Por Miguel Guerrero
Ante la próxima puesta en circulación en el extranjero de “El rugido del león” y “La trágica herencia del populismo”, periodistas de Puerto Rico, Miami y Nueva York me han preguntado si la democracia, como la conocemos, podrá sobrevivir a los escandalosos niveles de corrupción y desprecio a la ley propios de la tortuosa práctica política que se describen en ambas obras. Con profundo desaliento les he respondido que ante la imposibilidad de que la actual generación del liderazgo nacional se corrija a sí misma y dado el control que ella tiene sobre el aparato estatal, el ambiente seguirá deteriorándose hasta llegar a un punto en que esta mugre no podrá sostenerse y se derrumbará. Ello dará paso a un nuevo modelo de paternalismo que cautivará a las masas, como ya hemos visto en otros países, y reducirá el marco en que se mueven los valores esenciales de una democracia, como las libertades ciudadanas, la prensa crítica y la libre empresa.
Cuando esto suceda, y no pretendo ser oráculo, más de medio país se echará en sus brazos, hastiado como está de la corrupción y de la impunidad que la protege y promueve, así como del uso inapropiado de los recursos públicos por los poderes del Estado, la ausencia de una justicia independiente, el relajo en los ayuntamientos, incapaces siquiera de cuidar los cementerios y limpiar de basura y excrementos las calles de nuestras ciudades. Con la aprobación de los descamisados, que siguen siendo la mayoría aunque lleven ropajes, se instalará el redentor tan esperado, que sacará a los mercaderes de la política de los templos sagrados del constitucionalismo nacional, como el Palacio, el Congreso, las llamadas altas cortes y los organismos electorales, para sumirnos otra vez en una era de oscuridad, de la que nos costará salir sólo a base de mucho dolor, sangre y miseria.
¿Qué exagero? Me dirán. No, sólo miro alrededor.
Tomado de El Caribe
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