Por Melvin Mañón
Siendo Monte Plata, Guerra e Higüey los más recientes episodios de protestas, huelgas, reclamos y movilizaciones populares, vale la pena analizar su significado para confrontar la realidad sobre el terreno con el discurso y el accionar de todos los actores relevantes.
1ro.- Durante los últimos años, el país real se ha mantenido clamando por sus derechos y protestando por la inseguridad, el desempleo, la inflación y las malas condiciones de calles, caminos, hospitales, acueductos así como por la ausencia de servicios públicos de calidad. Puede decirse que casi todos los días una o varias comunidades protestan contra el gobierno. Sin embargo, los dirigentes políticos no se han vinculado a esas protestas, no se han asociado con ellas, no las han representado, no han comparecido junto al pueblo y ha quedado la impresión, de que no las consideraban importantes, ni suficientemente “dignas” o merecedoras de su atención porque, según la creencia o visión prevaleciente ninguna de esas protestas contenía ni expresaba un contenido político explícito.
2do.- Durante el mismo periodo, grupos de jóvenes, dirigentes políticos y un sector pequeño de las clases medias se ha manifestado protestando, desfilando con pancartas o participando en eventos bajo techo pidiendo enjuiciar a los culpables de corrupción, respetar la Constitución, destituir jueces corruptos, corregir abusos y validar uno que otro reclamo como la integridad de Loma Miranda. En casi todos estos actos han estado presentes los principales dirigentes políticos de oposición a pesar de que, en ningún caso ha sido un partido ni sus dirigentes quienes lanzaron la convocatoria.
Ambas formas de protesta son legítimas, una muy “plebeya” con presencia habitual de tigueraje y la otra más formal, de clase media, explícitamente política. La ocurrencia de estas últimas ha estado limitada a periodos o ciclos en consonancia con el accionar del gobierno en ciertas áreas legislativas, judiciales o impositivas. Las protestas populares, paros, huelgas, reclamos y demás no han cesado. La participación de la gente ha sido naturalmente mayor y más activa en estas protestas a medida y en proporción al empobrecimiento causado por las desastrosas políticas del gobierno. Es decir, el país pobre no ha dejado de protestar y manifestarse contra el gobierno y sus políticas mientras el país más o menos educado no se ha dignado reconocer en esas protestas la verdadera naturaleza del momento político. Esta es una de las razones por las cuales las protestas, reclamos y paros barriales no han sido formalmente reconocidas como parte y expresión del descontento general del país con el gobierno.
Lo más curioso, por no decir extraordinario es que, ni la gente de los barrios ha querido politizar sus protestas ni los partidos políticos han querido verse asociados con las mismas y cada uno ha tenido sus buenas razones. Las protestas que durante años se han producido en demanda de calles, agua, electricidad, limpieza, drenaje de aguas negras o en rechazo de alguna fuente de contaminación, abuso privado o público, ola criminal etc. generalmente son polvorientas, desorganizadas, con frecuencia ruidosas, a veces violentas con pedreas, gomas incendiadas etc. Los protagonistas son invariablemente gente muy pobre que exhiben no solamente su pobreza sino también su desamparo, su abandono, su frustración y por eso mismo, su ira. Asociarse públicamente con esa situación nos han dicho reiteradamente que “no es políticamente correcto”, que “no es civilizado” y que daña la imagen de quien lo promueve, protagoniza o apoya y tengo que declarar con enojo en el alma, que los partidos políticos dominicanos y la inmensa mayoría de sus dirigentes se lo han creído y peor aun, ni siquiera se han preguntado quien lo dijo, por qué lo dijo, buscando qué lo dijo y para beneficiar a quién lo dijo.
Por su parte, la gente de las comunidades, con igual frecuencia ha vivido con la creencia de que si traen a los partidos políticos a bordo dificultan la solución de los males cuyo reclamo enarbolan porque, la misma gente que nos dijo que era políticamente incorrecto apoyar ese “desorden” también le dijo a los otros que no debían politizar los reclamos si querían que los mismos fueran resueltos. Una cantidad enorme de asociaciones y organizaciones de barrio, parajes y comunidades afirman en privado y en público que sus protestas no tienen nada que ver con ningún partido, que sus reclamos son bien intencionados y que no quieren a nadie sacándole provecho a sus actividades y sus esfuerzos, es decir, justamente lo que sus adversarios quieren, lo que más les conviene y acomoda. De este modo, las luchas populares nacen y mueren huérfanas de apoyo político con el entusiasta concurso de partidos y organizaciones, no pueden alcanzar la dimensión nacional que merecen, no se incorporan a la agenda política nacional sino a la barrial y el grueso del país no se las toma en serio porque nacen aisladas y mueren aisladas. Ni piden visa para acceder a un nivel o categoría más alta ni ese nivel más alto se la ofrece.
El hecho de que los partido no apoyaran las protestas barriales tuvo un origen en tiempo y espacio y tuvo fuerzas que impulsaron esa posición cuya identidad y finalidad no ha sido establecida. Por otra parte, el rechazo de la gente en esas protestas a la participación política de partidos también tuvo su origen y momento. Pero por el momento y en aras del sentido práctico y la coyuntura que vive el país vamos a prescindir y posponer esas dos explicaciones y centrarnos en lo que anuncia y promete el título de este trabajo.
Los dominicanos están en presencia de un partido y de un gobierno corporativo y han demostrado que se atreven a hacer contra nosotros todo aquello que esos mismos dominicanos no seamos capaces de impedirle. En esa situación sin levantar el país, sin ganar las calles, sin movilizar a la gente y sin producir una serie de paros nacionales ni las protestas educadas ni las protestas plebeyas bastan por si solas. Ambas han sufrido las consecuencias de la exclusión que las debilita y disminuye. Si no es por amor a los pobres, que sea por conveniencia. Las clases medias pautan el modelo, pero es la fuerza concurrente del pueblo la que permite imponerlo y ojo, una muy importante aclaración.
Cuando un partido, dirigente, candidato o figura pública influyente decide apoyar a ese pueblo, el discurso no es llamar al gobierno a que tome cartas en el asunto ni a que rectifique. Excúsenme, el discurso es llamar a ese pueblo, equiparlo, prepararlo, orientarlo y dirigirlo para que sea capaz de levantarse, sacudirse y OBLIGAR a ese gobierno a cumplir con sus obligaciones o a quitarse del medio. No es por amor, vocación ni responsabilidad que cumplirán es cuando se les demuestre que no hay gobernabilidad si no cumplen con los reclamos. Todo lo demás es redundante. Mientras tanto, ese partido y ese gobierno quieren que en lugar de esta lucha y en sustitución de esa visión salgamos a perseguir haitianos.
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