Por Miguel Guerrero
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Cuando el próximo 16 de Agosto se juramente como presidente de la República Dominicana, Danilo Medina tendrá un estigma indeleble fruto de las malas artes que se combinaron para lograr ostentar tan elevado galardón.
Si bien es cierto que no hay cuestionamientos legales a su ascenso al solio presidencial, es una verdad incuestionable que un amplio segmento de la población, aún en contra de la corriente, se resiste a creer que las elecciones nacionales fueron fruto exclusivo de la decisión libérrima de los dominicanos.
Todo cuanto se diga a favor de la elección de Medina arrastra consigo elementos que contravienen el libre albedrio que deben reflejar los electores al momento de sufragar, de ejercer una de las conquistas fundamentales del sistema democrático representativo.
Hubo acciones reprochables para torcer la voluntad popular, quizás no cuantificables, probablemente sin ganancia de causas en un parcializado tribunal, hasta es posible que justificables en una psiquis colectiva condicionada, pero innegablemente fraudulentas.
La mutual Danilo-Margarita Cedeño, el presidente Leonel Fernández y el Partido de la Liberación Dominicana están arropados de una legalidad cuestionada, de una legitimidad en bancarrota.
Es algo similar a las decisiones que emanan algunos altos tribunales que por más válidas que se presuman, están afectadas de un descreimiento colectivo.
Con un marco así, y que se busca profundizar aún más, es como caminar en terreno pantanoso, transitar en una arena movediza. Es crear las condiciones para un final con presagio aterrador.
Pensar que el dinero, la fuerza y el dominio mediático, conjuntamente con uno que otro circo de distracción, son suficientes para enfrentar la indignidad colectiva, puede constituirse en un error fatídico.
Una corriente recorre el mundo propiciando cambios, enderezando entuertos y derribando verdades impuestas por los que creen que el poder todo lo puede. No dudemos que tengamos pronto que vernos en ese espejo.
Quizás el Partido Revolucionario Dominicano dejó perder el momentum para enarbolar sus reclamos y poner en jaque el entramado engañoso que revistió el pasado proceso electoral, pero, la soberbia y la repetición, en otro escenario, de ese maniqueísmo perverso de que ha hecho gala el oficialismo, están creando las condiciones para que esa ola expansiva que se esfumó sin razón valedera, que fue convertida en un vergonzoso reflujo, retorne ahora con fuerzas multiplicadas.
Con este panorama como telón de fondo se aproxima la administración de Danilo Medina la cual trae consigo un pecado capital, heredado de un padre que jura legar una virtud, debido a que obtuvo mediante el mismo jugosos capitales, que a pesar de su sanidad, temía rendir cuentas.
No puede el reconocido como presidente electo sustraerse de esta heredad puesto que la aceptó de buenas ganas y nunca cuestionó los beneficios obtenidos, convirtiéndose así en co-participe de desafueros que por más que los adornen despiden un tufo nauseabundo.
Así se inaugurará un nuevo gobierno, o más bien la continuación de un desgobierno, simbolizado por un gigante con pies de barro. De modo pues que aunque resulte duro admitirlo, estamos ante un árbol que nació torcido. Y como dice el refrán…
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