LA HUMILDAD DEL PAPA FRANCISCO
Por Sara Pérez
Tomado de acento.com.do
No he podido menos que observar con creciente complacencia, no exenta de cierto espíritu devoto, los muchos y acrisolados indicios de sobrio recogimiento, con que el nuevo Papa Francisco, o Jorge Bergoglio, ha remozado El Vaticano, en apenas unas horas.
Echando también rápidamente a un lado las maledicencias sobre alegadas complicidades con los militares del golpe del ’76 (un tipo de historia tan trillada, aceptada y repetida, que solo los hipersensibles se espantan con ella), el nuevo Papa ha llegado como una bocanada de frescor -ficticio, según los escépticos de siempre- entre el tropel de príncipes semi amortajados, cundidos por las polillas de la pederastia, la adicción al abuso, la sed de riquezas, la ambición de poder, la asociación con las mafias, la arrogancia de los atropellos e imposiciones criminales impunes, y de la presuntuosidad de tiranuelos, que comparten gobiernos en países desastrados por la corrupción y el pisoteo a los derechos elementales y en un planeta descuartizado por la codicia.
El nuevo Papa es tan absolutamente excepcional, con relación a sus colegas, que siendo Cardenal -hasta donde la prensa ha reportado, supongo que luego de hacer las verificaciones pertinentes- incurría en la extravagancia de pagar, con su dinero, como cualquier gente normal, las cuentas de los hoteles donde pernoctaba. Por suerte, la última vez ahí estaban los periodistas para cubrir el hecho histórico.
Al menos eso dicen que hizo en Roma, después de ser electo Papa, en vez de hacer como los cardenales corrientes, con quienes nosotros estamos más familiarizados y que andaban -y de seguro andan- con tarjetas de crédito sin límites, y sin respaldo, emitidas por bancos de los que quiebran y cuyos derroches paga el gobierno, es decir, nosotros.
No se sabe si se traducirá en hechos (o es demasiado dramático el constrate con su real historia) pero mientras tanto, por lo menos en el discurso, el Papa ha tenido la condescendencia de referirse con solidaridad hacia a los pobres y desvalidos, que otros, más insensibles, han tildado sin sutilezas de “chusma” y han abogado por su exterminio, (Ejem, coff, coff, coff, qué tos me ha dado) apoyando las ejecuciones y los excesos policíacos, dirigidos contra sectores marginales, que al no poder hacer carreras como delincuentes de cuello blanco, carecen de las condescendencias, los consuelos, los apoyos y las impunidades que se gestionan a la sombra de las sotanas cardenalicias.
Pero olvidemos las historias macabras y concentrémonos en lo fundamental. ¡El Papa renunció al anillo de oro, para llevar uno de plata! Lo más probable es que los jerarcas católicos dominicanos ya estén imitando el ejemplo y se dispongan a donar sus prendas en decadencia, a algunos de los asilos que administra la iglesia, pero que se mantienen con dinero del erario. Siempre están necesitando fondos y la caridad es uno de las principales virtudes cristianas. No es improcedente que alguna vez la ejerzan quienes la predican.
Si siguen así, uno de estos días se van a poner de moda los anillos de pelo de cabra, como los que usaba José de Arimatea - según los archivos de las revistas de sociales que ya editaba el Listín en esa época- a pesar de que este último era rico y podía costearse joyas menos humildes.
Conste, que yo, muy particularmente, prefiero los anillos de oro, de los que han sido más habituales en Roma, tan parecidos a los que usa el cantante urbano Snoop Dogg, muy bonitos, del tamaño de los letreros lumínicos de los casinos de Las Vegas. Pero ese es un asunto de gustos.
En lo que el Papa sí debe ser un poco más prudente, es con las medidas para desmantelar -y sancionar- el lavado de los capitales de las mafias en el banco del Vaticano. Yo siendo él, no me tomaría los tés que le servían a Juan Pablo I y cebaría mis propios mates, sin perder la yerba de vista ni por un segundo.
Es importante destacar que esa sobriedad que se le atribuye, tal vez no es improvisada. A pesar de la presunta proximidad y colaboración con los guardias, hasta el momento no se ha mencionado que tuviera rango militar, ni que llevara pistolas proporcionadas por el gobierno argentino, bajo concordatos medievales e insólitos con El Vaticano, o que tenga una hermana “botella”, colgada en la nómina pública de Argentina, ni que sus parientes hayan sido agraciados con contratas del gobierno, para hacer construcciones sobrevaluadas en beneficio de la iglesia, incluyendo un palacete para sí mismo.
Sí, este Papa es especial. Solo reparen en el detalle de saludar a nuestra primera dama, doña Cándida -muy elegante, por cierto- mencionando a República Dominicana como la tierra de Emiliano Tardif, nuestro profeta iluminado y provisto de poderes sobrenaturales. De no haber sucumbido él mismo a los años y a la enfermedad -de los que podía exonerar a otros- habría hecho absolutamente innecesarios todos los hospitales y las clínicas y habríamos podido clausurar el Ministerio de Salud Pública.
No solo hacía milagros sanando enfermos, sino que también desalojaba demonios del cuerpo de los cerdos, aunque por desgracia los demonios buscaron refugio en el cuerpo de algunos políticos y de varios jerarcas religiosos y no ha aparecido otro Emiliano Tardif que haya heredado los dones con que contaba aquél.
Lástima que doña Cándida, quien probablemente no está al tanto de esos eventos, no informara al Papa, de que uno de los homenajes que ha hecho la Iglesia en Santiago a Emiliano Tardif, es la ocupación en su nombre de un trozo de área verde, justo donde empieza el Puente Hermanos Patiño.
Es un pequeño pedazo, apenas unos metros, que ni por pequeño les pasa desapercibido como presa. ¡Y cómo simboliza la falta de respeto por la institucionalidad! ¡La grosería con que invaden la propiedad pública y expolian el espacio colectivo, poniendo el ejemplo del desorden y el robo!
Un Papa tan comedido seguro que se indignaría con las crónicas de las incontinencias de su iglesia ante los bienes públicos de República Dominicana. Creo que hay que enviarle alguna información. Dejen ver si reúno algunos datos, que no tengan mucho en común con Argentina. Se los mandaré a Su Excelencia, El embajador dominicano ante la “Santa Cede”, Víctor Grimaldi, para que los haga llegar a su destino. Excluyamos cualquier referencia a colaboraciones con dictaduras y a desaparecidos y muertos.
En tanto, lo único que no me ha gustado, hasta ahora, de las iniciativas papales, ha sido la puesta en retiro de los zapatos rojos de Dorothy, la del Mago de Oz, que se veían tan lindos y tan cómodos en los pies del Papa. ¡Que se revolucione todo lo demás, pero esa tradición hay que rescatarla!
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