domingo, 27 de septiembre de 2009

El optimismo es mejor

Por Isaías Ferreira

“Hoy puede ser un gran día/ Plantéatelo así/ aprovecharlo o que pase de largo/ depende en parte de ti…
Dále el día libre a la experiencia/ para comenzar/ y recíbelo como si fuera/ fiesta de guardar...” (Joan Manuel Serrat)

Entre ser optimistas y ser pesimistas, estaremos mejor servidos si elegimos ser optimistas. El resultado es a la larga más halagüeño... y aun cuando las cosas no salgan de primer intento como habíamos planificado, su impacto negativo puede amortiguarse con un poco de preparación mental, y podremos continuar nuestro rumbo sin mayores consecuencias, hasta lograr mejores resultados.

El optimismo es como un imán que atrae a las personas y circunstancias que favorecen nuestra causa. Debemos tener en cuenta que a veces lo que parece ser un revés bien podría ser un “toquecito” en el hombro para que enderecemos el rumbo o un llamado de alerta para que nos preparemos y volvamos a la batalla mejor equipados. Cada revés debe verse como una lección de la que debemos sacar el mayor provecho para no volver sobre los pasos que nos llevaron a un sitio que no fue el que anticipamos. Perder una batalla, de modo que a la larga podamos ganar la guerra, es siempre una buena opción.

Optimismo no es que el lodo se nos antoje ser chocolate y tratemos de beberlo pensando que por el solo hecho de imaginarlo como tal lo cambiaremos. No, no hablo de ese espejismo tonto. Pero no debe haber razón para que no veamos lo bueno en todo, aunque nos mantengamos cautelosos y alertas, y para que no tomemos riesgos calculados.

Tampoco hay razón para derrotarnos antes de emprender una lucha con frases como “voy a ir a buscar trabajo, pero sé que no me van a emplear”. ¿A qué va entonces? Debemos esperar siempre el mejor desenlace posible aun cuando las probabilidades estén un millón a una en contra de lo que perseguimos y prepararnos mentalmente para estar dispuestos a descartarlo como un evento más si las cosas no salen como lo esperábamos. No debemos revivir los reveses en nuestras mentes, si no visualizar sólo lo positivo. De los reveses aprendemos, los sepultamos y seguimos sin mirar hacia atrás.

Y porque en la vida inciden tantos factores, muchos que escapan a nuestro control, los reveses vendrán, no importa cuán preparados estemos o cuán optimistas seamos.

La vida es un flujo continuo de picos y valles y lo más natural es que al cabalgarla, uno de sus obstáculos nos haga rodar. Todos resbalamos en la vida; a veces múltiples veces. Los reveses son cosa natural, por eso no debemos identificarlos con nuestra personalidad y volvernos pesimistas. Podemos fallar en un millón de cosas, pero no debemos admitir que seamos perdedores y permitir que los reveses se adhieran a nuestra personalidad convirtiéndonos en derrotistas o fracasados.

Sólo fracasamos cuando no aprendemos de los reveses, decía Vince Lombardi, un famoso “coach” de fútbol norteamericano.

Es natural que un revés, o varios, nos aflijan, nos maltraten el ego y nos vuelvan cautelosos y hasta planten el temor al fracaso en nuestras mentes, llegando incluso a limitarnos la acción, principalmente cuando nos abocamos a lo desconocido, pero si no nos arriesgamos y actuamos, estaremos por siempre condenados a ser víctimas de las circunstancias y a la incertidumbre de “lo que pudo haber sido”. Además, un intento fallido, o cien, no son el fin del mundo, sino una oportunidad para hacer ajustes, recoger los bríos, e intentar de nuevo. En cada momento difícil siempre hay una oportunidad de convertirnos en mejores personas.

A la edad de tres años somos expertos en el fracaso pero también en el triunfo que trae la perseverancia. ¿Cuántas veces nos caímos antes de andar? ¿Cuántas veces intentamos hablar y lo que salió de nuestras gargantas fue ininteligible? Pero esa personita irrefrenable en su intento no se rindió, porque no conocía la derrota, sino que siguió intentando hasta que se convirtió en experta. ¿Son los retos de un adulto de mayor envergadura que los que enfrenta un niño? ¡NO! Cada reto, dentro de su marco único, tanto para un niño como para un adulto, tiene dimensiones aterradoras, pero también trae consigo la semilla de un logro satisfaciente.

¿No sería constructivo si cada vez que enfrentáramos un reto usáramos la determinación irreprimible del niño o la niña que llevamos dentro?: Si caemos, aun sea doloroso, nos paramos, nos sacudimos el trasero —repetimos el ritual cuantas veces sea necesario— y ¡echamos a andar como si nada!

Con mucha práctica nos volveremos expertos en todo lo que intentemos y con el tiempo ni nos acordaremos de las dificultades que conllevó llegar a dominar la situación. Todo, absolutamente todo, no importa en que etapa de nuestra vida estemos, es difícil... hasta que se domina. Y son las experiencias recogidas en ese camino, tortuoso a veces, el cual nos exige salir de nuestra “zona de confort”, nuestro mayor tesoro.

Lo que no nos destruye nos hace más fuerte, dice la máxima. El ejercicio, la práctica, nos robustece. Por eso debemos estar dispuestos a actuar, ahora mismo, y no dejar las cosas para luego.

Debemos echar la pelea como podamos, con las armas que tengamos, pues como escribía Hellen Keller —ciega y muda de nacimiento, quien después de una infancia y adolescencia atroces, se convirtiera en inspiración para millones de seres por su determinación a no dejarse dominar por su circunstancia—, “la vida debe ser una aventura audaz o nada”. Y no debemos desfallecer si lo que logramos no es perfecto en el primer tirón... ¡porque raras veces lo es! El escrito que leéis, ha sido revisado y corregido docenas de veces y estoy seguro que podría seguirlo corrigiendo por siempre, pero ello no sería práctico.

Raras veces las circunstancias son perfectas para emprender nuestras tareas, cualquier tarea. Lo que no podemos es permitir la “parálisis por exceso de análisis” y nunca arrancar.

No quiere esto decir que nos debemos abocar a una tarea sin antes hacer las investigaciones de lugar o que nos acostumbremos a quedar satisfechos con “lo que nos salga”; eso es irresponsabilidad y falta de respeto y vergüenza. Hay veces en que debemos hacer de tripas corazón, como dice el refrán. Además, lo que propongo es que después de haber dado honestamente lo mejor de nosotros mismos con los recursos a mano, saquemos las lecciones de la obra lograda y acto seguido avancemos al próximo peldaño… que cada obra se construya con la experiencia de la anterior y la supere.

Mirar la vida con optimismo y dar lo mejor de sí en cada situación es como depositar valores en nuestro subconsciente que tarde o temprano pagarán grandes dividendos.

Que sea la anticipación y la visualización del resultado de todas las tareas que emprendamos, siempre positiva y que nos preparemos a rechazar amargarnos si las cosas no salen como planificamos. ¡Vivir es un reto!… la vida pasiva y reactiva, además de monótona, es un fardo pesado tanto para el portador como para quienes lo rodean.

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