Por Aquiles Julián
El autor es escritor. Además, edita y dirige cinco colecciones de libros digitales gratuitos que regala por la Internet.
El señor Luis José Domínguez, a quien tampoco tengo el gusto de conocer, escribe un artículo para, en su opinión, defender a su esposa, el libro que ella escribió y a la tiranía de Trujillo de la sugerencia que hice para que la señora María de los Ángeles Trujillo de Domínguez fuera enjuiciada a fin de que probara las afirmaciones que hace en el libelo que publicó sobre el infausto crimen de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal y el chofer Rufino de la Cruz (véase “No tan deprisa…” Atanay)
Como, en opinión del lector Juan Pérez Fernández el señor Domínguez me lanza unos “piropos” y expresa que los lectores de Atanay.com están “a la espera” de mi respuesta a dichos piropos, y también porque considero que el señor Domínguez merece conocer mi opinión frente a sus opiniones, aprovecho la oportunidad para complacer tanto al señor Pérez Fernández y a los lectores interesados en lo que yo tenga que opinar al respecto, como en corresponder al señor Domínguez, pues aunque, como veremos, incurre en suposiciones, calificaciones y un manejo impropio de términos, lo hace sin recurrir al insulto. Expresa su punto de vista y, aunque discrepo, creo valiosa la oportunidad que me brinda para esclarecer algunos puntos.
Partiendo de una cita que hace del libro escrito por su esposa, el señor Domínguez me califica como un “franco-difamador al acecho”.
A riesgo de ser pesado, prefiero ir definiendo los conceptos. Como una palabra no significa lo que uno quiere, sino lo que el consenso social le asigna como contenido, vale la pena saber de qué hablamos cuando empleamos un término.
Difamar, que proviene del latín diffamare, significa hacer perder el crédito y la buena fama a una persona. Y difamador es quien comete la acción de difamar. El Diccionario Manual de la Real Academia Española define difamar como “desacreditar a uno publicando cosas contra su buena opinión y fama. Poner una cosa en bajo concepto y estima”. El neologismo franco-difamador supongo que es una construcción, una palabra compuesta, y partiendo de que no creo que lo de franco provenga de su aceptación galo, francés, ni por la de franqueza, deduzco que es un concepto construido a partir del término francotirador. Como, según el autor, lo que tiro son difamaciones en contra de la autora, soy en su juicio un franco-difamador.
Ahora bien, ¿cuál fue mi difamación? Hice una recomendación: que las instituciones y familias que se sienten afectadas por las afirmaciones vertidas por la señora Trujillo en su libro sin aportar prueba alguna de sus asertos, la sometan a la Justicia instrumentando una demanda de reparación para que ella demuestre con pruebas incontrovertibles sus acusaciones. Igualmente recomendé que dicha demanda se interpusiera ante los tribunales norteamericanos (donde la señora Trujillo incluso tiene una hija que es funcionaria del sistema judicial norteamericano: fiscal federal en Puerto Rico), por razones que expliqué y no es preciso refrescar (véase mi artículo: El regalo de Angelita Trujillo a los dominicanos, Atanay)
¿Es una recomendación de recurrir a la justicia a ventilar una afirmación injuriosa o falsa, en opinión de las familias afectadas, una “difamación”? ¡En modo alguno! Recurrir a la justicia y entablar juicio es el único modo civilizado, decente, moralmente válido, socialmente aceptado, de dirimir litigios, establecer responsabilidades y clarificar según la ley quién tiene razón y quién no.
