Por José Carvajal
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Reynaldo Disla es el mismo diálogo. Desde que me vio entrar a la Biblioteca Pedro Mir de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde él impartiría un taller sobre el “diálogo dramático”, recordó nuevamente aquel primer encuentro de los años ochenta en que nos conocimos en Nueva York. Estuvo en mi apartamento de Kingsbridge, en el Bronx, y un día, desesperado por falta de guía turístico, se lanzó en solitario a recorrer parte de Manhattan con la ayuda de un mapa del subway, el famoso sistema de trenes que representa en sí mismo una ciudad subterránea con cultura propia aparente. Reynaldo andaba entonces afianzado en el reconocimiento internacional que significaba la distinción de haber obtenido el Premio Casa de las Américas, que otorga Cuba, y que ganó en 1985 por su obra de teatro “Bolo Francisco”.
Con el mapa ferroviario en la mano, Reynaldo se esfumó de la superficie de Manhatan durante cuatro o cinco horas vespertinas; mi esposa y yo llegamos a preocuparnos tanto que estuvimos a punto de llamar al número de emergencias para reportarlo como persona desaparecida. Por suerte, la paciencia y la espera surtieron el milagro que aplacaron la incertidumbre cuando lo vimos regresar sano y salvo a casa. Nos aseguró que no se había perdido ni por un instante, porque tan pronto abordó el tren de su desesperada aventura desplegó el mapa sobre sus piernas, y por cada parada recorrida movía el dedo índice de su mano derecha en la superficie de aquel papel que le cubría el regazo como si fuera un pedazo de tela estampada y almidonada.
No era la primera vez que Reynaldo rememoraba aquel episodio de la visita neoyorquina; lo hace cada vez que nos vemos desde entonces. Es una manera de establecer el diálogo anecdótico, que para él parece ser algo vital.
En esta ocasión, yo aparecí como oyente y no menos curioso, pues vi el anuncio del taller organizado por el profesor universitario Aridio Moya y me pareció buena idea reencontrarme con Reynaldo en Santo Domingo. Además, quería ver cómo él transmitiría a los estudiantes sus conocimientos y los años de experiencia en torno al “diálogo dramático”.
Parte del trabajo de Reynaldo lo disfruté por primera vez cuando asistí a una representación de “Bolo Francisco” y luego en la película “Perico Ripiao”, de la cual fue guionista y actor. En “Perico Ripiao” Reynaldo es el gordo de la motoneta anunciadora que sin darse cuenta colabora con tres prófugos que se hacen pasar por guardias mientras escapan de las autoridades.
En el taller de dos horas que impartió hace unos días en la Biblioteca Pedro Mir la tarea de Reynaldo consistía en explicar la importancia del “diálogo dramático” en una obra teatral, y lo hizo con la frescura, la sencillez y el humor que lo caracteriza. Basó su enseñanza en anécdotas propias y ajenas, en ejemplos de obras clásicas, y en conversaciones de la vida cotidiana. Y como si fuera poco, dividió a los participantes en grupos de dos para que pusieran en práctica todo lo que habían escuchado. El resultado fue “dramática y sorpresivamente extraordinario”, una cantidad de diálogos cotidianos basada en experiencias con atracos y otros hechos violentos que afectan a la sociedad dominicana.
Al final del taller Reynaldo leyó dos cuentos propios que provocaron oleajes de carcajadas por el contenido humorístico y jocoso de los textos; y yo me despedí con la convicción de que la próxima vez que nos encontremos, Reynaldo entablará nuevamente el diálogo sobre ese inolvidable episodio de su aventura neoyorquina. Después de todo, él es un actor de teatro, cine y televisión; y yo un simple espectador dispuesto a repetir la obra o la película todas las veces que sea necesario.
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