Por SEGUNDO IMBERT BRUGAL
Sin proponérmelo, como quien da un paseo y no puede evitar los detalles del paisaje, he podido percatarme que la desidia y el acomodo prevalecen en nuestra sociedad, y que se parecen, pero no son iguales.
Sobre la desidia leí: “siendo la problemática que nos rodea demasiado pesada como para que nuestras buenas actitudes puedan atenderlas y/o modificarlas, nos defendemos con la pasividad y el desinterés”. O sea, que abandonamos y nos damos por vencidos.
Este virar la cara embargados de impotencia ante una realidad social que consideramos incontrolable, superior a nuestras fuerzas – y a nuestra democracia – prevalece hoy en la ciudadanía. Atrapada por un imperio político que actúa por encima de la ley y de las instituciones, opta por dejarlo hacer y decide ocuparse de “lo suyo”.
Racionalizan que la cosa pudiera ser peor; que otros fueron más malos; que a éstos nadie les gana; que el de ahora roba menos. Justifican la desidia y la indiferencia dejándole “cancha libre” a esa horda política que gobierna decidida a lo que sea para perpetuarse en el poder. La dejadez es ese regalo valioso que procuran y agradecen los poderes desenfrenados.
Una parte importante de la clase empresarial practica el acomodo, transige. Ellos han prosperado en sus lícitos y bien trabajados negocios al amparo del PLD, que les viene brindando equilibrio macro-económico y un ambiente financiero propicio. Entendible, puesto que si los negocios van bien, el mundo debe de ser maravilloso, y los problemas pocos. Este segmento de la sociedad contemporiza de espaldas a los desmanes y a los desfalcos; la indiferencia les conviene y están dispuestos a “dejar hacer” mientras sigan beneficiándose. Este fenómeno no es un estreno dominicano, es universal y harto descrito desde que el hombre existe.
Pero es en la tolerancia “donde la puerca torció el rabo”. Defendiendo el producto de un trabajo hecho en buena lid, tienen que tolerar y apoyar a los que roban el dinero público. Al promoverlos, negligentes, acomodados al desastre institucional que al parecer les sirve, necesariamente se convierten en cómplices. Pero no lo ven así, pues en los buenos negocios no hay pecados ni pecadores, como en los banquetes no hay hambre ni hambrientos.
Revisando la historia universal, son innumerables los momentos donde la desidia de la población y la indiferencia acomodaticia de la oligarquía coinciden sin proponérselo en mantener el estatus político. Basta leerse unas cuantas páginas para comprobar que casi siempre el resultado de esta mutual es una conmoción social en la que todos salen mal parados: unos ensangrentados y acentuando sus miserias, y los otros perdiendo el fruto de una vida de trabajo a bordo de algún avión. Ahí está Cuba, y ahora Venezuela.
Unos venían de bailar en el Tropicana, y otros de bañarse con petróleo en clubes exclusivos de Caracas. Me pregunto si acaso seremos nosotros los próximos en aguantar la cajeta revolucionaria y en ver a nuestros ricos viajando “one way” a la Florida. Quizás esté exagerando…
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