Por Mark Weisbrot
Codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR).
La matanza de Osama bin Laden está siendo celebrada por los medios de comunicación y funcionarios del gobierno de Estados Unidos quienes la pintan como uno de los eventos más importantes desde el 11 de septiembre, 2001. Esto sin duda es positivo, si es que su muerte debilita a Al-Qaeda. Pero vale la pena darle una mirada sobria a la realidad detrás de las exageraciones.
Bin Laden, quien – como Saddam Husein y otros infames asesinos en masa – fue apoyado por el gobierno de Estados Unidos durante varios años antes de ponerse en su contra, cambió el mundo con el más destructivo acto de terrorismo jamás cometido en tierra estadounidense. Pero la razón por la cual pudo hacerlo tiene tanto que ver con la política externa de Estados Unidos en ese momento en particular, como con sus propias metas o estrategia.
La meta de Bin Laden no era, como piensan algunos, simplemente derrumbar al imperio estadounidense. Esa es una meta compartida por la mayoría del mundo, quienes (afortunadamente para nosotros) no usarían violencia terrorista para lograrlo. Su meta específica era de transformar la lucha entre Estados Unidos y las aspiraciones populares del mundo musulmán en una guerra contra Islam, o por lo menos crear la impresión para millones de personas de que esto es verdad. Si miramos al mundo 10 años después del ataque, podemos ver que tuvo bastante éxito en esa meta. Estados Unidos está ocupando a Afganistán e Irak, bombardeando a Pakistán y Libia, y amenazando a Irán – todos países musulmanes. A pesar de que Obama lo negó el domingo por la noche, a una gran parte del mundo musulmán les parece que Estados Unidos está efectivamente llevando a cabo una versión moderna de las cruzadas.
Esta situación, junto con el continuo apoyo de Estados Unidos a la ocupación israelí de Palestina, prácticamente asegura un constante suministro de nuevos reclutas para el tipo de organizaciones terroristas que bin Laden estaba organizando. En ese sentido, bin Laden fue exitoso.
Esto en verdad es sorprendente, considerando que inicialmente, como lo señalaron varios observadores, parecía que bin Laden había cometió un grave error táctico con los ataques del 11 de septiembre, ya que con eso perdió su base de operaciones en Afganistán – el único Estado islámico que por lo menos se solidarizaba con su organización. Pero después el presidente Bush decidió usar el 11 de septiembre como un pretexto para no sólo invadir a Afganistán, sino también a Irak – la combinación de estas dos guerras impulsaron a bin Laden y su movimiento a un nuevo nivel.
¿Será posible que bin Laden anticipara que la respuesta de Estados Unidos al 11 de septiembre fortalecería su movimiento, aún tomando en cuenta la pérdida de su base en Afganistán? Yo diría que es probable que sí. No era predecible que el presidente Bush necesariamente invadiría a Irak – aunque era una fuerte posibilidad – pero sí era previsible que el gobierno de Estados Unidos usaría el 11 de septiembre para crear una nueva justificación ideológica para sus intervenciones alrededor del mundo.
Durante la década previa a los ataques del 11 de septiembre, a Washington le hacía falta tal esquema ideológico. Por cuatro décadas hasta 1990, la supuesta “lucha contra el comunismo” justificó todo aspecto de la política extranjera de Estados Unidos, incluyendo el derrocamiento de líderes democráticos no comunistas en el hemisferio occidental (Guatemala, Chile, etc.), conflictos armados de grande escala como en Vietnam, y cientos de bases militares en todo el mundo. La Unión Soviética eventualmente colapsó, la guerra fría terminó, pero las bases militares y las intervenciones continuaron. Antes del 11 de septiembre, estas intervenciones militares tenían que ser improvisadas (por ejemplo, el “enemigo del mes” como en Panamá o la primera guerra con Irak). Pero esa no es una manera efectiva de movilizar a la opinión pública, y en general, los estadounidenses necesitan ser convencidos que su propia seguridad está en peligro antes de aceptar aventuras militares prolongadas.
La “guerra en contra del terror” fue precisamente lo que necesitaba la era después de la guerra fría, y sus entusiastas, como el ex-vicepresidente Dick Cheney, se dieron cuenta inmediatamente antes del comienzo de alguna guerra. Tan solo cinco días después de los ataques del 11 de septiembre, Cheney apareció en la televisión declarando que la guerra contra el terrorismo era “un proyecto de largo plazo,” el “tipo de trabajo que tardará años.”
No pudo haber tenido más razón, y con ataques de aviones robot matando civiles en Pakistán y generando más odio cada semana, se perpetúa un ciclo de violencia que puede continuar por muchos años más.
Por supuesto, esto no fue inevitable. Irónicamente, la matanza de bin Laden confirma lo que la izquierda ha sabido desde 2001: que la ocupación de Afganistán no era necesaria o justificada para perseguir a bin Laden. La matanza de bin Laden fue principalmente una operación de inteligencia – Estados Unidos no tuvo que invadir u ocupar a Pakistán para llevarla a cabo. Lo mismo hubiera sido verdad mientras seguía en Afganistán.
Y ahora que ha muerto, los llamados en Afganistán para que Estados Unidos se vaya ya se están intensificando; y también están aumentando en Estados Unidos.
Ya que bin Laden ahora está muerto, nunca sabremos qué pensaba cuando planeó los ataques del 11 de septiembre. Pero al ser un aliado de Washington durante la guerra fría, seguramente entendía cómo esos ataques seguramente crearían una “guerra en contra del terror” que fortalecería su movimiento. A pesar de ser criminalmente demente, bin Laden conocía bien a su enemigo.
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