jueves, 14 de mayo de 2009

Echemos raíces y participemos

Por Isaías Medina Ferreira

A principios de la década de 1970 leí un artículo del periodista Federico Melo Báez, quien a la sazón trabajaba para un diario de Nueva York, en el que instaba a los hispanos a pensar seriamente en concentrarse y prepararse para vivir en el país que habían adoptado para hacer vida. Decía el Sr. Melo Báez, más o menos, que trabajáramos como si este fuera nuestro país de origen, que debíamos superarnos académicamente y, que si un día teníamos la oportunidad de regresar, nos fuéramos y ya, pero que no viviéramos con un pie aquí y otro allá.

Más de treinta años han pasado desde que leí ese artículo cuya premisa he adoptado y repetido sin cesar; en ese lapso de tiempo me he unido al resonar constante de muchas otras voces para entonar que debemos ser parte de la comunidad en que vivimos, que debemos participar en actividades cívicas, que debemos ser parte activa de la educación de nuestros hijos, que si queremos hacer conquistas en este país, tenemos que adquirir el derecho al voto haciéndonos ciudadanos, y, sin embargo, la mayoría sigue tan desarraigada como entonces.

Nos seguimos engañando con la idea de que estamos aquí de pasada y volveremos a nuestros países de origen cuando hagamos fortuna. Mientras tanto, nacen y crecen los hijos, con una cultura diferente, a veces confundidos por el choque cultural y la falta de orientación al respecto, y, por falta de preparación, somos incapaces de ayudarles. Por nuestra parte, los padres no nos preocupamos en aprender el idioma inglés, que es el que los niños tienen preferencia en aprender y con ello perdemos autoridad, pues los padres empezamos a depender de los hijos para que nos traduzcan el mundo, su mundo.

Las consecuencias negativas de todo esto se puede palpar en la falta de representación política que tenemos, mientras otros toman decisiones que afectan nuestros intereses. Hasta al sistema escolar se nos hace difícil llevar representantes y no porque no haya individuos capacitados, sino por nuestra apatía y porque a veces somos tan miopes que si surge un candidato con posibilidades, de una vez aparecen más, corriendo para la misma posición, que se encargan de diluír el escaso voto hispano. Otras veces, lo que es más penoso aún, cuando logramos escalar posiciones públicas, nos encargamos de demostrar que no tenemos la madurez suficiente para ocupar dichos cargos, pues nos descuartizamos unos a otros en público, con el consecuente salto regresivo.

Mi gente, somos una minoría que crece, pero lamentablemente no tenemos fuerza, somos un gigante inválido. Los líderes comunitarios tienen un papel de orientadores importante que llenar el cual puede hacer la diferencia, pero éstos tienen que inspirar confianza, si no será inútil sermonear. Se necesita buena voluntad, desprendimiento y mucha autoridad moral, de lo contrario seguiremos arando en el desierto y quizás pasen treinta años más, otros se hagan eco de estas palabras, y estemos arando el mismo terreno estéril. Esperemos que no, que vayamos aprendiendo y demos, si no un salto, por lo menos pasitos cualitativos.

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¿Por qué somos impuntuales?

Por Isaías Medina Ferreira

En nuestra cultura; la cultura latinoamericana, eso es, y en unos pueblos más que en otros, por supuesto, es legendaria la impuntualidad. Tan enraizado está entre nosotros el vicio de llegar tarde a todo, que generalmente fijamos el comienzo de un acto dos horas antes de la hora real. Y con todo, los actos nunca comienzan a tiempo. Siempre hay rezagados y, más que nada, muchas veces, quienes deben ser la atracción principal de un acto, son generalmente los más notados ofensores.

¿Por qué somos así? Pero, sobre todo, ¿qué importa que seamos así? ¿No debemos celebrar ese fenómeno cultural (1) como algo muy nuestro que se ha ido pasando de generación en generación y al que no debiéramos oponer resistencia?

