Por Teódulo Antonio Mercedes
Ingeniero de Minas y Consultor Ambiental
La tragedia haitiana no puede ser una clarinada a la conciencia nacional para que asumamos su impacto ambiental, por medio de la compasividad que nos conduzca a la inactividad...
Los árboles nacionales en todo el territorio que cubre nuestra frontera están siendo sometidos a una desproporcionada y acelerada tala y quema nunca ejecutada en nuestra historia.
Dicho corte sin tregua, está siendo realizado por comerciantes haitianos que día y noche atraviesan nuestra frontera, con la complicidad de socios nacionales que ofrecen el apoyo logístico y crean las condiciones para que luego de la tala, dicha madera sea convertida en carbón, el cual cruza la frontera llevado por un equipo de hombres que de manera sigilosa y como hormigas lo trasladan al vecino país, donde en poco tiempo se comercializa y se distribuye en la devastada nación, carente de combustibles y de carburantes con que cocer sus pocos alimentos.
Algunas veces, el sigilo no es necesario y el demandado producto atraviesa sin cobertura, escoltado por la CESFRONT, bajo el pretexto de ser parte de la ayuda al pueblo necesitado de Haití.
El negocio del carbón vegetal en el Estado del oeste, no es producto del terremoto de magnitud 7.3 en la escala Richter, que impactó el vecino país el 12 de enero del presente año, tiene su origen, en los problemas energéticos que tiene la república de Haití, en sus tradiciones y costumbres, su precaria situación boscosa, así como en su bajo desarrollo económico y social.
La catástrofe de origen geotectónica, se ha convertido en un catalizador para el aumento de las demandas sin precedente de productos energéticos, por el colapso de las instituciones oficiales que imponían un control mínimo a esas actividades, al proporcionar por vías legales, cantidades mínimas de hidrocarburos.
Si analizamos las estadísticas de la isla de Santo Domingo, observamos que en 1925, ésta en su totalidad conservaba un 60% de su cobertura boscosa, con agua abundante y una agricultura no tribal, capaz de alimentar a la población. Sin embargo, a partir de ese año, en Haití se generó una voraz deforestación del país, lo que dio como resultado, que en 1950 sus bosques se habían reducido a un 25%; en 1987 había bajado a 10%, en 1994 a 4% y hoy, según los especialistas, el suelo boscoso está entre 1 y 3%.
El camino de la República Dominicana con relación a su foresta ha sido menos sinuoso, lo cual relata el antropólogo Jared Diamond en su libro “Colapso” (2005), donde ilustra el comportamiento del Estado post trujillista, donde con medidas apropiadas como: "mantener las fuentes de agua boscosas para poder afrontar las necesidades energéticas de la República, mediante la energía hidroeléctrica (construimos 20 presas), garantizar el agua para las necesidades domésticas e industriales, cerrar todos los aserraderos, declarar la tala ilegal un crimen contra la seguridad del Estado”, etc., permitieron que la conservación de nuestra foresta, se encuentre entre un 33 -43 %. Al mismo tiempo, nuestro consumo de combustible ha crecido a tal magnitud que hoy utilizamos 145,000 barriles de petróleos diarios, frente a 11,000 barriles diario, que necesitaba nuestro hermano país antes de la catástrofe, ambos con densidades poblacionales equivalentes.
Aunque el crecimiento de los precios del barril de petróleo de los últimos años actúa de manera desfavorable en ambas economía, en la haitiana, el impacto es mucho mayor.
En Haití, los precios de los hidrocarburos obligó a los hogares y pequeñas empresas que usaban gas o querosén para cocinar, a cambiarlos por carbón o leña, un golpe mortal para un territorio ya casi sin árboles. Con ayuda del Banco Mundial, se desarrollaban programas para introducir más y mejores cocinas a gas, para aliviar la presión sobre los árboles que dan leña y carbón, y poder preparar alimentos de manera más eficiente y limpia. Pero con los precios situados en torno a los 60 dólares por barril en los mercados internacionales del petróleo, "es muy difícil que la gente crea que el consumo de leña y sobre todo de carbón es más costoso”, explicaba un ex ministro de Medio Ambiente de Haití.
Con semejante situación energética, ¡antes del terremoto! , el deseo de progreso y desarrollo de la nación Dominicana debe estar acompañado con una política de Estado eficiente y clara, porque las razones de la pobreza extrema se encuentran en un manejo inadecuado del medio ambiente, siendo un país que por su situación de continuidad geográfica, un lugar ambientalmente vulnerable, por la presencia al oeste de un Estado deforestado.
¿Cómo podremos evitar la continuación de tala y quema de árboles en la frontera, donde quienes lo realizan en los dos países se encuentran en la extrema pobreza? Pero uno de ellos, al momento, no dispone de ningún tipo de combustibles, de gas o querosén. ¿Cómo controlaremos la ley económica de la oferta y la demanda, en un país que la demanda de carburantes en los momentos actuales se convierte en necesidad primaria de la especie? ¿Cuándo vamos a ponerle coto a los incendios forestales y a la tala sin reforestación? ¿Cuándo vamos a sembrar más árboles? ¿Cuándo vamos realmente a colocar a producir las tierras ociosas, aprovechando y protegiendo a nuestros recursos hídricos?
¿Qué política de Estado se elabora, cuando la invasión pacífica a territorio nacional es un hecho, lo cual presiona al aumento del consumo del carbón vegetal con los nuevos habitantes, pero de igual manera, la proliferación del conuquismo en nuestras enquistadas montañas? ¿Dicho combustible, acaso no ha estado en aumento, al margen del terremoto con los precios alcanzado en el país por el gas licuado?
La tragedia haitiana no puede ser una clarinada a la conciencia nacional para que asumamos su impacto ambiental, por medio de la compasividad que nos conduzca a la inactividad, o el pretexto de la búsqueda insaciables para nuevos préstamos internacionales, esta vez con la excusa de ser para el cuidado de la frontera terrestre, como se pretende, aérea, como se realizó, o médica, por las vacunas que serán necesarias.
En definitiva, la solución a la experiencia histórica de fracasos de Haití, se realizará cuando ellos asuman su propio destino impulsando una transformación eficaz que le permita a ese pueblo transformarse y desarrollarse.
Por el momento, la nación dominicana está en el deber de poner en ejecución planes ambientales apropiados que impidan que nuestros pueblos lleguen a los niveles del haitiano, dentro del marco de la ayuda y comprensión de la situación nacional e internacional.
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