No es diciendo una cosa por aquí y otra cosa por allá, sin pruebas, sin documentos que avalen y respalden las afirmaciones, como se establecen responsabilidades. De hecho, parece ser que este es el camino escogido por las instituciones que se sienten agraviadas por las afirmaciones de la señora Trujillo, según un comunicado de dichas instituciones que aparece en la página del Museo Memorial de la Resistencia Dominicana, una institución, si mal no tengo entendido, creada y financiada por el Estado dominicano y que afirma: “Al mismo tiempo hacemos la debida reserva de derechos para proceder a tomar las medidas legales correspondientes y que consideremos pertinente y de lugar tanto en República Dominicana como en el extranjero” Museo de la resistencia
La señora Trujillo Martínez salió del país a los 22 años de edad. Hasta el 30 de mayo del 1961 había vivido en una burbuja de ensueño, ajena a las realidades que sostenían el sangriento régimen de su padre. No culpo a la señora Trujillo ni del padre que tuvo ni de la vida que llevó. Nadie elige a sus padres. Y tampoco es responsable de la dictadura. Ni de las torturas. Ni de los secuestros. Ni de los crímenes. Ni de las tropelías. No lo fue y no lo es. Y, además, tiene todo el derecho del mundo a escribir su libro y todos los libros que desee; de exponer sus puntos de vista y de defender a su padre.
De hecho, el libro de la señora Trujillo, el cual según el señor Domínguez “un sector recalcitrante” ha “recurrido a la ilegalidad, a la intimidación y hasta la violencia, para que el libro no llegue a manos del pueblo” se vende públicamente en distintos stands de la Feria Internacional del Libro 2010, evento organizado y financiado por el Estado dominicano, sin ningún tipo de cortapisas. Lo único que impide que “llegue a las manos del pueblo” es el precio: RD$850.00 pesos el ejemplar, ya que según la Tesorería de la Seguridad Social, TSS, de la República Dominicana el 62% de los empleados dominicanos gana menos de RD$10,000.00 al mes y el 92% menos de RD$25,000.00 pesos. Los bajos salarios y, por otro lado, la carencia de hábito de lectura son los dos factores que pueden impedir que el libro de la señora Trujillo llegue a las manos de quien quiera leerlo. No observé ningún acto “ilegal, de intimidación y hasta de violencia” contra los expositores que tienen el libro exhibido públicamente en sus stands. Si el señor Domínguez duda de mis palabras le invito a que se apersone en la FIL 2010 que se realiza en el lugar en lo que antes estuvo la residencia del tirano Rafael L. Trujillo y hoy se levanta la Plaza de la Cultura y lo compruebe.
El señor Domínguez incurre ciertamente en un dislate cuando afirma que el libro de su esposa es un “libro cultural académico, respetuoso y fiel a la historia”.
Lamento tener que informarle que el libro de su esposa es un libelo.
El Diccionario Manual de la RAE define libelo como “Escrito en que se denigra o insulta a personas o cosas”.
Al hacer afirmaciones sin pruebas que las soporten, sin documentos ni fuentes testimoniales de credibilidad fuera de toda duda, acusando a personas específicas de hechos infamantes y delictivos, la señora Trujillo Martínez incurre en el delito de difamación, precisamente el que el señor Domínguez me endilga sin poder probarlo.
Entiendo y acepto que él le crea a su esposa. Ahora de ahí a pedir que la palabra de su esposa sea creída sin ningún tipo de documentación de soporte, eso ni él ni nadie se lo puede pedir a otro. A la señora Angelita Trujillo que le crean su esposo, sus hijos, sus allegados y los nostálgicos del régimen de fuerza y terror de su padre. Pero le informo que lamentablemente la carencia de soportes probatorios de sus afirmaciones descalifican el libro para tener algún valor académico. Mucho menos para decir de él que es respetuoso y fiel a la historia.
Desconozco cuál fue la primera y cuál fue la segunda descarga de la que habla el señor Domínguez, al calificar mi artículo de “la tercera descarga”. Si está viviendo un episodio paranoico en que ve una confabulación donde no la hay lo lamento. No soy parte de ningún clan, grupo, logia, etc. Como su esposa hizo unas afirmaciones, y localmente se enervaron los ánimos, recomendé como sigo recomendando que se la encause para que pruebe sus afirmaciones. Si eso es difamar, explíqueme de qué manera lo hago.
