miércoles, 1 de mayo de 2013

ENTRE USTED Y YO

NO HAY INDIOS, PERO SÍ MULATOS
Por Rafael Calderón


NEW YORK. Es tiempo ya de eliminar del vocabulario dominicano la socorrida, despectiva y peyorativa expresión “aquí ya no hay indios”, con la que supuestamente se advierte a los timadores que no tienen margen para engañar, pero que a tono con lo que ocurre en el país sólo constituye un soberano e inmerecido menosprecio a la parte más noble de nuestra mezcla racial.

Mire, si Usted compara la entrega del oro criollo a la Barrick Gold con el negocio del cambio del vil metal por espejos que hicieron los indígenas de inmediato caerá en cuenta de que es injusto continuar despreciando a nuestros ancestros. Un análisis desprejuiciado no deja duda para afirmar que para los pobladores de la isla cambiar oro por espejos, 520 años atrás, fue mucho mejor negocio que el realizado por Leonel Fernández con la Barrick en pleno siglo XXI.

Veamos: para los indios el oro era simplemente piedrecitas brillantes que los ríos arrastraban y que cualquiera que quisiera podía recoger y amontonar por montones, acepte el pleonasmo. En cambio, los espejos constituían una novedad en la cual podían ver reflejados sus rostros con toda claridad. En esencia, los indios cambiaron algo que recogían del suelo por algo que ellos no tenían los conocimientos ni los recursos para fabricar, un mágico artilugio que les permitía conocer al detalle sus facciones y verse como les veían los demás.

En realidad, los espejos eran fabulosos y todavía lo son para acicalarse con precisión, aprobarse y lucir bien. La apariencia siempre ha sido el bien más preciado por la sociedad que rinde culto a la cosmética y al realce de la belleza. Cualquiera paga lo que sea por algo que lo ayude a mejorar su apariencia, siempre ha sido así. Si los espejos en estos tiempos son imprescindibles para la aprobación personal de la belleza - nadie le paga a un estilista sin valorar su trabajo frente a un espejo- no hay que ser un sabio para imaginar el impacto que causó su primera aparición por los predios quisqueyanos.

En rigor, cinco siglos atrás los espejos llegaron para ponerle valor a un oro que para los indios tenía poco o ninguno, así que ni rechistaron cuando los españoles le propusieron el cambalache. Pero ahora el asunto es al revés, el oro ha alcanzado precios fabulosos y ha sido el respaldo de las monedas y la economía de los países. Así que darlo bajo contrato a cambio de que la República Dominicana reciba tres de cada 100 pesos que se gane la Barrick no sólo es un mal negocio, un peor negocio por mucho del que hicieron los indios (si se insiste en sostener que éstos no negociaron bien), es un robo al pueblo. Leonel estaba tan claro con lo que estaba haciendo que ordenó a sus legisladores que aprobaran sin leer el contrato para no arriesgarse a que la Barrick tuviera que invertir más en el proceso de su aprobación en el congreso.

Los indios se limitaron a cambiar el oro que tenían a mano. Leonel, en cambio, entregó a largo plazo para explotación un vasto territorio que terminará devastado, asolado, destruido, con sus ríos contaminados y un medioambiente impropio para vivir. Por recibir tres pesos de cada cien, de entrada Leonel puso en juego la salud de los habitantes de Cotuí y su integridad como pueblo, pues de quedarse allí terminarán diezmados como la fauna y flora de la región.

Si bien es cierto que no hay indios en el país porque fueron exterminados por los españoles, es abusivo el uso despectivo y discriminatorio que se le da a la expresión que cuestiono. Haríamos algo de justicia si al menos la reformulamos para que en lo adelante se repita así: “aquí no hay indios, pero sí mulatos”, de muy mala fe y mayor ambición que no dudaron para regalar el oro a la Barrick a cambio de favores personales ni para hipotecar el país que aspiran a terminar vendiendo a precio de vaca muerta, si el pueblo no logra ponerles freno.

Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones, y se apiade de la República Dominicana.

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