¡No, no debemos celebrarlo como algo muy nuestro! ¡Tampoco debemos sentirnos orgullosos por algo que en su más mínima expresión es una falta de respeto y desconsideración a los demás y por otro lado resulta costoso!

¿Por qué somos impuntuales? Creo que se debe a la falta de apreciación que tenemos por el valor del tiempo, tanto nuestro como de nuestros semejantes. De alguna manera, vivimos la vida de una manera informal, sin planificación... como si dijéramos, ¡a lo que venga! No nos amoldamos a un patrón de autodisciplina para administrar con estricto control la más cara y escasa de las materias primas: el tiempo... ese que, una vez ido, no vuelve ni se recupera. Pareciera como si no tuviéramos conciencia de que transitamos en una cuenta regresiva que no para hasta la hora en que nuestras almas pasan al descanso eterno. Esto debiera hacernos conscientes de que debemos sacar el máximo provecho del tiempo de que disponemos, esa donación invaluable que tan generosamente se nos ha suministrado, pues después será tarde, y el tiempo perdido jamás se recupera.

Dicho lo anterior, debe resultar claro que no prestar atención al paso del tiempo y al valor que tiene, tanto para nosotros como para nuestros semejantes, está en la raíz de la impuntualidad. Por ello, no llegar a una velada o reunión cuando está programada, no sólo es una falta de cortesía, sino, como apuntamos, una falta de respeto mayúscula hacia los demás. Y debemos recordar, que recibiremos respeto en la medida que lo proporcionemos a los demás. Por eso, si algún día vamos a erradicar el costoso mal de la impuntualidad de nuestra sociedad, se imponen cambios drásticos en nuestra conducta, comenzando con cada individuo: “cambia tú... y el mundo cambiará”, dice la máxima.

Por tanto, si tenemos que asistir a una reunión, tratemos de salir con tiempo suficiente para que arribemos antes de empezar la misma; borremos para siempre de nuestras mentes eso de “¡Ah, dicen que van a comenzar a las 6:00, pero tú sabes como somos... ¡te apuesto a que no comienzan hasta las 7:30!”

Frases como esa última son las que perpetúan una condición que da sello de autenticidad idiosincrásica a algo que no es más que un vicio que refleja atraso social y pereza.

Para sobreponernos a la impuntualidad y erradicarla de nuestras vidas y nuestra sociedad, es imperativo comenzar por organizarnos y rechazar todo aquello que nos distraiga de la meta que perseguimos. Concienzudamente, debemos, con propósito celoso, rectitud, autodisciplina y perseverancia, cuidar nuestro tiempo como la más preciada de nuestras posesiones; debemos hacer comprender a nuestras amistades, con diplomacia y de manera amable, que las llamadas telefónicas deberán tener un límite de tiempo; nuestras amistades deberán, además, comprender que las visitas no anunciadas son perjudiciales y por tanto inaceptables.

Asimismo, tendremos que tomar conciencia de no dejar para mañana lo que podemos hacer hoy, y convertirlo en un credo viviente, no un simple juego de palabras que suena bonito y nos da aire de sabiduría; tendremos que planificar con anticipación cada evento, y darnos tiempo suficiente para que no haya coincidencia entre un evento y otro; deberemos aprender a decir NO cuando sea físicamente imposible nuestra presencia en un evento si ello implica infracción a esta ley de la puntualidad; deberemos comenzar (y terminar) las reuniones o eventos para el tiempo en que fueron anunciadas, no una hora o dos después. Es posible que haya dos o tres reuniones en que la asistencia sea limitada, pero poco a poco la voz se riega y es posible que en futuras reuniones asista más gente de lo acostumbrado, pues no hay nada más pesado que ir a una reunión que además de no comenzar para cuando se anunció, dura por tiempo ilimitado porque no hay una agenda bien planificada. Tendremos que respetar al máximo el tiempo de los demás por aquello de que “no debes hacer a otros lo que no quieres te hagan a ti” o “porque no debemos exigir a los demás, lo que no nos exigimos a nosotros mismos”.

