jueves, 14 de mayo de 2009

La historia de casi todo

Por Isaías Medina Ferreira
“El mundo reposa en la espalda de una tortuga gigantesca…” Anónimo

Cuentan que un día estaba William James, psicólogo y filósofo “newyorkino”, dando una cátedra pública sobre astronomía; describía el sabio cómo la tierra gira sobre si misma al tiempo que hace órbitas alrededor del sol y cómo el sol a su vez es parte de una vasta colección de estrellas conocidas como nuestra galaxia o Vía Láctea. Iba el Dr. James a toda máquina en su explicación cuando de repente fue interrumpido por una viejecita que voceaba desde la parte atrás del auditorio, “joven, excúseme, pero su teoría es falsa. El mundo reposa en la espalda de una tortuga gigantesca”. William James, sorprendido pero dispuesto a defender su posición, preguntó a la viejecita, “si ello es cierto, señora, ¿en qué está apoyada la tortuga?”. “Otra tortuga”, respondió la señora. “¿Y en qué se apoya esa tortuga?”, preguntó James. A lo que contestó nuestra señora, “joven, es una pila infinita de tortugas que sigue hacia abajo”.

Cierta o apócrifa, la descripción anterior ilustra la comodidad de buscar nuestras propias explicaciones a las cosas que no entendemos y que no estamos en ánimo de explorar. Estamos rodeados de misterios y fenómenos que no entendemos. Hay gente que dedica toda una vida en develar esos misterios y a tratar de dar explicación a quienes no tenemos el privilegio de contar con las herramientas para entender en toda su dimensión sus hallazgos.

En ese sentido, hay un sin número de personas que han escrito libros populares acerca de las ciencias. Algunos de esos intérpretes son científicos de pura cepa, como es el caso de Stephen Hawking, quien en su libro “Historia del Tiempo”, explica con claridad y simplicidad los fenómenos físicos más complejos; o como el difunto Carl Sagan, astrónomo distinguido, en quien fue una constante difundir la ciencia a la mayor audiencia posible. Otros, como Michael Guillén, autor del libro “Puentes al infinito” (Bridges to Infinity), aunque educados en las ciencias y profesores distinguidos de las mismas, son intermediarios que hacen digeribles temas de suma complejidad.

Con un libro de uno de esos intérpretes magníficos del universo me encontré recientemente. Su nombre es Bill Bryson, autor de “A Short History of Nearly Everything”, que traducido libremente al español sería algo así como “Una Corta Historia de Casi Todo”. Como su nombre indica, el libro de Bryson busca conexión entre todo lo que existe y ha existido en el universo, de forma sencilla y viva.

Por ejemplo, dice Bryson que siendo residuos del Big-Bang que dio origen al universo, somos simple polvo de estrellas, o ceniza atómica, sólo que compuestos de forma tal que podemos expresar emociones como el amor. Sin embargo, de alguna forma estamos en descomposición si tenemos en cuenta que aproximadamente un trillón de bacterias se alimentan a diario con los 10 mil millones aproximados de laminillas de piel que se desprenden de nuestros cuerpos.

En otra parte de su historia, Bryson nos dice que cada uno de nosotros está compuesto de aproximadamente 10 mil trillones de células, cada una conteniendo una hebra de ADN, que si se extendiese alcanzaría unos seis pies de largo. Si todo el ADN que contenemos fuese puesto en una hebra única extendida, su extensión sería de 20 millones de kilómetros. Ahora bien, la distancia aproximada de la tierra a la luna es 382,500 kilómetros.

Dice Bryson, además, que de alguna manera todos somos reencarnaciones. Siendo como somos el producto de trillones de trillones de átomos, y teniendo en cuenta que la materia no se destruye, pero sí se transforma, probablemente miles de millones de esos átomos han sido reciclados de Beethoven, o Julio César, o Shakespeare. En ese sentido, todos estamos relacionados el uno al otro. El lo explica así: se necesita una madre y un padre para producirnos a cada uno de nosotros, y cuatro para producir a nuestros padres. Si nos remontáramos 8 generaciones hacia atrás, hacia los días de Lincoln, más de 250 personas contribuyeron a la creación de cada uno de nosotros; si nos remontáramos a los tiempos de Cervantes o Shakespeare, somos descendientes directos de 16,384 ancestros. Esa familia extendida que somos habita el pequeño planeta Tierra cuyos continentes se alejan uno del otro.

Y en ese sentido, dice Bryson que Europa y Norte América se alejan uno del otro a una velocidad comparable al crecimiento de una uña humana, la cual alcanzaría dos yardas en toda una vida de crecimiento. El continente Africano, de la forma que crece hacia el norte, algún día extinguirá el Mar Mediterráneo y de París a Calcuta se extenderá una cadena de montañas tan alta como el Himalaya.

Otra de las consideraciones de Bryson es la importancia de la luna para nuestra supervivencia. Si no fuera por ella, la tierra desencajaría de su eje, sus órbitas serían erráticas y ciudades como New York estarían sepultadas bajo agua. Lo curioso es que ha habido y hay un alejamiento lento pero constante entre la luna y la tierra.

Y así hace Bryson una serie de aserciones que son al parecer extrañas, pero que en el contexto de lo extraño y complejo de un universo que se dice todavía sigue en expansión, no lo parecen tanto. El sol alrededor del cual gravita la tierra es sólo uno de quizás 400 mil millones de estrellas existentes en nuestra Vía Láctea, la cual es sólo una entre unas 140 mil millones de galaxias en el universo.

Al leer un libro como el de Bryson, quizás lo que quede latente en nosotros no sea lo extraño de todo, incluyéndonos a nosotros mismos, sino lo pequeño e insignificante de nuestras diferencias, que en última instancia nos hacen tan similares entre sí y en comparación con los demás habitantes del universo, sean estos objetos inanimados o seres inteligentes.

En suma, como un electrón en órbita alrededor de su núcleo, somos sólo una pieza más de ese gigantesco átomo que es el universo enfrentados a un destino común, deambulando por igual a merced de un globo giratorio al que no podemos parar ni controlar y del que no nos podemos desmontar. De alguna manera somos polvo cautivo de una nebulosa gigantesca, importantes nada más en nuestra propia conciencia.

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