sábado, 28 de mayo de 2011

El asesinato de Galíndez provocó otros crímenes

Por TONY PINA

Uno a uno, al estilo del bajo mundo de la mafia siciliana, el régimen trujillista eliminó en un período de seis meses a todos los implicados en el secuestro y desaparición del exiliado vasco Jesús de Galíndez.

Ocho personas, al menos, murieron en extrañas circunstancias acaecidas en el país o en el extranjero.

El objetivo de estas muertes, a veces encubiertas, de tránsito o de suicidios, era borrar todo vestigio o evidencia que comprometiera la culpabilidad de la dictadura en el caso Galíndez.

La primera víctima de los asesinatos en serie que se sucedieron fue Robert Smith, un empleado del aeropuerto de Long Island, quien fue la persona que el FBI estableció que abasteció de combustible el avión donde fue transportado Galíndez a Monte Cristi. La sola condición de testigo de ese episodio le habría valido la muerte, pero Smith supo algo más para no escapar a su infortunio: vio en la cabina del avión a un hombre, aparentemente dormido, que emanaba un raro olor. (1)

El ciudadano vasco Félix Hernández, alias El Cojo, amigo de Galíndez y también espía de Trujillo, murió asesinado luego de retornar desde Venezuela. Sin embargo, la Policía, en una nota entregada al periódico El Caribe, consignó: “que Hernández había fallecido en un accidente de tránsito”. Empero, su cadáver no fue mostrado, ni tampoco se le entregó a sus familiares o allegados.

Días después, pero en el mismo mes de agosto y simulando otro “accidente de tránsito”, la ciudadana vasca Gloria Viera, concubina de El Cojo, murió “cuando conducía su automóvil por la autopista Duarte, en las inmediaciones de Villa Altagracia”.

El cadáver fue encontrado en el interior del auto, frente al asiento del conductor, “a pesar de que la mujer nunca le puso la mano al guía de un vehículo”. (2).

Los dos españoles fueron vinculados como las personas que se presentaron al apartamento de Galíndez la noche que éste fue secuestrado.

Los crímenes en serie no terminaron ahí. El médico Miguel Rivera, quien drogó a la víctima antes de montarla en la aeronave, se “suicidio” con cianuro en su residencia de Santo Domingo. La noche antes, el galeno la pasó en vilo. “No pude dormir anoche”, recordó su esposa que le dijo su cónyuge.

Salvador Cobian Parra, coronel cubano que Trujillo designó en 1956 como jefe del Servicio de Inteligencia, un organismo de creación anterior al SIM, fue asesinado a tiros en su despacho en circunstancias que aún se ignoran, pero el caso apareció como un suicidio.

A Cobian Parra se le vinculó, al igual que al general Arturo Espaillat, alias Navajita, entre quienes ejecutaron el secuestro y posterior asesinato de Galíndez.

El cadáver del piloto Gerald Lester Murphy fue hallado en unos acantilados del mar Caribe, el 3 de diciembre de 1956, en un hecho que al principio quiso encubrirse como accidente de tránsito, aunque posteriormente la autopsia determinó que el cuerpo presentaba cuatro tiros de pistola.

El día de su desgracia, el norteamericano tenía previsto abandonar el país para contraer matrimonio en Estados Unidos.

Después del secuestro de Galíndez, Lester Murphy, piloto de la Compañía Dominicana de Aviación (CDA), viajó a La Habana, donde jugó casino en el hotel Copabana y desde allí voló a Miami, en donde adquirió un carro marca Oldmosbile por 2,350 dólares.

Esa y otras evidencias localizadas por el FBI consignan que Murphy recibió alrededor de 30 mil dólares como pago por su participación en el caso.

Debido a las presiones de familiares de la víctima y de congresistas norteamericanos, el gobierno de Eisenhower radicalizó las acusaciones contra Trujillo, quien reaccionó incriminando al piloto Octavio de la Maza de la muerte de Murphy, presentando el caso ante la prensa como “una riña”.

Para cerrar el caso y bloquear las investigaciones, la dictadura actuó con torpeza: ordenó la muerte de Octavio de la Maza en una cárcel del Palacio de la Policía Nacional, en un hecho que fue presentado a la opinión pública como un “suicidio, pues la víctima se ahorcó con un mosquitero encontrado en su celda”. (3)

Muertos todos los que de una manera u otra participaron en el secuestro y asesinato de Galíndez, Trujillo replicó los ataques de la prensa norteamericana.

No obstante, ni el propio Ramfis, amigo de Octavio, se creyó la farsa.

Cinco años después, el tirano pagaría caro la muerte del hermano de Antonio de la Maza, el más decidido de los conjurados que acabaron con su vida la noche del 30 de mayo de 1961.

Bibliografía:
Textos consultados
1) Trujillo, la trágica aventura del poder personal, páginas 267 y 349, Robert Crassweller.
2) Escritos de Galíndez, publicación del Archivo General de la Nación (AGN), páginas 45 y 87.
3) Trujillo, una dictadura sin ejemplo, Juan Bosch, páginas 140, 145 y 256.

Tomado de El Caribe.com.do
28 DE MAY 2011

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