En conclusión, la cura de la impuntualidad radica en desenmascararla como lo que es: una falta de respeto y una infracción al derecho de un semejante, tan burdo, abusador y ultrajante como la agresión física o el libelo. Si practicamos conscientemente estas reglas sencillas, estaremos contribuyendo en grande a eliminar ese costoso monstruo el cual no debemos permitir en nuestras vidas, ni imponer a los demás, pero mucho menos aceptar que nos impongan.

Aquí cabe la frase, miles de veces usada, pero tan fresca como cuando la dijera el preclaro Benito Juárez: “EL RESPETO AL DERECHO AJENO ES LA PAZ”.

(1) Cultura
Como la he usado en este escrito, no se refiere a ilustrado o ilustrada, sino “al conjunto de valores, tanto explícitos como tácitos, que nacen de las costumbres, las que son a su vez un producto de nuestras experiencias como entes sociales, y que se pasan de generación en generación y se convierten en reglas o modo de vida que todos observamos sin resistencia”.

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La historia de casi todo

Por Isaías Medina Ferreira
“El mundo reposa en la espalda de una tortuga gigantesca…” Anónimo

Cuentan que un día estaba William James, psicólogo y filósofo “newyorkino”, dando una cátedra pública sobre astronomía; describía el sabio cómo la tierra gira sobre si misma al tiempo que hace órbitas alrededor del sol y cómo el sol a su vez es parte de una vasta colección de estrellas conocidas como nuestra galaxia o Vía Láctea. Iba el Dr. James a toda máquina en su explicación cuando de repente fue interrumpido por una viejecita que voceaba desde la parte atrás del auditorio, “joven, excúseme, pero su teoría es falsa. El mundo reposa en la espalda de una tortuga gigantesca”. William James, sorprendido pero dispuesto a defender su posición, preguntó a la viejecita, “si ello es cierto, señora, ¿en qué está apoyada la tortuga?”. “Otra tortuga”, respondió la señora. “¿Y en qué se apoya esa tortuga?”, preguntó James. A lo que contestó nuestra señora, “joven, es una pila infinita de tortugas que sigue hacia abajo”.

Cierta o apócrifa, la descripción anterior ilustra la comodidad de buscar nuestras propias explicaciones a las cosas que no entendemos y que no estamos en ánimo de explorar. Estamos rodeados de misterios y fenómenos que no entendemos. Hay gente que dedica toda una vida en develar esos misterios y a tratar de dar explicación a quienes no tenemos el privilegio de contar con las herramientas para entender en toda su dimensión sus hallazgos.

En ese sentido, hay un sin número de personas que han escrito libros populares acerca de las ciencias. Algunos de esos intérpretes son científicos de pura cepa, como es el caso de Stephen Hawking, quien en su libro “Historia del Tiempo”, explica con claridad y simplicidad los fenómenos físicos más complejos; o como el difunto Carl Sagan, astrónomo distinguido, en quien fue una constante difundir la ciencia a la mayor audiencia posible. Otros, como Michael Guillén, autor del libro “Puentes al infinito” (Bridges to Infinity), aunque educados en las ciencias y profesores distinguidos de las mismas, son intermediarios que hacen digeribles temas de suma complejidad.

Con un libro de uno de esos intérpretes magníficos del universo me encontré recientemente. Su nombre es Bill Bryson, autor de “A Short History of Nearly Everything”, que traducido libremente al español sería algo así como “Una Corta Historia de Casi Todo”. Como su nombre indica, el libro de Bryson busca conexión entre todo lo que existe y ha existido en el universo, de forma sencilla y viva.

Por ejemplo, dice Bryson que siendo residuos del Big-Bang que dio origen al universo, somos simple polvo de estrellas, o ceniza atómica, sólo que compuestos de forma tal que podemos expresar emociones como el amor. Sin embargo, de alguna forma estamos en descomposición si tenemos en cuenta que aproximadamente un trillón de bacterias se alimentan a diario con los 10 mil millones aproximados de laminillas de piel que se desprenden de nuestros cuerpos.

