Por Mark Weisbrot
Codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR).
En los últimos desarrollos en Wisconsin, los senadores estatales Republicanos han esquivado la necesidad de obtener un quórum para aprobar la ley presupuestaria de Scott Walker al eliminar las medidas fiscales y en vez sólo aprobar las nuevas leyes limitando el derecho a la negociación colectiva de empleados estatales y públicos. Esta dudosa maniobra táctica niega el pretexto que Walker y sus aliados Republicanos han mantenido: que el proyecto de ley era necesario para cortar el déficit presupuestario del Estado. Además, esta nueva maniobra demuestra que el verdadero objetivo de Walker, tal como han argumentado desde el comienzo los manifestantes en Madison, es romper el último rastro del poder obrero en Estados Unidos – el poder de los empleados públicos de organizar sindicatos y negociar colectivamente. Explícita o implícitamente, la ambición de Walker es completar el proyecto iniciado por Ronald Reagan hace 30 años.
Pero esta triquiñuela legislativa en el Capitolio de Madison huele a desesperación. Es muy posible que la Derecha en Estados Unidos haya sobrepasado su alcance en su ataque contra los sindicatos del sector público, provocando a la base izquierdista/liberal del partido Demócrata, causando una insurrección en Wisconsin y en otros lugares, y causando una fuerte reacción entre el público. La más reciente encuesta Rasmussen muestra que la desaprobación de Walker ante el electorado llega a entre el 57 y 43 por ciento, con 48 por ciento afirmando que “desaprueban fuertemente.” Pero también hay unas cuantas lecciones positivas que los progresistas y liberales de Estados Unidos pueden aprender de la estrategia política de la derecha.
No es sólo el hecho de que estos gobernadores Republicanos como Scott Walker y John Kasich (Ohio) y otros líderes republicanos están dispuestos a tomar riesgos y luchar por lo que quieren. Es también el hecho de que luchan por reformas estructurales – reformas que cambian el terreno político de manera que les favorece en sus siguientes batallas y en la “larga guerra” a la que ellos están comprometidos.
Subvertir y destruir a los sindicatos y el derecho a la negociación colectiva es una de las reformas estructurales más importantes que un gobierno derechista puede ganar. Y no es sólo porque, como se ha afirmado ampliamente, los sindicatos contribuyen dinero a las campañas políticas de candidatos demócratas. La verdad va mucho más profundo que eso. Actualmente el movimiento obrero está relativamente débil, pero durante más de un siglo ha sido la fuerza más importante detrás de reformas económicas positivas en Estados Unidos, de la jornada laboral de ocho horas, al seguro de salud y Medicare, la seguridad social, pensiones y el sueldo mínimo. El lema obrero, “Los sindicatos: los que te dieron el fin de semana,” es una verdadera, pero comúnmente ignorada, realidad histórica en Estados Unidos.
Ronald Reagan tenía esto muy claro cuando despidió a 12,000 operadores de tráfico aéreo poco después de llegar a la Casa Blanca en 1981 para romper la huelga y comenzar una nueva era de represión obrera en la que los trabajadores del sector privado prácticamente perdieron todo derecho para organizar sindicatos. Su agenda fue tan radical, que incluso asustó a muchos conservadores – es por eso, en parte, que Reagan perdió la nominación Republicana en 1976. Aún después de que él ganó la presidencia en 1980, la mayoría de la clase empresarial no estaba convencida que era posible volver a las relaciones industriales del siglo 19 – hasta que Reagan lo logró. Cuando él llegó a la Casa Blanca, el 20 por ciento de la fuerza laboral formaba parte de un sindicato; ahora la tasa es de tan sólo 6.9 por ciento.
