SOBRE MAX PUIG
Por Melvin Mañón
Cuarto artículo de una serie sobre candidaturas y movimientos de cara al 2012.
Por haber sido compañeros de escuela, antitrujillistas de niños y vecinos en la adolescencia temprana, Max Puig debiera ser –para mí al menos- el mejor conocido y el más fácil de analizar de las propuestas alternativas.
No es así.
Tradicionalmente, Max ha sido un tipo discreto por no decir sigiloso; me constan personalmente su responsabilidad, su sangre fría y su valentía personal. En los días turbulentos del desembarco de Playa Caracoles, él fue de los muy pocos que me ayudó y aunque ni él, en ese momento, ni yo mismo, entendíamos a cabalidad los acontecimientos de los que éramos parte. Ese testimonio fue consignado hace muchos años en mis libros: OPERACIÓN ESTRELLA y TRAVESÍA.
Max es un tipo culto, muy bien educado, incluso antes de haber recibido una educación francesa. Es uno de los pocos que vivió y bebió en la experiencia de las revueltas estudiantiles del Paris francés y, por confesión propia, ama la política, es algo sin lo cual no ha querido vivir. Así me lo dijo en su propia casa, una noche, años atrás. Justo por aquí prefiero adentrarme en la valoración de su proyecto.
Max ha sido capaz de mantenerse activo y vigente en la política dominicana pero más como actor de reparto que como protagonista. La vocación de poder esencial y primaria, esa fuerza que mezcla ambición, determinación y destrezas no ha estado ahí con la intensidad suficiente o en la combinación apropiada. Max no está en el imaginario de poder de las mayorías dominicanas, pero eso tampoco significa que no podría estarlo ni que esté condenado a la exclusión. Aunque algunos puedan creerlo capaz de, estando ahora en la oposición, devolverse tras un acuerdo con el gobierno, en realidad, sus dificultades son de otro tipo y tienen que ver con la creación misma de su Alianza por la Democracia (APD) cuya proyección y expansión posible ha sufrido severos daños colaterales y se convirtió más en un subproducto de su alianza con el gobierno que en la punta de lanza de un proyecto transformador propio.
Cuando Max hizo de Ordenador de Lomé alcanzó cierto brillo y notoriedad como funcionario, acaso más de la que tuvo como Ministro de Medio Ambiente donde la polémica pareció ahogarlo. A pesar que el de Lomé era un cargo que la gente común ni siquiera entendía, contenía cierto número de promesas y oportunidades para los sectores productivos del país. Por su parte, Medio Ambiente habría de resultar un campo minado tanto como pudo haber sido una plataforma de alcance nacional desde la cual haberle dado al país una visión previa de lo que pudieran esperar los dominicanos en caso de que llegara, como ahora aspira, a la Presidencia de la República. Tal vez no lo hubieran dejado hacer gran cosa, pero de todos modos, el país lo valoraría de manera distinta. Para eso hacía falta que todo lo que intentó hubiera trascendido y se hubiera convertido en materia de opinión pública, algo que habría engrandecido su imagen pero también recortado su vida útil en el cargo por los enfrentamientos con el ala más corrupta del entorno de Leonel Fernández. El enfrentamiento público con Felucho Jiménez alrededor de la intención de aquel de incorporar –con bendición presidencial- las áreas protegidas al territorio de los negocios donde trafica con éxito, descaro e impunidad no se convirtió nunca en lo que debió ser. El país no se enteró de la mitad de lo que debía y Max no esgrimió su victoria –al menos temporal- porque eligió reducir el conflicto en vez de difundirlo. En esta y otras elecciones similares reside, al menos en parte, el dilema entre el candidato y el funcionario. La permanencia de Max en el cargo requería prudencia y tolerancia para sobrevivir mientras que el futuro del candidato quedaba mejor servido con un acto de ruptura y denuncia que ahora pudiera reivindicar como un legado reconocido por otros.
Una situación similar a la anterior habría de acontecer con la importación de delfines a lo cual y por razones válidas Max se opuso y que terminó costándole el cargo, una vez más, sin que el país se enterara. Sin que la gente supiera que la importación de delfines está prohibida y que es una prohibición tan severa que está amparada por varios tratados de los cuales el país es signatario y que, incluso el gobierno de los EE.UU. prohíbe sobrevolar su territorio a cualquier aeronave que transporte estos delfines.
Para muchos, la estadía de Max como aliado del PLD de Leonel duró mucho más de lo que lo favorecía a él mismo y su salida del gobierno pareció, sin haberlo sido, más un divorcio por mutuo consentimiento que por incompatibilidad de caracteres como le hubiera convenido a él y me hubiera gustado a mí.
El dilema vivido por Max contiene más de una paradoja. La dificultad de diferenciar y decidir entre los intereses del corto y del largo plazo es apenas una de ellas; otra de mayor trascendencia es, la dificultad de reconocer los méritos de permanecer honesto y funcional dentro de un gobierno o estructura de poder que sabemos corrupta versus abandonar cualquier esfuerzo de corrección desde dentro y denunciarlo todo desde fuera. Luchar desde dentro o denunciar y combatir desde fuera, ahí está el dilema, nada fácil de resolver.
Al igual que los demás candidatos de proyectos alternativos Max, para salir del cerco, para romper el maleficio de presidir sobre minorías electoralmente insignificantes, necesita romper con la lógica del sistema, necesita elaborar un discurso nuevo y, conjuntamente con lo anterior, emprender y asumir la práctica política que le corresponde. Desechar los caminos tradicionales a favor de la innovación. Esta resulta de la escasez de recursos económicos y la decisión de no rendirse ante un destino oprobioso.
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