Por José Carvajal
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El primer cuento escrito por Rafael García Romero que tuve en mis manos fue publicado hace más de veinte años, cuando él y yo éramos muy jóvenes. Recuerdo que era un tríptico, es decir, una hoja ocho y medio por once, o por catorce, doblada en tres. Un relato del que apenas guardo en la memoria las especificaciones físicas del formato en que salió a la luz para dar fe de que por ahí había un escritor en ciernes, dispuesto a dedicarse al género del cuento.
Hoy es un hecho, el tríptico evolucionó para convertirse en un libro voluminoso de más de 600 páginas que lleva por subtítulo “Cuentos reunidos”. Por más que lo hubiera querido no podría doblar “El doceavo rostro” para guardarlo en el bolsillo, como hice en aquella ocasión con la primera publicación de este autor dominicano nacido en 1957.
Tampoco he podido leer estas dos libras de cuentos de una sentada, ni en un orden secuencial, pues un libro como este debe abrirse al azar y leerse también al azar; que la lectura, los ánimos y las circunstancias del lector contribuyan a establecer un nuevo orden de esos mundos trazados por el autor de manera separada, en tiempos distintos, y reunidos finalmente como una forma de ratificar aquella fe de juventud en un género que para muchos es el hermano menor de la novela.
En realidad, el cuento es un género de oportunidades y de riesgos. Las oportunidades son las veces que tiene el autor para reivindicarse ante un lector decepcionado, en caso de intentos fallidos. Los riesgos estarían relacionados con lo escritural, si tomamos el pulso a palabras como las de Truman Capote, que llegó a considerar que “un cuento puede ser arruinado por un ritmo defectuoso en una oración —especialmente al final— o por un error en la división de los párrafos y hasta en la puntuación”. Capote calificó a Henry James de “maestro del punto y coma”; a Hemingway “un parrafista de primer orden”; y de Virginia Woolf subrayó que “desde el punto de vista del oído… nunca escribió una mala oración”.
Hay muchas teorías sobre el cuento, y muchas veces los más teóricos son los menos exitosos en este género que sobrevive en manos de viajeros que lo prefieren antes de enfrascarse en la lectura de una novela mientras se desplazan a sus destinos. El género ha dado incluso un giro hacia una brevedad inquietante para el lector tradicional. Y en este libro de Rafael García Romero se encuentran esos dos tipos de cuento: el de extensión convencional que permite el desarrollo de una trama con artificio, y el microrrelato. Para mí el microrrelato es un cruce entre narrativa y poesía, sin llegar a ser prosa poética; una composición en la que prevalece la metáfora, el lenguaje y el ritmo de la “narratología”. Algunos autores creen que es algo nuevo, pero no es así; quizá el origen se remonta a los bestiarios mitológicos de la Edad Media, y su lectura no deja de ser un ejercicio de composición para el escritor y un divertimento para el lector inteligente.
De Rafael García Romero me gustan más los cuentos extensos. Hay en algunos de ellos un artificio asombroso, un narrador avezado que maneja con destreza la trama de principio a fin. Los que aparecen en “El doceavo rostro” son muchos cuentos. Yo conté 125, divididos bajo los títulos de los libros en que fueron publicados originalmente (Memorias de Ricardo Valdivia, El círculo de Malebolge, La sórdida telaraña de la mansedumbre, A puro dolor, Historia de cada día) y tres secciones de textos inéditos (El Libro de los Elogios, Relatos, Episodios Universales) posiblemente organizadas para satisfacer el orden de la colección “Cuentos reunidos”.
Estos días leí al azar una docena de cuentos de García Romero, incluyendo La historia de Maura, Memorias de Ricardo Valdivia, El ángel destruido, La viuda, Las cenizas de la vanidad. De modo que mi ejemplar va quedando subrayado entre lo que considero virtudes y defectos de una obra cuentística monumental a la que debemos ponerle atención, con la salvedad de que, en cierto sentido, a García Romero se le podría considerar un narrador de culto que, según él mismo me ha dicho, no escribe para el presente.
Es lamentable que autores como García Romero se pierdan en la arena y el salitre de este país de costas que no miran a ninguna parte, y donde la valoración literaria está en manos del Estado. “El doceavo rostro” es la panorámica de una narrativa personal extraordinaria, escrita con todas las voces posibles en el difícil género del cuento. Sigo con la lámpara encendida.
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