Por Luis Ulloa Morel
Hace unos años, con la angustia de quien no parece esperar una respuesta satisfactoria, un amigo preguntaba en un grupo si era posible enfrentar con éxito esa forma de contaminación de la política que denominamos clientelismo.
“Esa --dije entonces-- no es una pregunta cualquiera. Esa es la pregunta”. Con lo cual quise subrayar la importancia de un fenómeno que, de tan generalizado y tan crónico, parece arropar todo el quehacer político dominicano y condenar, cual eterna maldición, a que sucumba sin remedio ante él todo intento alternativo al poder establecido.
Generalizado y crónico es otra manera de decir estructural, esto es que ha pasado a formar parte integral del cuerpo –en este caso-- social y cultural; que ha alcanzado algún grado de naturalización, moneda de uso común, práctica aceptada, compartida. Faltaría siempre establecer, desde luego, hasta qué punto…
Si en verdad creyera que la mencionada peste –procura de adhesiones políticas fundada en la dispensa de favores, principalmente materiales, es decir, en la compra de lealtades-- sellara para siempre el destino del país probablemente no intentaría siquiera escribir de temas políticos. Creo, por el contrario, que es posible derribar, y hay que derribar, esta barrera sin la cual, sostengo, el poder político tradicional no podría ya mantenerse.
Parece claro que los gobiernos del PLD, en modo alguno inventores del clientelismo, han sido en cambio capaces de “perfeccionar” y ampliar su práctica precisamente a los niveles de epidemia nacional que registramos hoy. Una proeza a reconocer. Gracias a ella–como parte de un bien armado paquete de malas artes—ha sido posible darse continuidad en el ejercicio del poder y hablar de su extensión para al menos las siguientes décadas.
Hay, sin embargo, un pero: ¿qué sucedería si alguna vez el PLD ya no pudiera valerse como hoy de los mecanismos clientelares?
Las bellaquerías continuistas del peledeísmo, bien se sabe, son múltiples: el PLD es fraude y corrupción sin límites, abuso descarado del poder y amenaza ominosa de aplastamiento de toda posibilidad de su reemplazo.
Pero vuelvo a la pregunta: ¿podría prescindir de esa fuente caudalosa de “lealtades” con precio?
Hablo de una maquinaria electoral cuyo éxito en cada proceso se vincula al hecho de llevar ya en sus bolsillos no menos de 800 mil votos garantizados por una clientela cultivada con mecanismos de “solidaridad”, en especial aquellos dirigidos a los sectores más empobrecidos: tarjetas electrónicas, bono-gas, bono-luz, bono-gas para choferes, manejo del Senasa (como ocurrió en las elecciones pasadas). A esto se sumarán las “nominillas” y “botellas”, manejo de los “barrilitos”, concesión de contratas, así como todo el dinero que se quiera (el Estado es rico sin fin) para compra de opositores y compra de cédulas…
Enfrentar y derrotar este engranaje tiene menos que ver con su denuncia, hecha ya de mil maneras (en el caso de los subsidios a los pobres, se ha condenado su uso politiquero y no su existencia misma) y mucho más que ver CON EL PLANTEO Y PRÁCTICA DE CONTRA-ESTRATEGIAS DE SOLIDARIDAD Y DE FORMACION CIUDADANA.
El clientelismo no lo podemos –ni queremos—enfrenarlo con clientelismo. Pero de muy poco sirve ladrarle a la luna. Los mecanismos de “solidaridad” del gobierno son un hecho tan perverso --en su uso-- como real. Si no tengo nada y me llegan 1,000 pesos al mes, algo me llega; y llega del gobierno. No me vengas con que eso da para poco y que además “eso no sale del bolsillo del Presidente”, lo cual debe ser verdad, pero los 1,000 pesos también son verdad y además sirven para comprar algo, a mí que no tengo; gracias por tus sabias palabras, pero por de pronto son solo palabras.
Ayuda realmente existente contra palabras. Pongámosle grandes comillas a la palabra ayuda y eso nada borrara. Ni hay que borrarlo. ¿Por qué mejor no partir de reconocerle hecho radical y simple de que la gente tiene problemas concretos, perentorios, de aquí y de ahora, de una vida cotidiana que, digamos con Julio Cortázar, es la única que existe? ¿Por qué no acercarnos a la población en calidad de factores de solución?
Factores de solución debe significar ante todo estar allí donde la gente está, conocer de sus realidades, ayudar en su reconocimiento, acompañarles en la creación de los mecanismos pertinentes y propios para enfrentar los problemas. Significa también que las soluciones sean reales, por pequeñas que sean. Hay ayudas que ayudan y ayudas que desayudan. La mejor de todas es la que crea condiciones para evitar estas últimas, a las que pertenecen las propias del clientelismo político.
Al margen de crear CERCANÍA con la gente, de contribuir a la creación de dispositivos que referencien visiblemente la búsqueda remedios a los males a sus males, es impensable contrarrestar con éxito la alta y gruesa barrera del clientelismo del poder establecido.
Esta CERCANÍA se vincula umbilicalmente con el imprescindible cambio de perspectiva en relación al escollo que ha representado la comunicación alternativa en el país. De ello escribiré en el próximo artículo.
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