Paso por alto los “piropos” de que parece que no soy dominicano, porque tengo entendido que el señor Domínguez ha vivido la mayor parte de su vida fuera del país y yo, por el contrario, he vivido toda mi vida en mi país, y he vivido en mi país más años que los vividos por el señor Domínguez en él, así que su expresión no pasa de ser una broma. Y si el señor Domínguez se toma la molestia de colocar mi nombre en Google tendrá un amplio perfil de mi persona, incluyendo premios literarios, actividades empresariales, reconocimientos, y los libros digitales que edito y distribuyo gratuitamente. He vivido siempre sirviendo modestamente a mi país. Y por mí ninguna familia dominicana ha perdido a un pariente; ningún hijo ha perdido a su padre; no hay nada que avergüence a mis hijos ni a mis conciudadanos. Tampoco he vivido del erario público ni de lo robado al país. Nunca he sido empleado o funcionario de ningún gobierno ni aspiro a ello. Siempre he vivido de mi trabajo en la empresa privada o como emprendedor. No he sido sicario. No he sido botella. No he sido torturador. No he sido adulador. No he sido cómplice. No he sido calié. No he sido del SIM. No he sido nada que me afrente, degrade o me haga bajar la cabeza.
El señor Domínguez igualmente me hace una enumeración de los que considera logros de la tiranía de su suegro. Sin embargo, tomándole la palabra al señor Rafael Bonilla Bailón con quien tuve la oportunidad de sostener un fructífero intercambio de opiniones y que comenta el artículo del señor Domínguez: “Es cierto que en el gobierno de Trujillo se hicieron muchas cosas malas”, lamentablemente el señor Domínguez parece sólo conocer las buenas. ¿Qué precio pagó la sociedad dominicana por todas esas obras? Sería conveniente que junto a su enumeración me hable de la tristemente célebre “42”, del crimen del escritor Virgilio Martínez Reyna, incluyendo a la esposa embarazada; de los centros de tortura de “El 9” y “La 40” que como coronel tuvo que conocer (no se llegaba a ese rango sin hacer “servicios especiales” para el régimen, véase la obra de Joaquín Balaguer, La palabra encadenada, Pág. 389), de los fusilamientos en San Isidro, del exterminio de familias enteras, del despojo de otras, del secuestro de Galíndez en los Estados Unidos y los crímenes cometidos en el exterior por sicarios como Félix W. Bernardino: la muerte de Mauricio Báez, Requena; el crimen de Ramón Marrero Aristy que llenó de pavor a los propios colaboradores de la tiranía, que ya no se sintieron a salvo del tirano, el de las Mirabal… ¿Ese es el precio de “la era más fecunda”, señor Domínguez? ¿Cuántas vidas se deben sacrificar por un “palacio” de esos que describe?
El señor Domínguez cuestiona que tilde a Trujillo de “delincuente”, pero es su propia hija, Angelita, la que lo incrimina implícitamente, cuando dice en su libelo que Trujillo supo que Pupo Román y Luis Amiama Tió junto a Segundo Imbert Barrera fueron los autores del asesinato de las hermanas Mirabal y el chofer Rufino de la Cruz y, siendo el amo y señor del país no procedió judicialmente contra ellos, por lo que se hace cómplice de encubrimiento ¿O no, señor Domínguez? Y como el encubrimiento es un delito, y aquí le sugiero que se auxilie con la señora María de los Ángeles Domínguez Trujillo, fiscal federal de Puerto Rico, para que le explique que encubrir es un crimen, y más cuando usted tiene una posición de poder, que es un delito, entonces ¿es o no según Angelita Trujillo su padre un delincuente?
También comete un error al decir que Trujillo “legó toda su fortuna al pueblo dominicano”. Primero, porque es falso: según tengo entendido, a menos que usted pueda probarme lo contrario, fue Ramfis Trujillo quien, por sugerencia de los norteamericanos y como un gesto tendente a que al país le levantaran las sanciones impuestas tras el atentado fallido al presidente de Venezuela Rómulo Betancourt por la Organización de Estados Americanos, OEA, transfirió al Estado dominicano las empresas propiedad de la familia Trujillo. Y segundo, porque es conocido que sacaron fuertes sumas en dólares y otros bienes cuando huyeron del país, lo que le permitió a Ramfis vivir a sus anchas en Francia y España, y a su esposa y a usted disfrutar una vida sin tener que ganarse el pan. Así que sólo legaron lo que no pudieron llevarse, señor Domínguez.
