Por Tomás Gómez Bueno
hoy.com.do
Para una gran parte del electorado dominicano, tener a Leonel Fernández y/o a Hipólito Mejía como candidatos presidenciales en las elecciones del 2016, sería un cuadro lamentable, y así lo explican las altas tasas de rechazo con las que ambos aparecen en las encuestas.
Ellos representan, desde litorales y perfiles políticos distintos, la incapacidad de renovarnos políticamente. Ellos, Leonel e Hipólito, con su obsesionado afán de poder, son negadores del relevo, retrancas que impiden el remozamiento de la política local con la participación de otras figuras. Ambos nos forzarían a un menú electoral repetitivo, ahíto y poco apetitoso.
Estos dos líderes que ya han sido presidentes, tienen la necesaria simpatía y ascendencia dentro de sus respectivas agrupaciones políticas para darse por satisfechos e impulsar otros proyectos y candidaturas, con lo que si no le hacen un noble y estimable servicio al país, por lo menos le evitan un traumático y grave daño histórico. El pensar tener a uno de ellos en la boleta electoral del 2016, o peor, a los dos, es algo que da grima.
Pero siendo realista, el problema que obstaculiza el surgimiento de un liderazgo emergente fluido no son solo ellos, es gran parte de la gente que le sigue, y que constantemente alienta en ellos la fantasiosa percepción de que son necesarios como candidatos, casi imprescindibles.
Tanto uno como otro, son el tipo de líderes que el consejo sensato de declinar a sus aspiraciones los ofende y los espanta, no toleran en su cercanía un consejero que se atreva a decirles que no hay que ser presidente para servirle al país. Sus seguidores son corifeos de voluntades obcecadas de líderes que solo se inclinan para escuchar aquellos consejos que ya tienen previamente concebidos, como parte de una rutina que no da lugar a pensar en otras alternativas. Confirman así el viejo vicio continuista: “Mientras yo respire, que nadie aspire”.
La misma dinámica del PLD, una fábrica de presidentes, como el mismo doctor Fernández lo ha descrito, y la base política que promueve a Hipólito Mejía, con esa larga y frustrante cadena de divisiones y derrotas, deberían abrirse y sin mayores esfuerzos propiciar una saludable renovación de sus líderes y candidatos. Nos conviene a todos.
Tanto Hipólito como Leonel ya fueron presidentes. Ambos a su paso dejaron muchas penas y pocas glorias, y ambos no pueden ofrecer nada nuevo ni ser mejor de lo que fueron.
Así que la oferta electoral más esperanzadora y auspiciosa que se pudiera presentar a este pueblo, es la ausencia de Leonel e Hipólito como candidatos en las próximas elecciones del 2016. Esta es una propuesta abierta, inclusiva y de alto interés ciudadano en la que todos podemos participar.
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