Por Margarita Cordero
7dias.com.do
El 5 de marzo de 2011, cuando aún no era formalmente candidato del Partido de la Liberación Dominicana, el hoy presidente Danilo Medina aseguró, como lo haría tantas veces después, que un gobierno suyo convertiría a los funcionarios del servicio exterior en agentes de la captación de mercados. Los que no satisficieran esta condición, añadió enérgico, tendrían que recoger sus bártulos y dar paso a los capaces.
"Basta ya de vacaciones bien pagadas para vivir en el país que la gente desee", dijo entonces, y la frase se convirtió en leitmotiv de su propuesta de revolucionar una de las áreas del Estado donde más caro se pagan las deudas del clientelismo.
A casi un año de asumido el poder, y a más de dos de la afirmación citada, el servicio exterior dominicano no solo está lejos de cumplir con esta promesa de campaña, sino que el cargo de embajador ha devenido en bien patrimonial que puede ser dejado en herencia anticipada a los hijos con la complacida promoción del Estado.
Para comprobar la naturaleza sucesoria del cargo basta un botón. Es secreto a voces que el gobierno del presidente Medina pretendió que el actual representante dominicano en España, el periodista César Medina, fuera sustituido por su hijo Oscar, para quien solicitó formalmente el plácet a Madrid.
Cuando en 2009 el entonces presidente Leonel Fernández decidió acreditar ante España a César Medina, que venía de la embajada de Chile, la respuesta fue anormalmente dilatada. Durante varios meses la Cancillería española guardó silencio sobre la solicitud, mutismo interpretado por versados en los códigos diplomáticos como claro mensaje de insatisfacción con la selección. Quienes conocen las interioridades del impasse cuentan que el canciller Carlos Morales Troncoso, obedeciendo órdenes de Fernández, tuvo que hacer maletas, tomar avión y “hablar chino” para vencer la renuencia ibérica.
Esta vez no ocurrió lo mismo. Aunque no está obligada, porque aceptar a un diplomático es un acto discrecional del Estado receptor, España alegó explícitamente la consanguinidad entre César y Oscar Medina como razón de su decisión inapelable de no aceptar a este último como nuevo inquilino en Paseo de la Castellana 30. Hereditaria, la monarquía, habrán razonado, pero no el cargo de embajador, sobre todo cuando el legatario cobró fama de tener asiento en la República Dominicana y no en el país sede de su representación.
No era entonces necesario ser augur para prever la respuesta española. Pese a los frecuentes escándalos de sus políticos y funcionarios de Gobierno, España está lejos de ser aquélla de “charanga y pandereta” de que hablara Machado. Al europeísmo del que hoy se enorgullece le resulta indigerible la ordinariez de determinados favores políticos.
Por qué el presidente Danilo Medina arriesgó al país al ridículo es cosa que pocos se explican. A lo sumo, uno que otro infiere que lo hizo para “sacarse de encima” a César Medina, de quien sus cercanos afirman que “siempre consigue lo que quiere”.
Fuere como fuese, lo que sí es encomiable es la persistencia de César Medina en continuar en la nómina diplomática. Conocedor de que debe abandonar la embajada en España, puesto que la solicitud del plácet para su hijo Oscar expresa la voluntad del gobierno de reemplazarlo (y así lo interpreta la Cancillería madrileña), el periodista ha barajado múltiples destinos, todos sin la prestancia del actual pero sí rentables y, probablemente, más laxos en sus exigencias de conducta diplomática. La embajada de Colombia habría sido inscrita en la lista de expectativas junto a la de Haití, solo que esta última se pidió acompañada del consulado. Se dice que le ofrecieron Panamá, pero todavía no hay seguridad de que se concrete.
