Tomado de Barrigaverde.net
En lo que respecta a la problemática haitiana, se sabía que tarde o temprano, tendría algún desenlace: no se puede mantener por años y años, sin que nada pase, una frontera custodiada por “cobrapeajes” de mercancías ilegales y legales que se trasiegan de un lado a otro, del tráfico de seres humanos, del tráfico de armas y drogas.
Siempre lo han sabido las autoridades y tienen plena conciencia de ello. Lo saben los propietarios de los medios de comunicación, lo saben las ONGs, lo saben los políticos, tanto de éste país como los del otro.
Es un secreto a voces, que la informalidad en las relaciones comerciales se da de aquí para allá en la exportación legal e ilegal de mercancías, en una relación de 10 a 1. En tanto, se importa mano de obra no cualificada, de 20 a 1.
En lo que respecta al flujo de capitales, es casi imperceptible, esto sin tomar en consideración las grandes inversiones de la plutocracia haitiana que lava el dinero producto de la corrupción y el contrabando en éste paraíso fiscal, en componenda con su contraparte de dominicanos.
Así las cosas, a pesar de su pequeñísima economía, los haitianos, por pobre que sean, tienen un mercado de consumidores compuesto por la crema de la clase media y la aristocracia haitiana, que de una u otra manera demandan bienes importados, que no produce su país, y en menor medida servicios. Es por ello que, quienes han aportado su cuota en la intervención militar de Haití, reclaman su pedazo de pastel. Tal y como están procediendo los brasileños, al incrementar su cuota de exportación hacia Haití.
En ese maremágnum de contradicciones respecto a la problemática haitiana se debate la sentencia evacuada por el Tribunal Constitucional, entidad jurídica estructurada y formada por los mismos mentores que parieron el Tribunal Superior Electoral, que por sentencia han logrado que un individuo se meta en el bolsillo de su camisa todo un Partido, de más de dos millones de votantes.
Luego se ha dividido el debate, entre los que están a favor y en contra de la sentencia, sin que falten los epítetos de antinacionalistas, chovinistas, patrioteros, donde resulta que ahora los buenos son los malos, y los malos son los buenos.
Y es así como, algunos de los que están a favor de la sentencia, y que tienen poder mediático, saben del carácter estratégico de la medida en cuanto a lograr cierto nivel de presión sobre el gobierno haitiano para que éste deje de adoptar medidas de protección comercial en contra de los comerciantes dominicanos. Medidas de índole no arancelarias, que evidentemente el presidente de Haití fomenta a favor de los grupos de comerciantes haitianos en contubernio con socios provenientes de los países aportadores de tropas interventoras.
Recuérdese que la burguesía, entre ella la dominicana, asume un carácter nacionalista, sólo cuando sus intereses se ven afectado: para ellos el concepto patria es sinónimo de capital (por eso el capital no tiene fronteras, las mercancías tampoco, pero la mano de obra sí tiene fronteras).
Luego, están los que contradicen la sentencia, entre ellos los sectores, supuestamente, más avanzados del país, entiéndase lo que queda de la izquierda y ciertas ONGs, apoyando el derecho de los descendientes haitianos nacidos en este lado de la isla a ser dominicanos. Se podría decir, bien por ellos, hasta donde el financiamiento de organismos internacionales les alcance.
Para los unos y para los otros, debemos recordar que la estrategia geopolítica de los países imperiales, como los Estados Unidos, están bien diseñadas y concebidas, hasta tal punto que incluyen en sus presupuestos el financiamiento de las acciones dirigidas al logro de determinados resultados en los países periféricos, tal es el caso del apoyo a los gobiernos de facto impuestos en países como Irak, Afganistán y Libia.
En lo que respecta al caso haitiano, a Francia, Canadá y los Estados Unidos, entre otros, la debacle de ese país les está saliendo por “cheles”, pues conocen, por medio de sus organismos de inteligencia, de la condición de chulo, celestino, alcahuete y proxeneta del político y la claque empresarial dominicana, para que el país, por su debilidad institucional, se constituya en un comodín de la desgracia humana que viven los haitianos.
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