En otra parte de su historia, Bryson nos dice que cada uno de nosotros está compuesto de aproximadamente 10 mil trillones de células, cada una conteniendo una hebra de ADN, que si se extendiese alcanzaría unos seis pies de largo. Si todo el ADN que contenemos fuese puesto en una hebra única extendida, su extensión sería de 20 millones de kilómetros. Ahora bien, la distancia aproximada de la tierra a la luna es 382,500 kilómetros.

Dice Bryson, además, que de alguna manera todos somos reencarnaciones. Siendo como somos el producto de trillones de trillones de átomos, y teniendo en cuenta que la materia no se destruye, pero sí se transforma, probablemente miles de millones de esos átomos han sido reciclados de Beethoven, o Julio César, o Shakespeare. En ese sentido, todos estamos relacionados el uno al otro. El lo explica así: se necesita una madre y un padre para producirnos a cada uno de nosotros, y cuatro para producir a nuestros padres. Si nos remontáramos 8 generaciones hacia atrás, hacia los días de Lincoln, más de 250 personas contribuyeron a la creación de cada uno de nosotros; si nos remontáramos a los tiempos de Cervantes o Shakespeare, somos descendientes directos de 16,384 ancestros. Esa familia extendida que somos habita el pequeño planeta Tierra cuyos continentes se alejan uno del otro.

Y en ese sentido, dice Bryson que Europa y Norte América se alejan uno del otro a una velocidad comparable al crecimiento de una uña humana, la cual alcanzaría dos yardas en toda una vida de crecimiento. El continente Africano, de la forma que crece hacia el norte, algún día extinguirá el Mar Mediterráneo y de París a Calcuta se extenderá una cadena de montañas tan alta como el Himalaya.

Otra de las consideraciones de Bryson es la importancia de la luna para nuestra supervivencia. Si no fuera por ella, la tierra desencajaría de su eje, sus órbitas serían erráticas y ciudades como New York estarían sepultadas bajo agua. Lo curioso es que ha habido y hay un alejamiento lento pero constante entre la luna y la tierra.

Y así hace Bryson una serie de aserciones que son al parecer extrañas, pero que en el contexto de lo extraño y complejo de un universo que se dice todavía sigue en expansión, no lo parecen tanto. El sol alrededor del cual gravita la tierra es sólo uno de quizás 400 mil millones de estrellas existentes en nuestra Vía Láctea, la cual es sólo una entre unas 140 mil millones de galaxias en el universo.

Al leer un libro como el de Bryson, quizás lo que quede latente en nosotros no sea lo extraño de todo, incluyéndonos a nosotros mismos, sino lo pequeño e insignificante de nuestras diferencias, que en última instancia nos hacen tan similares entre sí y en comparación con los demás habitantes del universo, sean estos objetos inanimados o seres inteligentes.

En suma, como un electrón en órbita alrededor de su núcleo, somos sólo una pieza más de ese gigantesco átomo que es el universo enfrentados a un destino común, deambulando por igual a merced de un globo giratorio al que no podemos parar ni controlar y del que no nos podemos desmontar. De alguna manera somos polvo cautivo de una nebulosa gigantesca, importantes nada más en nuestra propia conciencia.

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miércoles, 13 de mayo de 2009

¿FUERON TIEMPOS IDOS MEJORES O PEORES?

Por Isaías Medina Ferreira

Los tiempos idos pueden ser lo peor o lo mejor, dependiendo de lo que queramos justificar en un momento determinado.

Y es que el tiempo pasado es, o un buen aliado, testigo de tiempos “gloriosos” en que fuimos parte de una “élite” triunfadora, o un “verdugo despiadado”, raíz y causa de todas nuestras limitaciones al que convenientemente el niño inadaptado que llevamos dentro tiene la tendencia de usar como chivo expiatorio y hacemos responsable de todas las frustraciones que hoy podamos estar padeciendo.

