martes, 15 de septiembre de 2009

¿De qué nos quejamos?

Por Isaías Medina Ferreira

Ningún pueblo merece un Trujillo, un Pinochet, un Videla, un Duvalier, un Balaguer o un Somoza. Es más, ni siquiera un Hipólito o un Leonel, dos payasos, disparatoso y charlatán, el primero, y el otro no menos disparatoso y charlatán, pero además parlanchín, esnobista, diletante y superficial, de discurso vacío. Por eso no voy a caer en la trampa de usar la manoseada máxima los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”.

Con un vecino fuerte, entrometido y desalmado como el que nos gastamos en América Latina, nuestros pueblos no han tenido el lujo de decidir sus propios destinos y cuando lo han hecho, han pagado caro por sus afrentas al “tío” paternalista. Sin embargo, dejaré una brecha abierta para dejar “colar” la cuota de culpa y responsabilidad que nos toca cuando observamos la situación socio-política en que vivimos.

Después de todo, cada gobernante es un producto de su medio. Ese medio lo alimenta, lo forma, lo alienta y manda señales inequívocas de lo que sus miembros están dispuestos a aceptar o a rechazar que le impongan.

Nos llenamos la boca de decir “los políticos profesionales son una desgracia y una vergüenza para toda la gente decente. Destruyen tanto el orden social como económico. Ser político no es para gente seria”. Y las pruebas son palpables en todos los órdenes: la promoción del clientelismo, el amiguismo, el enllavismo, el nepotismo, o la corrupción, simple y llanamente, dan la razón a quienes así se expresan. Y son estos golpes fulminantes los que han ido socavando la confianza del pueblo que al fin acaba por rendirse ante la falta de moralidad de quienes dicen ser sus representantes; como consecuencia, la apatía y la no participación de un importante sector, el que podríamos llamar serio, es la reacción ante la sarta de mentiras y promesas vacías que cada dos o cuatro años venden los “mercaderes” de la política. Y he ahí uno de los grandes errores.

No hay dudas de que hay razón para sentirnos ultrajados. A saber, el sistema protege bajo un manto de impunidad a los principales infractores quienes, en vez de ser repudiados, andan por ahí tan campantes y aclamados como el licor aquel. Lo que es difícil de entender es cómo la mayoría de la población rinde homenaje y pleitesía a esos politicastros que dicen despreciar, aun sean ladrones comunes y vulgares, no importa cuan mal habidas sean sus riquezas.

Lo que es muestra de que somos cómplices del estado de cosas, pues a pesar de lo que decimos y refunfuñamos, se la ponemos fácil a los partidos políticos los cuales sin una plataforma verdadera y sin un proyecto de trabajo serio se ganan nuestros votos. Y los políticos entienden eso a cabalidad y en tiempo de campaña nos jartan de “romo”, jolgorio, bulla, camisetas, gorras, comilonas, y ya, se ganan nuestro apoyo.

A veces hasta nos afanamos en ponernos donde uno de ellos con influencia nos vea o buscamos la forma de que nos brinde su amistad para ufanarnos en decir que conocemos a “fulano o a zutano” y celebramos sus “gracias” con servilismo y descaro.

Es vergonzante nuestra disposición a aceptar favores de esa “gentuza” que tanto criticamos; pero lo peor es que a veces demandamos esos favores y hasta los ponemos como condición para dar nuestro apoyo a un candidato determinado. Y el candidato sabe que debe ofrecer y crear las bases para poder dar y hacer favores, pues “si no ofrece, no está en na’”. ¿Y cómo conseguir los fondos que sustenten esas bases si no es apoderándose de lo ajeno, por medio del traqueteo para lograr entradas económicas a través de comisiones y el “picoteo” o las famosas fundaciones una vez alcanzado el poder?

Pero hay otro ángulo: el malo siempre será quien no esté con nuestro partido o nuestros candidatos. Si somos parte de la cuadrilla en el poder, aunque no cojamos directamente, todo es aceptable y bien. Hacerse rico usando un puesto político es sólo malo si lo hace el contrario.

Y hay aún otro ángulo que quita fuerza y validez a nuestro refunfuñar. Lo que criticamos de los políticos en público, lo cometemos en nuestras vidas privadas, en la que somos triunfadores si podemos “colarnos” al frente de una fila de “pariguayos”, si nos podemos robar el cable del vecino, si por medio del regateo le arrebatamos las legumbres a la “marchanta” por casi nada, o si podemos comprar una licencia en el mercado negro. Hasta “robarse la luz roja” de un semáforo es a veces motivo de orgullo y celebración; muestra de que es uno un “león” o un “tigueraso”.

Mientras criticamos a los políticos por su conducta, nuestro civismo deja mucho que desear. Tiramos basura por doquier y después nos quejamos de lo asqueroso que el ayuntamiento deja poner la ciudad. Somos completamente indisciplinados en nuestras vidas privadas, muchos de nosotros bebemos o jugamos sin control y no nos apuramos por superarnos y después nos sorprendemos si nuestros hijos no quieren ir a la escuela y superarse. Y terminamos echando la culpa al sistema escolar al que nunca apoyamos con nuestra preocupación por saber lo que se estaba enseñando a nuestros hijos.

No, nuestra situación no es fácil. La cultura de la “fundita”, del paternalismo, de la cuña y el enllavismo, y recibir favores, es parte de nuestra identidad. Parece como si todos tuviésemos un precio… a veces bien irrisorio.

