miércoles, 10 de diciembre de 2014

UNA LEY PARA QUE DIOS EXISTA

Por Manuel Quiterio Cedeño

El planteamiento más concreto y preciso en el debate sobre la intención de obligar por ley a las mujeres a actuar en contra de sí mismas es el de Roberto Rodríguez Marchena, responsable de la comunicación gubernamental. Resumió su planteamiento en un código simple pero contundente:

1)“Ninguna ley puede obligar a una mujer embarazada a morir cuando gracias a la ciencia médica puede vivir”. 2) “Ninguna ley puede obligar a una mujer a parirle un hijo al delincuente que la violó”. 3) “Ninguna ley puede impedirle a un médico salvar, mantener viva, a una mujer embarazada que podría morir”.

Muchas veces he dicho que a nuestros fundamentalistas cristianos debíamos enviarlos a pasar una temporada en un país de predominante cultura religiosa musulmana donde el Corán es la ley. Aprenderían lo que significa vivir en un país en el que las ideas religiosas se imponen por ley.

Hace ya algunos años un amigo sacerdote, muy popular por sus comentarios en televisión, propuso la brillante idea de obligar a que las clases en las escuelas iniciaran con una oración cristiana. Le escribí una carta sobre esto que tiene actualidad ahora, que una parte de los cristianos católicos (porque esas ideas no representan a todos) quieren aplicar a toda la sociedad a través de una ley su visión sobre el inicio de la vida, algo que es cuestión de ciencia no de convicción dogmática religiosa.

La carta a que me refiero le decía a este sacerdote ejemplar, que seguro está en la morada celestial, que soy católico porque mis padres me educaron en esa creencia, hice intensa vida parroquial con un sacerdote admirable que acompañaba su prédica con sus hechos, me eduqué en un colegio De la Salle y en la universidad mi gran profesor fue un virtuoso sacerdote.

Estas circunstancias crearon bases cristianas tan sólidas que siquiera pudieron debilitar la vergonzosa complicidad de la mayoría de la jerarquía católica con los años represivos de Balaguer. También, han sobrevivido décadas de posiciones y prácticas de obispos y sacerdotes que han llenado de vergüenza el catolicismo.

La fe y la vida cristiana no se imponen con leyes. Las ordenanzas del Congreso no harán nunca la labor que corresponde a los cristianos y sus pastores. Lo que llenó la iglesia de mi barrio fue el ejemplo de nuestro párroco. Quisiera escuchar el griterío que provocaría una petición de los Testigos de Jehová para prohibir por ley las transfusiones de sangre, asunto que para ellos es mandato divino y prefieren morir antes que hacerlo. Mientras, soy de los católicos que creen que “Ninguna ley puede obligar a una mujer embarazada a morir cuando gracias a la ciencia médica puede vivir”. Respeto a quienes creen otra cosa.

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