLD y su coalición de aliados.
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