De la furibunda homofobia a la briosa defensa de los GLTB
Con una lista de aspiraciones llena de tachaduras, César Medina parece estar consciente de su necesidad de desplegar múltiples estrategias que acerquen su dado a una casilla ventajosa en la ruleta de la diplomacia vernácula. Se comenta en los corrillos que incluso habría apostado a la embajada en Washington, ocupada desde hace dos años por el también periodista Aníbal de Castro, a quien lo une una prolongada amistad.
Un inopinado cambio de conducta alimenta los comentarios: su paso de la más cerril homofobia al abanderamiento en la defensa de la homosexualidad de James “Wally” Brewster, nominado por el presidente Barack Obama como embajador de los Estados Unidos en Santo Domingo. Para batirse a capa y espada en defensa de Brewster y en condena de sus críticos escribió, comenzando el 2 de julio, cinco antológicos artículos sobre el tema.
De viejo se dice que en el país “en el día más claro, llueve” para significar la naturalidad de las criollas desmesuras. Pero aun si la realidad parece certificar la muerte del asombro, el “cambio” de visión de Medina sobre la homosexualidad desborda toda (i)lógica, salvo que sean ciertos los aludidos rumores sobre sus pretensiones diplomáticas a las orillas del Potomac y crea que defender a Brewster lo beneficia.
Durante años, César Medina ha utilizado sus programas televisivos y su columna en el Listín Diario para imputar a personas que no le agradan, y con intención marcadamente insultante, la condición de homosexual. “Desórdenes hormonales”, repetía cada vez –de las más recientes el 7 de diciembre de 2012— para asimilar “inmoralidad sexual” y “enfermedad”. Su regodeo en la “descalificación” era patético, pero a él no le importaba.
Que ahora prometa poner sus “mejores reservas en casi medio siglo de oficio periodístico (…) al servicio de James -Wally- Brewster, el nuevo embajador de los Estados Unidos a quien se pretende satanizar por sus preferencias sexuales”, desorbita los ojos del más impávido. Desconcierto que crece cuando se lee la revelación de su convencimiento de que “está comprobado que tradicionalmente los críticos más severos del colectivo de gays, lesbianas y transexuales son los que no han salido del closet y piensan que con sus condenas públicas y epítetos desentonados conseguirán espantar los fantasmas de su preferencia en la cama”. Un abogado diría que a confesión de parte, relevo de pruebas.
Mas para merecer la embajada dominicana en Washington, insisten los enterados, a César Medina no le bastaría esta nueva y anonadante profesión de fe, sino salir airoso del acucioso escrutinio del Departamento de Estado. Aportan además un dato que en otro contexto sería irrelevante: no habla inglés. Difícil imaginar un embajador en la capital del imperio impedido de comunicarse con los representantes del emperador.
En todo caso, de ser cierto que César Medina aspira a representar al país en los Estados Unidos, la pelota de la decisión está en la cancha del presidente Danilo Medina quien, hay que subrayarlo, hace casi dos años dijo que "un embajador en la próxima gestión del Partido de la Liberación Dominicana (que es hoy la suya) tendrá que someterse a evaluaciones permanentes sobre cuántos mercados ha conseguido para los productores dominicanos poder colocar sus productos en los países donde están representado". Of course: no se puede conseguir mercados para los productores cuando lo prioritario es mantener a flote una empresa de comunicación que ha costado años construir.
Pero si las presunciones resultaran infundadas –como posiblemente resulten— y César Medina simplemente regrese al país tras el intento fallido de ser heredado en la embajada de España por su hijo Oscar y, además, ni Colombia, ni Haití, ni Panamá, ni Washington, le sea entregado en intercambio por el gobierno, los gais, las lesbianas, los bisexuales y los transexuales tendrán la satisfacción de haber ganado un incondicional aliado, con notable poder mediático, porque después de lo escrito sobre James “Wally” Brewster habría que tener la cara de granito para volver a considerar la homosexualidad una condición denigrante. Aunque, como dice el refrán citado, y la mayoría acepta resignada, en la República Dominicana “en el día más claro, llueve”.
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