La destrucción del movimiento obrero fue esencial para varios otros logros históricos de Reagan, incluyendo el comienzo de la más masiva re-concentración del ingreso en la historia de Estados Unidos. Durante los 25 años después de que asumió el poder, el ingreso real (tomando en cuenta la inflación) pos-impuestos del uno por ciento más rico de la población más que triplicó, mientras que el ingreso de la persona común casi no creció nada. Pero logró tanto más en el mundo de las ideas derechistas, la política extranjera, la reforma fiscal, y en otras áreas. Sin tener un verdadero mandato del pueblo, Reagan aún fue un presidente que transformó el mundo, tal vez más que cualquier otra persona durante la segunda mitad del siglo veinte. Pero desafortunadamente los cambios que lideró empeoraron las vidas de la mayoría de las personas en el mundo – y en lugares como Centroamérica, decenas de miles fueron asesinados por dictadores, caravanas de la muerte, y “luchadores por la libertad” que él apoyó.
Comparen el liderazgo de Reagan y hasta los menos hábiles republicanos de hoy en día con sus homólogos del otro lado. Bill Clinton también luchó por reformas estructurales. Su principal prioridad legislativa durante su primer año como presidente fue luchar por NAFTA, el cual debilitó el poder de los obreros aún más en Estados Unidos. Al crear la Organización Mundial del Comercio e implementar reformas a la protección social y la desregulación del sistema financiero, Clinton continuó con los cambio estructurales derechistas de la era de Reagan – tanto que cuando George W. Bush llegó al poder no quedó mucho por hacer. Bush intentó atacar el sistema de seguridad social, pero fue derrotado. (Clinton tenía un plan similar para la privatización parcial y cortes a la seguridad social, pero tuvo que dar la marcha atrás debido a presión política.)
Y ahora llegamos al presidente Obama, quién en realidad tenía un mandato para el cambio cuando la mayoría del electorado finalmente se rebeló en contra de casi cuatro décadas de reformas derechistas y el dolor y la ansiedad causado por la gran recesión. Una reforma estructural que Obama prometió apoyar durante su campaña era el Employee Free Choice Act, un proyecto de ley que restauraría bastante de los derechos de negociación colectiva que Reagan destruyó. El presidente Obama abandonó esa promesa rápidamente.
En torno al sistema de salud, Obama se alejó de su promesa de apoyar una opción pública – la cual no era en sí una reforma estructural, pero por lo menos una posible apertura para la reforma estructural del sistema de salud que este país realmente necesita. Una reforma de salud auténtica sería un cambio estructural progresivo clave, no mínimamente porque eliminaría el problema del déficit fiscal al largo plazo en Estados Unidos y por lo tanto también derrumbaría el principal pilar de la agenda fiscal derechista/conservadora.
Podría continuar, pero mi propósito no es criticar a Obama. Él simplemente representa el liderazgo político del partido Demócrata después de casi cuatro décadas de desvío derechista impulsado por reformas estructurales conservadoras. Esto es algo en el que los expertos se equivocan todos los días: el liderazgo liberal no es débil porque este es un país naturalmente conservador. Aunque los resultados de encuestas fluctúan dependiendo de la cobertura mediática y como se formulan las preguntas de encuesta, durante décadas han habido encuestas mostrando que la mayoría del país está a favor de una verdadera reforma de salud (Medicare para todos), profundos cortes al gasto militar, el fin de las intervenciones militares en otros países, impuestos más altos para los ricos, gastos públicos para aumentar el empleo (como se necesita ahora), y la mayoría de la agenda progresista.
La raíz del problema no se encuentra en el pueblo sino en los pasillos del poder, en los medios de comunicación, el Congreso y las varias instituciones – incluyendo a las liberales – que se han movido hacia la derecha durante los últimos 40 años debido a los esfuerzos estratégicos de la derecha. Es por eso que los progresistas se encuentran luchando batallas defensivas, como en Wisconsin –mientras que la derecha, que no tiene poder ni en la presidencia ni en el Senado- juega a la ofensiva. Va a tomar algo de tiempo para llegar al punto en el que las reformas estructurales progresistas se encuentren en la agenda.
Pero ese tiempo llegará, y las rebeliones masivas a favor de la negociación colectiva son un gran e inspirador comienzo desde donde nuevas organizaciones y líderes emergerán – Inshallah (dios dispuesto) – como dicen en Egipto.
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