“Ah, muchachos, ustedes no saben lo que es pasar trabajo”, le oí decir repetidamente a mis mayores, cosa que mi generación ahora expresa con frases tales como “ustedes lo tienen todo... en el tiempo que yo crecí, la televisión recién empezaba y casi nadie podía comprar una”. No es raro que los más jóvenes nos manden a pastar con un “usted no está en ná… a mi no me quiera aburrir con sus sermones”.
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¡Aprender inglés es una obligación impostergable!

Por Isaías Medina Ferreira

Existen dos logros que los inmigrantes en los Estados Unidos debemos aspirar a alcanzar si queremos aumentar las posibilidades de triunfo en este país: aprender el idioma inglés, lo cuál nos proporciona más competencia, efectividad e independencia, y hacernos ciudadanos seguido podamos, para tener amplia participación ciudadana y tener la oportunidad de acceso a los privilegios que esta gran nación ofrece a sus ciudadanos.

Aunque exista el cable y Univisión, y nuestro idioma sea tan común en nuestras comunidades, aprender inglés es una necesidad inmediata, si queremos escaparnos a las limitaciones que paradójicamente impone el hecho de que nuestro idioma sea tan preponderante. Pongamos el ejemplo de la televisión. ¿Nota usted la cantidad de telenovelas estupidizantes, todas con el mismo guión y los mismos actores lacrimógenos, que hay en las mismas? HBO, por ejemplo, dobla las películas al español, ¿pero sabe lo disparatoso que resulta oír esas traducciones? ¿Sabe lo que pierde cuando la voz de Jack Nicholson o Robert De Niro, por ejemplo, la dobla un individuo con voz atiplada, de fuerte acento “ezpañol”?

Lamentablemente, el mismo barrio nos impone un cerco, pues si bien en nuestra “zona de confort” tenemos todo lo necesario para satisfacer nuestras necesidades primarias, la mayoría carecemos de la destreza necesaria para siquiera asomar nuestras cabezas fuera de esa zona. Es decir, que hay todo un universo allá afuera, al que si queremos penetrar tiene que ser con intérpretes o con intermediarios. Y, si nos ponemos a pensar, eso nos disminuye como individuos.

Es cierto que resulta cómodo leer y escuchar noticias en nuestro propio idioma, pero la misma necesidad mercantil a veces no permite que la radio, o la televisión, o la misma prensa escrita, sean de la calidad deseable, y mas que en fuente de entretenimiento o información, se convierten en insulto a la inteligencia. Y no sólo eso: las noticias que recibimos la mayoría de veces, son traducidas, regurgitadas y altamente tamizadas. Aprender el inglés sería una alternativa a esa limitación y abriría un campo multidimensional donde se multiplicarían nuestras posibilidades y satisfacciones.

Y que conste, no hay una edad óptima para aprender. He oído la excusa de la edad montón de veces, pero qué va, cualquiera puede aprender, a cualquier edad: ¡sólo se necesitan ganas!

Aprender un idioma es comparable al desarrollo de cualquier destreza: ¡debe practicar, practicar y practicar, diligentemente! El primer paso, comenzar, es siempre el más difícil y la dificultad disminuye en proporción directa a la cantidad de tiempo que dediquemos a practicar lo que aprendemos. Así, a medida que nuestros conocimientos básicos aumentan, la experiencia se torna más fácil y placentera. ¡Es natural! Cada paso que damos tiene al anterior como sostén. Esto revela uno de los pilares del aprendizaje: la asociación de situaciones e ideas, yendo de lo conocido, lo concreto, a lo desconocido y abstracto.

¡Usted puede aprender lo que quiera! Consta usted de las dos herramientas básicas para el aprendizaje: su cerebro, que organiza lo que aprende, y su yo, que lo sostiene y lo motoriza y le da energía. La primer condición para aprender es confiar en la inmensa capacidad del cerebro para grabar, organizar y almacenar todo lo que vemos y sentimos; no recargarlo de negativismo y concentrar nuestras energías en lo que estamos aprendiendo “ahora”, en el instante, no lo que aprenderemos mañana, o en la próxima hora o el año que viene.

