Por Fidelio Despradel
Gobierno y Estado se degradan en práctica perversa de “dejar hacer”
Leo con asombro la reseña de Hoy del jueves 6: “Presidente elogia acuerdo desarrollo venezolano” (…) “se muestra sorprendido por el modelo de acuerdo firmado con Venezuela en materia de intercambio y desarrollo comercial, modelo que se fundamenta en la lógica de la solidaridad de la cooperación y solidaridad de los sectores de producción no tradicionales”. (…) “El acuerdo evidencia una nueva conceptualización acerca de cómo deben fundamentarse las relaciones entre los pueblos”.
Solidaridad, cooperación, priorización de la producción nacional, soberanía es lo que reflejan los párrafos de esta larga reseña.
Este es el discurso del Dr. Fernández en los cónclaves internacionales.
La otra faceta, también brillante, es cuando actúa para “limar asperezas”, cautivando a los participantes.
Creo conocer al Dr. Fernández. He seguido su trayectoria y lo he tratado con respeto. La eficiente maquinaria que legó el profesor Bosch al PLD es elitista.
La intransigencia ética del maestro es cosa del pasado. Necesitan recuperarse de ese lastre “bochista”; se saben parte de una maquinaria creada por un político ejemplar, pero hoy no hay ni uno que no considere que “don dinero” sea el dueño de la política.
Su buró Político es una maquinaria eficiente. Toma medidas colectivas y las pone en práctica con presteza.
Esta maquinaria acepta al Dr. Fernández mientras este respete el horizonte y ética del colectivo y el comportamiento de cada uno.
El Dr. Fernández, mi amigo, ha “aprendido” la política de “dejar hacer”. Esa es su arma fundamental.
Cada ministro, director de departamento, gobernador, legislador, dirigente de partido; cada juez, cada alto oficial con una función de dirección, crea su propio anillo de poder, con la condición de que este poder no colide con el del Dr. Fernández. Gobierno y Estado se degradan en esta práctica perversa.
Todos saben que ninguno puede competir con el líder. Aceptan su liderazgo. No tienen la brillantez y el sentido de oportunidad que tiene el Dr. Fernández en los escenarios nacionales e internacionales, ni su capacidad de colocarse por encima del “bien y el mal”.
Mientras tanto, el país es un caos, con perspectivas ominosas: cada funcionario (civil o militar; del gobierno o de los demás poderes del Estado) asume el “dejar hacer” y crea su propio entorno de poder semiautónomo.
El aparato productivo languidece; la educación es una vergüenza; el derecho a la salud un mito; la soberanía nacional algo negociable.
Narco, lavado y bandas criminales campean impunemente. Ni el gobierno ni el Estado funcionan. Esta es la consecuencia de la concepción del poder que el Dr. Fernández ha aplicado con brillantez.
Las embajadas deben informar verazmente a sus respectivos gobiernos, para que las políticas de Estado y los objetivos estratégicos no entren en colisión.
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