lunes, 21 de septiembre de 2009

Definiciones líricas del bolero


Por Luís Ramón de los Santos (Monchín)

Dedicado a Isaías Medina, al Dr. Anulfo Mateo, al Chino Caamaño, a mis amigos panameños y a José Antonio Bonilla, en El Salvador, boleristas empedernidos todos.

Nota preliminar: Si es usted aficionado al bolero, de cierta edad y dominicano, es muy posible que haya alguna vez escuchado el programa “Cien canciones y un millón de recuerdos”. Luis Ramón de los Santos, con su metal de voz inconfundible, fue por mucho tiempo el conductor de dicho programa. Monchín vive en Framingham, Massachusetts. Espere pronto una entrevista con el famoso locutor y mas de sus artículos acerca del bolero en el futuro.

El bolero permite un develado intercambio pasional que enciende el alma más allá de lo razonable, desborda la capacidad de resistencia y es al mismo tiempo mitigante bálsamo de las añoranzas íntimas, esas que nacen en el mismísimo hondón del alma y taladra la capacidad de raciocinio. El bolero puede ser alta poesía, así como a veces, ¿por qué no decirlo?, un compendio de cursilería. Como en todo, hay también boleros malos. De esos no quiero hablar, porque se descomponen ellos mismos; aunque es muy posible que en el curso de este escrito, pueda usted identificar algunos que no le gusten.

Quiero hablar, en términos generales, del bolero que es en esencia el amigo fiel que no nos juzga; del que sirve como herramienta de exorcismo de los demonios pasionales; del celestino que con la complicidad de su poesía sonorizada, es un grito desesperado que horada valles y montañas con la facilidad y la elegancia del vuelo grácil de un águila; del que representa el encuentro prohibido, el que sirviendo de ropaje transparente revela los compases interiores para que todo el mundo sepa cuanto amamos, deseamos, celamos, esperamos y sufrimos por otro ser. Quiero hablar del mensajero desinteresado que transporta el grito desesperado del amante en la distancia: “… hoy que te encuentras solita, tan lejos de mi; no sabes cuanto te extraño y sufro por ti”.

El bolero es el testigo del encuentro prohibido, el cómplice de una y mil batallas horizontales después de la verticalidad de un beso: “… acércate más, y más, pero mucho más, y bésame así, así…”; es resumen expresivo de nuestros sentimientos, alegrías, desengaños y temores más elementales: “… vida, si tuviera cuatro vidas, cuatro vidas serían para ti…”; “… ansiedad, de tenerte en mis brazos, musitando palabras de amor…”; “… tú que llenas todo de alegría y juventud…”; “… y me haces pensar, y me haces pensar, si te debo de amar…”; “…después que uno vive veinte desengaños, que importa uno más, después que conozcas la acción de la vida, no debes llorar. Hay que darse cuenta que todo es mentira, que nada es verdad. Hay que vivir el momento feliz, hay que gozar lo que puedas gozar, porque sacando la cuenta en total, la vida es un sueño, y todo se va…”

En Latinoamérica, el discurso del bolero ha sido tradicionalmente usado como introito a una declaración de amor o como expresión de una despedida dolorosa: “… nosotros que nos queremos tanto, que desde que nos vimos, amándonos estamos; nosotros, que del amor hicimos, un sol maravilloso, romance tan divino… debemos separarnos, no me preguntes más; no es falta de cariño, te quiero con el alma, te juro que te adoro, y en nombre de este amor y por tu bien te digo adiós…”

Dentro de la amplia gama de los sentimientos humanos no hay arista que no haya sido tocada por los artesanos de la música. Se le ha cantado al amor imposible: “… un imposible amor me está matando sin piedad, amor que tengo que lograr…”; a la entrega sin límites, carnal y/o emocional: “… esta vez, quiero entregarme a ti en una forma total…”; a la desesperación: “… adelante, quienquiera que sea, que me esté tocando, las puertas del alma…”; a quien se fue dejando el corazón huérfano de amor: “… acuérdate, acuérdate de mi, en tus noches igual que en tus días, si te abruma la melancolía, acuérdate de mi…”; al desprecio doloroso: “… me tienes, pero de nada te vale; soy tuyo, porque lo dicta un papel, mi vida la controlan las leyes, pero en mi corazón, que es el que siente amor, tan solo mando yo…”.

Hay amores que se van, dejando tras de si mucho dolor. Para esas experiencias desgarradoras, el bolero tiene su receta musical de esperanza: “… cuando vuelvas, nuestro huerto tendrá rosas, estará la primavera floreciendo para ti…”; o, “… al retorno de tu amor, nuestra luna tendrá nimbos de plata, los jilgueros vendrán de serenatas, a traerte mi llanto hecho canción…”; así como también tiene una receta de rechazo: “… sigue de frente, no te detengas en mi puerta, que allí dejaste casi muerta, toda mi felicidad…”.

