EL PEQUEÑO BURGUÉS Y LA INVENCIÓN DEL OTRO
Por Andrés L. Mateo
El tema del pequeño burgués, y la dificultad para inventarse al otro, son dos referentes que he agotado profusamente en mis artículos de los últimos diez años. Y regreso a ellos, porque la más difícil aventura espiritual del pequeño burgués dominicano es la invención del otro. Y porque la crisis dominicana equivale también al abatimiento moral de la clase media.
Un pequeño burgués es esa cosa que desea, que ama y odia, anhela y actúa. Labrada como reflejo de su ser intrínseco, la subjetividad del pequeño burgués dominicano es tan solo un repliegue sobre sí mismo. No hay linderos, disipada la ilusión del juicio, cuando un pequeño burgués opina sobre el otro construye la biografía de sus fobias y sus filias. Porque es en la incapacidad de imaginar la otredad que la pequeña burguesía dominicana naufraga. Antonio Machado dijo alguna vez que “se miente por falta de imaginación”.
Y es lo que ocurre con el pequeño burgués dominicano. Más allá de sí mismos no encuentran otro universo. Es su acto la única actividad que les pertenece. Son sus propios efluvios los únicos que los embriagan. No hay como el pequeño burgués dominicano para sucumbir en la sublimización de sí mismo.
Si todo pensamiento es respuesta a la experiencia, es claro que las palabras no bastan para abarcar las miles de peripecias del pequeño burgués dominicano para sobrevivir. Y esa es, en verdad, su esencia. ¿Por qué hay en la sociedad dominicana una sensación de catástrofe, una atmósfera de cataclismo moral, un desasosiego de la esperanza? Simplemente porque la clase media se hunde y su misión es sobrevivir.
Héroe y villano, mártir y verdugo, grandioso y mezquino, a lo que no puede renunciar es al carácter singular de su proyecto. Como dijo Heidegger “su existencia es su esencia”; y los vituperios y odios que les confiere su condición de sitiado hacen su característica fundamental.
Esa clase media dominicana, surgida de las estrategias de la contra-insurgencia de la década de los años sesenta del siglo pasado, y que hizo del otro el señuelo irrisorio de su aventura espiritual, está reculando vertiginosamente en la pirámide social (material y espiritualmente). Cada día es más pobre, cada galón de gasolina que aumenta lo arrincona en la prángana del peatón, cada tentación al consumo lo coloca en la disyuntiva de ganar o perder. Ahora mismo, después del paquetazo fiscal del Presidente Danilo Medina, hay que buscar más de siete mil pesos para obtener lo mismo que se compraba para comer. El Estado depredador lo tiene preso de miedo con sus impuestos, mientras la pequeña burguesía se desliza agarrada hasta de un clavo caliente. Lo que ha perdido es la capacidad de reposición de sus bienes de consumo. Y ha perdido su ethos, y su dignidad.
El pequeño burgués heroico de los años sesenta del siglo pasado, cada vez más resbala hacia la fosa sin fin de la depauperación. Uno de los éxitos de los gobiernos del PLD ha sido haber casi evaporado a esa clase media heroica que tenía un alto sentido del honor. Haberla encanallecido hasta más no poder.
Por eso, el pensarse a sí misma, imaginar el otro, es una abrumadora tarea que la clase media dominicana no puede realizar. Inventar al otro supone descubrir la propia sombra de su degradación. Lo que queda se despliega en la calistenia del desprecio a sí mismo, y en el enorme esfuerzo de sobrevivir. No hay más que mirar a nuestro alrededor. ¿A quién le importan los valores? ¿No es el dinero el principal poder de mostración social? ¿Qué diferencia a un verdadero canalla de un “líder” que se ha robado medio país? ¿Qué son hoy los “intelectuales”, los “poetas”, los “escribidores”, sino una caterva de pensionados y un amasijo de silencio?
Yo, también, soy el otro. Esa es la trampa sutil que el pequeño burgués dominicano no ha advertido.
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