El aprendizaje de un idioma requiere que se dominen cuatro acciones básicas: escuchar, hablar, leer y escribir. Esas cuatro acciones son a su vez consecuencia de las acciones del cerebro y la interrelación única existente entre el yo y el ambiente.

Observe como aprende un niño. A éste le lleva casi un año para articular una palabra que se pueda entender. Esto de ninguna manera significa que el niño no haya estado ejercitando las funciones pensantes del cerebro durante todo ese tiempo. No, el niño estaba descubriendo lo que le rodea y acumulando conceptos, y registrando en el cerebro la forma en que se coloca la boca para emitir sonidos; entonces el niño comienza a imitar esos sonidos. No es accidental que las acciones de hablar y caminar casi coincidan en cristalizarse. El niño aprende el concepto “silla”, por ejemplo, y aprende asimismo que la silla es algo en la que uno puede subirse, y su curiosidad lo induce a subirse, y se sube, pero no sabe que puede caerse... si se cae, la noción miedo comienza a desarrollarse.

Nuestra condición de adultos nos ofrece ciertas ventajas y desventajas cuando aprendemos. Una ventaja es la de poseer una combinación de conocimientos básicos más rica; la mayor desventaja es la de tener una noción del miedo más desarrollada, la cual nos impone supuestas limitaciones mentales acerca de lo que podemos hacer o no hacer. Si no permitimos que el temor nos domine, podemos aprender más y más rápido que un niño en el mismo intervalo de tiempo.

Tenemos que estar conscientes de que si aprendemos un idioma nuevo después de cierta edad, siempre tendremos acento cuando hablamos, lo cual debe servirnos de orgullo, no de vergüenza, pues el acento es parte de nuestra personalidad y no debe ser impedimento para que logremos lo que nos proponemos. Como ejemplo de personalidades con acento pronunciado, debemos mencionar a Henry Kissinger, quien llegara a ser Secretario de Estado y a Ricardo Montalbán, destacado actor méjico-americano. Hable como pueda, ¡no tenga miedo! Sí, habrá personas que a lo mejor se rían de usted, pero qué importa... a la larga, es usted quien se beneficia. Además, una persona inteligente que vea su empeño en aprender, tratará de ayudarle, no disuadirle.

El aprendizaje más efectivo es siempre el que se realiza con un profesor que lo ayude a uno en la pronunciación, por eso le alentaría a que se inscriba en uno de los cursos que ofrecen los centros especializados o que busque un profesor particular. Ahora bien, usted puede enriquecer su vocabulario por si mismo(a). Use su conocimiento del español para aprender nuevas palabras en inglés. Por ejemplo, tome inventario y haga una lista del hogar y sus accesorios, otro día del cuerpo humano, de los animales, de los vegetales, de las plantas, de las aves, de las flores, y así sucesivamente, y busque su significado en un buen diccionario (si tiene acceso a la red, vaya a www.diccionarios.com), y le aseguro que puede adquirir un léxico extraordinario en poco tiempo. Trate de aprender por lo menos tres palabras nuevas diarias (en un año serían 1095 palabras). Vea mucha televisión en inglés. Los programas para niños, tales como Sesame Street, Barnie, al principio le pueden ayudar también. Repita lo que oye, aunque le digan loco(a). La cuestión es imbuirse en un mundo que le obligue a pensar en inglés.

Decídase a aprender el inglés, sería uno de sus mejores logros. Cuando se aprende otro idioma, hasta el propio mejora.
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Dos irracionales asombrosos

Por Isaías Medina Ferreira


Números irracionales son los que no son exactos y en cuya parte decimal los dígitos se extienden hasta el infinito sin seguir un patrón repetitivo. Si resolvemos 3/2, el resultado es 1.5, seguido de ceros (0); si dividimos, 2/3, el resultado es 0.6666…, con el 6 repetido hasta el infinito. Ambos, 3/2 y 2/3, son números racionales, como son siempre los resultados de dividir dos números enteros, debido a ese patrón repetitivo de los dígitos a la derecha del punto decimal. Si dividimos 56/13, por ejemplo, la respuesta es 4.307692307692307692… Note como 307692 se repite una y otra vez.