Con el bolero nos identificamos y hacemos nuestras sus letras, porque canta algún trozo de nuestras vidas: “…ese bolero es mío, desde el comienzo al final, no importa quién lo haya hecho, es mi historia y es real. Ese bolero es mío, porque su letra soy yo, es tragedia que yo vivo, y que sólo sabe Dios…”

Es esa maleabilidad, que permite cantarle a tantos temas diferentes, lo que da al bolero su universalidad.

Se le ha cantado a la madre con amor profundo: “… ella me lleva en el alma, tú en la imaginación, tú me miras con los ojos y ella con el corazón…”; “… madrecita mía, yo te cantaré, recordando siempre tres palabras santas, corazón de Dios; déjame que llore y no llores tú, que al llorar recuerdo, tu canción de cuna, corazón de Dios…”.

La mujer en todas sus facetas ha sido fuente de inspiración permanente. Sus ojos, por ejemplo, que son las ventanas del alma, han sido tradicionalmente motivos de inspiraciones bellísimas: “… tus ojos, de mirar adormecido, tienen la suavidad de una caricia, tienen en su fondo cristalino, la divina pureza de tu alma…”; “… fueron tus ojos los que me dieron, el tema dulce de mi canción… aquellos ojos verdes, de mirada serena...”.

Se le ha cantado a la aventurera, a la que vende sus besos, a veces con desprecio, otras con compasión: “… con que te vendes, ¿eh?, noticia grata, no por eso te odio, ni te desprecio, espero a que te pongas más barata, sé que algún día, bajarás de precio…”; “… pobrecita golondrina, que camina por las calles del placer y del dolor…”; “… amor de la calle, que vendes tus besos a cambio de amor…”; “… y tú te vendes, quien pudiera comprarte, quien pudiera pagarte, un minuto de amor…”; “… vende caro tu amor, aventurera…”

El bolero ha sido también vehículo para que la mujer desahogue sus frustraciones y diga lo que piensa de los hombres: “… pero que mal calculé, yo te creía tan decente, y te gusta lo corriente, por barato yo que se…”; “… si te vas con tus amigos, yo me voy con mis amigas; no, no voy a quedarme en casa, y si me llegas a la una, puede ser que al otro día, yo venga en la madrugada…”.

En suma, el bolero es la medicina ideal para todos los dolores del alma: "... canción del dolor lamento, de un cariño santo, canción del amor, envuelto en un sabor de llanto..."; es el amigo importante que nos presta su lírica para envalentonarnos ante la desventura: "... aunque me cueste la vida, sigo buscando tu amor..."; para darnos consuelo: "...siempre fui llevado por la mala y es por eso que te quiero tanto..."; de paño de lágrimas en la nostalgia: "... Ay, que triste navidad, voy a pasar sin ti..."; para contar nuestra dicha: "... como fue, no sé decirte como fue; no se explicarte que pasó, pero de ti me enamoré..."; para que nos desahoguemos en nuestra impotencia: "... esperanza inútil, flor de desconsuelo, porque no te mueres, con un desamor..."; que sirve de compañero de parranda: "... mozo, sírvame la copa rota..."; que nos sirve de escape: "... vale más, vivir soñando, que querer vivir, en la realidad..."; en fin, todo lo que nos hace humanos: "... estoy celoso, de la gente que te mira y del aire que respira, estoy celoso..."

Sin embargo, hay dos temas que casi nunca han sido tocados por los compositores de boleros: La esposa y los padres. Esto quizás se deba a la idiosincrasia misma del bolero, cuyos temas se centran alrededor de sentimientos primitivos como son el amor carnal, rayano en la lujuria, la venganza, el desprecio, la esperanza, el desengaño, los celos, etc. Debemos comprender que la esposa, no importa cuanta falta haya tenido en su pasado, es “sagrada” para el hombre. Por otro lado, el padre en nuestras sociedades es una figura de respeto, casi siempre distante. A lo cual sigue que el resultado de escribir sobre esos dos temas, no resultaría muy comercial. No obstante, composiciones ha habido dedicadas a ambos. Johnny Albino compuso y grabó en 1956 la canción “Esposa” y María Martha Serra Lima grabó en 1986 la balada “Lo que soy”. En la década de 1960, Piero grabó “Mi viejo”; y en los 80, Roberto Carlos nos regaló “Mi querido, mi viejo, mi amigo”. Por lo menos, esos son los casos que conozco; si usted, estimado lector, sabe de otros, por favor compártalo con nosotros. Será hasta la próxima.




2 comentarios:

  1. Hace años que no veo a Monchin, el mejor locutor que ha parido San Juan de la Maguana. Esas benditas 100 canciones fueron causa de millones de desvelos, ay mi madre cuanta bohemia y cuanta nostalgia, ahora en su faceta de escritor es tan bueno como locutor. Pa lante Monchi, soy una Sanjuanera que te adora.

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  2. Cuantas noches de bohemia, cuantas noches de desvelo que dejaban en cada uno de nosotros ese sabor que sólo tienen las canciones del ayer cercano. Cuantas añoranzas. Ahora mismo subo a mi blog este interesante comentario...

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