Lamentablemente, aunque nos cueste admitirlo, el problema no son tanto los políticos, sino la mayoría de nosotros que somos complacientes con ellos. Somos nosotros quienes no nos atrevemos a denunciar los abusos de un fulano en el poder, o a disentir de la línea política que nos envíen los oportunistas en la cúpula del partido que militamos (militancia, que dicho sea de paso, muchas veces obedece a una costumbre o a algo sentimental, no a convicciones válidas), aun nos “abofeteen” con sus directrices desviadas, por “disciplina y lealtad al partido”, o por si acaso, porque queremos dejar un pequeño espacio por si algún día nos toca llegar a la “tierra prometida” no tener de que arrepentirnos. Después de todo, “uno nunca sabe donde va a parar” y si todos se aprovechan, “¿por qué no yo? Por la plata baila el mono y si tienes ‘molongos’, todos te abren las puertas”. En un país donde el “afán social” es casi una obsesión, acumular riquezas, y si es fácil, mucho mejor, para muchos es un norte.

Cada vez que vayamos a tirar improperios en contra de los políticos, ¿por qué no nos analizamos a nosotros mismos? Quizás descubramos que el problema no son los políticos en sí, sino quienes les damos vigencia: nosotros. Es muy posible que si ocupáramos los cargos de los políticos “asquerosos” haríamos lo mismo que ellos. Por eso no es raro ver al “serio” de hoy adquirir fortuna de la noche a la mañana, una vez se planta en una posición de “manejo e influencia”. Creo que si hiciésemos un esfuerzo en aprender a discernir las cosas con espíritu y actitud críticas antes de aceptarlas, si actuáramos por convicción, no con el “pragmatismo” que pregonan los sinvergüenzas, quizás los políticos no nos atraparan tan fácilmente en sus garras.

No, los políticos no son los malos. Ellos no salen de la nada. Son fruto de la sociedad. Y su actuación y desenvolvimiento es reflejo de lo que la sociedad les dicta y les da a entender que está dispuesta a aceptar.

Solamente nosotros tenemos la culpa de estar pagando apagones. ¿De quién es la culpa si trabajamos sólo para mantener el estilo de vida de derroche obsceno de los funcionarios ineptos que se dan el lujo de pedir exhoneraciones de automóviles que cuestan casi medio millón de dólares y no nos sacudimos? ¿Somos locos o pendejos? ¿Dónde están las protestas que se esperarían de una sociedad dizque jarta de abusos? ¡Qué va! Ni siquiera nos atrevemos a protestar ante las fechorías que sólo un puñado de ciudadanos, entre ellos dos mujeres valientes, han tomado como tarea denunciar. ¿De qué nos quejamos, si no hay coraje?

Si nuestra sociedad va a cambiar, ¡y debe cambiar!, debemos comenzar por rechazar en nuestras vidas privadas las prebendas y privilegios resultado del amiguismo y los enllaves; debemos negarnos a ser parte de los pagos extras por servicios y negarles el voto a nuestros partidos (¡todos sin excepción!) si no presentan un proyecto de nación para el futuro y paran de estar improvisando. Pues la corrupción no es sólo coger lo ajeno, es también usar el amiguismo como trampolín para conseguir tal contrato o ventaja económica y social, o contribuir con el comportamiento delincuente de los servidores públicos. Hasta el silencio ante la corrupción nos hace corruptos por omisión.

Hay que romper la cadena, pero debemos cambiar como individuos y, por consiguiente, como sociedad. ¿Fácil? ¿Quién dijo? Sin embargo, en el país hay millones de gentes decentes. Deben éstas parar de hacer el juego a los políticos atrasados y a los partidos gastados y sin norte que nos han desgobernado por tanto tiempo, no importa que tradición nos ligue a ellos. Si somos miembros de la prensa, no podemos actuar como amanuenses a sueldo. Si somos parte de la justicia, debemos ser independientes y si somos jueces, gente honorable. Pero aun si no somos parte de ningún círculo de influencia, como simple ciudadanos debemos dar señales claras de que no estamos dispuestos a soportar abusos y a seguir produciendo para que una banda de pillos con saco y corbata se den la gran vida.

Nuestro proceso evolutivo podrá ser lento y tortuoso, pero se puede avanzar hacia la decencia. Sólo tenemos que comenzar a demostrar en la práctica que no nos vamos a dejar coger de pendejos y que tenemos espina dorsal y hay cojones.

2 comentarios:

  1. Mister, usted vino duro!! pero así se habla. Ya está bueno de tratar a los políticos con mano de seda. Yo comento algunas noticias en el "HOY DIGITAL" y siempre dejo caer mis peñones a esos bandidos. Estoy leyendo el libro que usted me recomendó sobre el fraude bancario y estoy que me cortan y no veo sangre con las barbaridades que hicieron LEONEL, HIPOLITO, RAMONCITO,ANDY , comparsa .
    Hoy precisamente comenté una noticia sobre las extradiciones cuyo protagonista es Vincho Castillo. El cuarto comentario es el mio.

    Atte. MON

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  2. Mon,
    Para poder decir lo que crea sin tapujos es que no milito en las filas de los partidos anacrónicos que nos gastamos en nuestro querido país y no busco la amistad de ninguno de sus "líderes" atrasados.

    Isaias

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