Samuel E. Bonilla Bogaert
Me indigna pensar que no mucho ha cambiado desde que una criolla de la más alta calidad humana escribiera “A la Patria”:
“Desgarra, Patria mía, el manto que vilmente
sobre tus hombros puso la bárbara crueldad;
levanta ya del polvo la ensangrentada frente,
y entona el himno santo de unión y libertad.”
Los poemas de Salomé Ureña sacudieron la conciencia política de su tiempo, pero por desgracia, su coraje femenino se perdió para el país de forma prematura. No obstante, nos dejó grandes obsequios en dos de sus hijos, Pedro y Camila Henríquez Ureña: figuras que lograron trascender los contornos patrios y, más importante aún, que no sucumbieron ante las posibilidades de ingresar a las filas del régimen del tirano.
Por insistencia de Max (su hermano menor) a quien conscientemente dejo fuera de este análisis por haberse plegado para obtener numerosos cargos, Pedro ocupó la Superintendencia de Educación a finales de 1931. Afortunadamente renunció al cargo a los seis meses. “Se dio cuenta de que había cosas en el país que resultaban inaceptables,” nos cuenta su hija Sonia en “Apuntes para una Biografía.”
Durante largos años, los escritos de Pedro resonaron en toda América Latina. Tan eminentes fueron sus ideas, que es a él a quien se le atribuye el haber detonado la revolución cultural mexicana de principios del siglo XX.
¿Por qué no detonó este dominicano una revolución cultural en su propio país?
En numerosas ocasiones intentó volver, pero se lamentaba por la inestabilidad política que imposibilitaba su labor editorial, literaria y cultural. “Es imposible ir a Santo Domingo, país que vive una revolución latente,” una vez dijo. Cuando no se lamentaba por la situación política, se refería a lo cultural, criticando con frecuencia la ausencia de vida intelectual. Tenemos que entender que fue criado en dos “casas de altos estudios”, su hogar y el Instituto de Señoritas fundado por su mamá junto a Eugenio María de Hostos. Élite cultural sin duda alguna, Pedro no encontró cabida en esta media isla del Caribe.
Pasaría la mayor parte de su vida en la vecina Cuba, en España, Argentina, México y Estados Unidos. Escribiría sobre las grandes óperas y los estilos literarios nacientes; sobre el aspecto académico del Presidente norteamericano Woodrow Wilson; hasta se pronunciaría en contra de la intervención norteamericana, sirviendo de lobista para su Padre, entonces Presidente (efímero) de la República. Pero nunca regresó a su isla.
Impartió docencia durante casi seis años en la Universidad de Minnesota, donde obtuvo su doctorado en literatura en 1918. Casi un cuarto de siglo más tarde, en 1940, fue honrado con la invitación a ser el Catedrático de Poesías Charles Eliot Norton, una de las más altas distinciones de la Universidad de Harvard. Su estadía en la universidad le permitió completar su conocido texto “Las corrientes literarias en América Latina.” Pero nunca regresó a su isla.
Su hermana Camila tampoco ejerció su profesión en el país. Fueron Cuba y los Estados Unidos quienes se beneficiaron de sus mejores años. En la Universidad de la Habana obtuvo su doctorado en Filosofía, Letras y Pedagogía en 1917. Luego, en el país vecino del norte, estudió y dio clases en la Universidad de Minnesota, donde compartió aulas con su hermano Pedro. Fue miembro del cuerpo docente de la facultad de Middleburry College, donde hoy es Writer-in-Residence la dominicana Julia Álvarez. Quizás aún más relevante, le dedicó diecisiete años a la docencia en Vassar College, en el Estado de Nueva York. Pero nunca regresó a trabajar a su isla. La menor de los Henríquez Ureña se negó a vivir en la tierra de Trujillo.
República Dominicana sirvió de musa para esta familia de élites, pero para Pedro y Camila, sin embargo, no fue capaz de re-convertirse en hogar.
Cuando analizamos a nuestro país en el tiempo, no mucho ha cambiado. Con raras excepciones surgen en estas dos terceras partes de isla ideas frescas y renovadoras capaces de sacudir el status quo que hoy nos agobia. Las pocas que nacen no encuentran foro donde desarrollarse y difundirse. Más bien, son los conservadores de siempre quienes logran imponer sus agendas.
Por ello insisto en preguntar: ¿dónde están los profesores universitarios que habrían de compartir aulas con estos dos grandes de la patria de seguir vivos hoy? ¿Generan las universidades dominicanas algo de debate público? Más preocupante aún, ¿son nuestras universidades sujeto del actual “debate” educativo?
Cuenta Julia Álvarez en su novela “En el nombre de Salomé” (que aunque ficticia, para los fines aplica) que cuando los ministros y embajadores dominicanos iban a casa de los Ureña buscando nutrirse de las poesías allí procreadas, la mamá de Salomé, Doña Gregoria, moría de los nervios, pues no tenían dinero como para jugar de grandes anfitriones. La verdad es que al final del día no importaba, pues siempre había quien, cuando se le preguntaba, ¿qué usted desea? respondiera: “Nada. Esta conversación es alimento suficiente.”
¿Quién lidera tal socialización en nuestras aulas en el día de hoy? ¿Seremos capaces de dar a luz a una nueva generación de Henríquez Ureña? ¿Seremos capaces de proveerles un hogar? Y si ya viven, ¿seremos capaces de identificarlos?
La “revolución educativa” que impulsan el actual Presidente y sus ministros de Educación, ni revoluciona ni tiene mucho de educativa. Tendrán que buscar algo más que cemento y concreto para engendrar nueva vida en las escuelas y universidades de este país. Pero tengo la impresión de que esto ya lo sabían.
Nuestro país fue y sigue siendo tierra expulsora de talentos.
El llanto de Salomé hoy cobra más fuerza que nunca: “Desgarra, Patria mía, el manto…”
Lo necesitamos.
Tomado de www.acento.com.do
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