Entre los números irracionales está la raíz cuadrada de 2, de 3, Pi, Phi (fi) y e (el número Euleriano, 2.71828… base de los logaritmos neperianos, al cual dedicaré otro escrito). Por supuesto, hay muchos otros irracionales pero no son relevantes al caso. Tanto Pi como Phi, por razones que mencionaremos más adelante, han intrigado y fascinado a un sinnúmero de personas, desde la antigüedad hasta nuestros días, desde matemáticos hasta poetas, que los han estudiado hasta la saciedad a través de los siglos. En el caso de Pi, hasta una película dirigida por Darren Aronofsky llevó su nombre en 1998. El número Phi no es tan conocido como Pi, pero ha sido objeto de no menos reverencia que éste último. Entre quienes han sido encantados por el enigma de Phi están desde los seguidores de Pitágoras hasta Debussy y Einstein, con una fila interminable de nombres entre ellos. El último libro acerca de Phi es “The Golden Ratio”, de Mario Livio, de donde se han tomado algunas notas para este escrito.

Pi, de valor 3.1415926535…, y así hasta el infinito, es uno de esos números encantados sobre los cuales se han escrito y se siguen escribiendo tratados completos. Pi es definido como la proporción de la circunferencia (o perímetro) de un círculo a su diámetro; esa proporción es siempre la misma, no importa el tamaño del círculo. Pi se encuentra mucho en la vida real en problemas de ingeniería, principalmente; un ejemplo sería en las señales de radio, de TV, de radar, de teléfonos, etc. La forma de onda de la electricidad comercial es sinusoidal y al ser generada por una masa de alambre redonda (circular) que gira en un campo magnético, en el cálculo de ese tipo de señal y sus armónicas, encontramos a Pi. Otro ejemplo es en la navegación, como es el caso de las “sendas globales” y la posición global de un objeto. Cuando un avión vuela a grandes distancias, para calcular el uso óptimo de combustible, la senda a seguir por el aeroplano debe calcularse usando el arco de un círculo.

Por su parte, Phi, (fi, en español, proveniente de Fidias, el arquitecto del Partenón) llamado “la proporción o número de oro”, es considerado por muchos entusiastas como el número más asombroso del mundo. Su valor es 1.6180339887… hasta el infinito, y fue definido por Euclides hace más de 2,000 años. Euclides demostró la proporción o número de oro con el uso de una línea recta, la cual dividió en dos segmentos, uno mayor que otro, nombrando el segmento mayor AB y el menor BC. La línea completa es entonces AC. Decía Euclides que si la relación de AC a AB (el total de la línea al segmento mayor) es igual a la relación AB a BC (el segmento mayor al segmento menor), la línea ha sido cortada en una “proporción de oro”, cuyo valor es 1.6180339887…

Lo que hace a este numerito, Phi, tan importante es que juega un papel crucial en muchísimas construcciones de la naturaleza desde las conchas de los moluscos, las flores del girasol, los cristales de algunos materiales y hasta en la estructura de las galaxias. Se dice que los creadores de las pirámides y el Partenón lo emplearon; también se cree que está presente en obras de arte como la Mona Lisa de Da Vinci y en el Sacramento de la Ultima Cena, de Salvador Dalí… algunos lo ligan con el comportamiento de la bolsa de valores. Quizás esa ubicuidad que trasciende disciplinas, desde las matemáticas hasta las artes, y su utilidad en mundos tan dispares, sea lo que lo haga tan misterioso y atractivo.

Parafraseando la contraportada del libro de Mario Livio, “Phi parece estar ligado a todo aquello donde el orden, la belleza y el misterio eterno coexisten”. Siga Leyendo...