Pero veamos a un colaborador fiel del tirano definir su régimen en algunos párrafos. Como el señor Domínguez admitirá, Joaquín Balaguer conocía mejor el régimen que lo que el señor Domínguez pudo haberlo conocido, así que recurramos al testimonio del expresidente de la República en La palabra encadenada. Trujillo, según Balaguer, “para sus grandes crímenes o para las mil iniquidades que nacían en su conciencia tortuosa, se valía de los agentes de su Servicio de Seguridad y de toda la morralla abominable que se fue formando durante treinta años a la sombra de sus sistemas represivos” (Pág. 362), “consideró siempre las grandes fortunas ajenas como un atentado a su poderío político” (Pág. 394), “Las páginas de la “Era de Trujillo” están llenas de hechos de sangre.” (Pág. 356); “Cuando el país se hallaba en calma, cosa que ocurrió frecuentemente durante los primeros veinte años de la “Era de Trujillo”, impartía órdenes para que en algún lugar público apareciera alguien asesinado” (Pág. 350). ¿Miente el doctor Balaguer? ¿Es otro “franco-difamador”?
En cuanto a su opinión de que a Trujillo nos lo “deparó la Divina Providencia”, le remito a la anécdota que cuenta el doctor Balaguer, que sí mantenía una gran cercanía con el tirano como hombre de confianza. En las páginas 357-358 de La palabra encadenada relata un suceso acontecido a finales de 1956. Cuando uno de los serviles del régimen, el señor Rafael Paíno Pichardo expresó que Trujillo “era el representante de Dios en la República Dominicana como lo era el Sumo Pontífice ante el género humano. Trujillo, sorprendido y acaso desagradado por aquella comparación bombástica, interrumpió al disertante, exclamando con ademán autoritario: “No señor, a quien yo represento aquí es a Satanás”. Como un dicho jurídico reza que “A confesión de parte, relevo de prueba”, no hay tal Divina Providencia, señor Domínguez: Trujillo fue un engendro de Satanás, por propia confesión.
Casi al final de su artículo el señor Domínguez se refiere a “los archivos privados de Angelita” y lo hace incurriendo en suposiciones y haciendo inferencias falsas, pues no sé a quiénes se refiere como mis “amigos” que “saldrían muy mal parados”. Si el señor Domínguez no me conoce, ¿de dónde conoce a mis amigos? ¿Quiénes supone que son? Ningún amigo mío saldría mal parado por dos razones: 1. Porque todos mis amigos nacieron en las postrimerías de la tiranía y, por ende, no tienen nada que ver con esa época; 2. Porque mis amigos son escritores, intelectuales y personalidades como Manuel Núñez, José Enrique García, Manuel García Cartagena, Efraím Castillo, Elías Serulle, José Manuel Hernández, etc., y le puedo asegurar que me siento orgulloso de ellos, que sé de su integridad, buen nombre y hombría de bien, y que hago un esfuerzo personal de ser digno de su amistad y aprecio. No sé cómo ellos saldrían mal parados de los archivos de Angelita Trujillo, pero por ellos y con ellos, le pido que haga públicos los documentos que los dejarían a ellos o a mí mal parados frente a la opinión pública. Y que haga públicos los documentos que dejan “mal parados” a quienes sean. Ese recurso se tipifica como chantaje. Exponga lo que considere usted que la sociedad dominicana debe conocer, pero documentado, con pruebas incontrovertibles, no diciendo algo sin ningún tipo de aval o respaldo. Si no, entonces el señor Domínguez tendría que explicarme quién de los dos es el difamador.
Adenoma Hepático en paciente con Esplenectomía Previa: Estudio Sonografico
y Elastografico
-
Femenina de 42 años de edad con historia de esplenectomía previa hace unos
años y 4 cesáreas. Consulta con su gastroenterólogo por estreñimiento
severo y...
Hace 5 días
No hay comentarios:
Publicar un comentario
galley472@yahoo.com