Hay seres humanos cuyo amor a la libertad es tan grande que ni el riesgo de morir y el paso de los años extinguen esa llama que busca iluminar los senderos de la dignidad.
En nuestra historia la estampa de ella está presente. Esa llama la observamos en la lucha independentista de 1844. La vimos en la gesta restauradora de 1863 y más reciente en las expediciones del 19 de junio de 1949, y el 14 de junio de 1959 luchando contra la tiranía truji¬llista.
Ha sido un largo proceso de entrega y desprendi¬miento que nos invita a continuar construyendo un futuro mejor. También nos cuestiona y nos llama a re¬visar las acciones que como ciudadanos/as estamos haciendo en el presente. Ver si hemos sido capaces de tomar la antorcha que nos entregaron para llegar a la meta, o si la traición y la ingratitud han sido la ofrenda para nuestros héroes.
Al conmemorar 150 años de la Restauración de la República, el 16 de agosto, la ocasión es propicia para enderezar en¬tuertos sociales y volver a los ideales nobles que im¬pulsaron y motivaron a nuestros libertadores.
Llegó la hora de restaurar la solidaridad quebrada, la honradez y honestidad perdidas en la administración pública.
Es el momento de restaurar la actividad política vuelta añicos para hacer de ella un instrumento al servicio del bien común y no que siga siendo un trampolín para llegar a la perversidad y al descaro de amasar fortunas a costa del sufrimiento de los más débiles.
Hay que restaurar la vida de muchas familias que han hecho de sus hogares pensiones frías y solitarias en donde se respira indiferencia y violencia.
Hay que restaurar la institucionalidad del país agrie¬tada y zarandeada por intereses mezquinos que buscan llevar siempre el viento a su favor.
Es urgente restaurar la esperanza de un pueblo como el nuestro que a través de la historia ha demostrado su capacidad de resurgir de los momentos más oscuros y difíciles dando paso a la luz que ilumina a todos. La Patria lo reclama.
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