martes, 30 de julio de 2013

Regocijo por la nueva política sanitaria haitiana y su habilidad comercial

Por JACINTO GIMBERNARD PELLERANO

Los haitianos no son peor tratados aquí que los pobres dominicanos

Nada hubiésemos anhelado más que tener unos vecinos –a la fuerza compañeros de isla– tan pulcros, tan defensores de la salud pública de su gente, de su correcta alimentación, hospitalización en caso de enfermedad… y más aún, defensores de la buena salud del planeta, como ha declarado recientemente Haití.

La demostración de sus altos y nobles intereses no puede ser más clara y evidente: República Dominicana exporta plásticos a setentaidós países (incluyendo Estados Unidos) ¡estos descuidados gringos y compradores de otros muchos países no cuidan el medioambiente como se debe! pero Haití sí.

¡El planeta está en peligro, ahogado en plásticos!

Entiéndase, por otra parte, que los bien cuidados haitianos no necesitan cruzar las fronteras de Canadá o México para que sus parturientas sean debidamente atendidas en miseriosos hospitales y clínicas del país con que hacen frontera. ¿Es que no nos enteramos de que el bien organizado Haití no requiere que intervengan en sus asuntos?

La salud pública: ¿Cómo no prohibir el ingreso de pollos y huevos dominicanos a la tierra de Toussaint L’Ouverture, cuando millones de haitianos se envenenan en nuestro país, comiendo en el “Pequeño Haití” y en sus labores diarias, salamis, spaghettis y yaniqueques, preparados alegremente al aire libre en negros calderos atendidos por generosas mujeres que no escatiman la dimensión de los platos que sirven a los sudorosos trabajadores del entorno?

¡Ah, pero les sirven en envases de plástico! ¡Grave pecado!

¿Y el medio ambiente? ¿No hay que protegerlo?

Pero en Haití… ¿Se alimentarán de esa despreciable comida dominicana… la que comen nuestros obreros?

Dejando las ironías aparte: en nuestras clínicas y hospitales los haitianos no son peor tratados que los pobres dominicanos que están acostados en un pasillo aguardando espacio en una cama o esperando la apática atención de un médico o una enfermera mal pagada que, con frecuencia, debe lavar los vendajes porque no los hay limpios y esterilizados, además de existir carencia de medicamentos imprescindibles.

Y aun así ayudamos.

Un poco de historia: nuestra nación nunca se ha metido en la suya, nunca la hemos invadido, sino que hemos estado a su lado cuando hemos podido ayudar y nos hemos apenado de los abusos y crueldades, sea en tiempos de los “ton-ton macute” del viejo Duvalier o de los extravagantes autos de lujo de Baby Doc o en tiempos de desastres naturales, tormentas, ciclones, terremotos. ¿Así nos pagan? ¿Y nosotros dependemos de ellos comercialmente? ¡No! Es tiempo de libertad, tiempo de buscar otras vías, que las hay.

En el mundo de los negocios, así, fríos, basados en números, hay que saber dónde conviene estar, qué condiciones y relaciones estamos interesados en mantener.

Cuando vale la pena retirarse.

Hay que reconocer las tácticas del otro.

Y su malicia también.

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