Por Andrés L. Mateo
Hoy.com.do
Nuestros “líderes” se han abandonado al disfrute del lujo
Joaquín Balaguer se murió creyendo que él ganaba tres mil pesos, y salvo su desmedida pasión por el poder, todo en él fue frugal. Juan Bosch tenía fama de tacaño, pero con los cuartos del pueblo era intransigente. Abría un monedero de plástico color rojo, de esos que le decían “totico”, y otorgaba una ayuda de su propio peculio.
Nunca nadie le vio más de cincuenta pesos en el “totico”, de manera que esas ayudas personales eran siempre modestas, como la muy célebre que le dio al escritor Ramón Lacay Polanco a la salida de la catedral de Santo Domingo, y que provocó la expresión ya famosa de “!Juan! ¿cinco pesos? ¡Barbarazo, Juan, barbarazo! José Francisco Peña Gómez era un ventarrón, siempre andaba de prisa y nunca tenía un centavo en los bolsillos. Para salir de apuros, si alguien le pedía dinero para pagar una receta, miraba a su alrededor y le daba un sablazo al que estuviera más cerca. Luego se iba como un bólido, moviendo los brazos con su estilo único, hablando en voz alta y sonriendo con la mirada de niño inocente que siempre tuvo.
Ese fue un liderazgo histórico de costo muy bajo. Más que en el dinero, se empinaban en la pasión por el poder (Balaguer), en la idea más pura del bien común (Bosch), o en el sudario del redentor que mira su propia vida con un propósito liberador de las multitudes (Peña Gómez). Ninguno dejó fortuna, ninguno legó una riqueza material obscena. Ninguno fue proclive al dinero.
¿Pero cuánto vale un “líder” hoy? ¿Qué costo social tienen esos turpenes que hacen rebotar del presupuesto la pelota de su egoísmo? ¿Por cuánto nos salen “El querido”, “Putico” y el “Chato”? ¿Se puede medir en valores lo que nos cuestan Andrés Vanderhorst, González Espinosa, Wessin Chávez, Peña Guaba y otros “emergentes” que le dan bien duro con un palo a la piñata del Estado? ¿Euclides Gutiérrez Féliz, con todo y sus palacios campestres, no nos cuesta “los millones de chanflán”? ¿A cuánto asciende el costo de Reynaldo Pared Pérez, “el ejemplar”; con su residencia veraniega en “Los mogotes” y su barrilito? ¿Y Lila Alburquerque, la que “no coge corte”, cuánto nos cuesta? ¿Puede un Estado pobre cargar con la voracidad de Rodríguez Pimentel o Matos Berrido? ¿Acaso Bengoa no devenga un salario que equivale a la asignación de un hospital regional? ¿Y N. G Cortiñas no es uno y trino, porque cobra en varios Consejos de Directores, y gana una verdadera fortuna? ¿Quién arrima el hombro para saber el valor que la sociedad tiene que invertir para mantener un “líder” de la estatura de Carlos Morales Troncoso? (más manteca da un ladrillo).
La reingeniería de la política dominicana debería cuestionarse cuánto nos cuestan los “líderes” que nos gobiernan, incluyendo a los de la oposición; porque a estas alturas todos tenemos derecho a preguntarnos si en realidad los políticos son verdaderamente necesarios, y si sirven para algo que no sea enriquecerse. Nuestros “líderes” han perdido la introspección, y se han abandonado al disfrute del lujo y la riqueza. ¿No fue el puro gestuario de la ostentación lo que lleva a una antigua humilde maestra a comprar dos carteras Vuitton en ciento noventa y cinco mil pesos? Hace apenas unos años bregaba en las aulas, discutía por secciones en la UASD, y ahora ofende la pobreza solemne de este país con la ostentación más burda y descarada.
Cuando Juan Bosch salió del gobierno, producto del golpe de Estado de 1963, dejó una cuenta bancaria de ciento cuatro pesos con cuatro centavos.
El periodista Al Burt, del Miami Herald, publicó un artículo que tituló “El legado del honrado Juan”, apenas cinco días después del golpe. “Deja el cargo con las manos tan limpias como vacías”, proclamaba Al Burt. Y se cuestionaba si “el legado del honrado Juan habrá abandonado el país junto con él”.
Y así fue. La locura del modelo de honradez que enarboló con su ejemplo, era como llevar el ideal al extremo y ser tragado por él. Los políticos más caros del mundo han olvidado al “honrado Juan”, quien es tan solo esa voz que los despierta sobresaltados, y que los hace ir al espejo a ver el rostro con que viven.
¡Oh, Dios!
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