¿QUIÉN ME HA ROBADO EL MES DE ABRIL?
Por Andrés L. Mateo
Soy un cronista y piso la ciudad erizada de rabias
Entre el clamor de los muchachos tiznados camino casi aturdido por el vocerío. Soy casi viejo, y he andado en silencio por el “Parque La lira”, o frente al “Altar de la Patria” alegrándome de cada cosa con minucioso amor. No en vano escribo esta crónica, mi generación, la de los años sesenta del siglo pasado, primero se aturdió en el heroísmo, y después en la derrota. Estoy en medio de las protestas sociales que están sacudiendo el país dominicano dentro y fuera de sus fronteras, y mientras leo sonreído las pancartas que levantan los jóvenes con sus brazos fornidos, pienso que ellos sostienen la suerte de nuestro país, y que entre su generación y la mía se registra una continuidad secreta. ¡Son los jóvenes! ¡Se han levantado! ¡Hablan con voz consternada, y gritan exigiendo culpables!
¿Qué significa toda esta juventud revuelta contra el mal gobierno, el robo descarado de la riqueza social y la indolencia?
Ellos son el testimonio vivo, el rayo bramando en el horizonte, la decepción y la luz de los soñadores que reaccionan contra ese perfil de miseria material y moral en que nos han hundido quienes nos han gobernado. ¿Acaso no es ese rumor atareado la ruinosa esfinge del desamparo y la desolación? ¿Acaso un gobernante puede condenar a más de una generación al sufrimiento y la incertidumbre, a las privaciones, únicamente para satisfacer su megalomanía enfermiza y su ambición; y no pasa nada, y la tenue voz insaciable de un pueblo pidiendo justicia no ser correspondida? ¿Es justo que para que unos pocos desfalcadores del erario vivan mejor se castre todo futuro de bienestar de los jóvenes? ¿Quién, coño, les ha robado el mes de abril?, como dice el poeta Joaquín Sabina.
Soy un cronista y piso la ciudad erizada de rabias. Hasta el silencio es hostil, pero me enternecen los jóvenes blandiendo sus puñitos rosados contra el viento (creo que hablando de mí mismo alguna vez escribí algo así). ¡Oh, Dios! Las ciudades son un mito del liberalismo, que imaginó sustituir la tradición por la modernización, la artesanía por la industria, el saber científico por la superchería, y al campo por las urbes atravesadas de luces de neón. Pero ocurre que, en ciudades como la nuestra, aunque el centro ya no está en el pasado, el pasado no se ha ido. Cincuenta y un años después de la muerte de Trujillo, Leonel Fernández inventó un determinismo que liga el destino del país a sus pasiones, y puso la riqueza social al servicio de la reproducción de sí mismo, y la única cosa que tenía importancia para él era el poder.
Por eso nos desguañangó, por eso su irresponsabilidad fiscal hipotecó el destino de esos jóvenes que ahora interrogan con furia al porvenir, por eso prohijó una corporación económica empinada sobre la corrupción, y zurció todo su narcisismo mirándose eternamente en el espejo del despilfarro, como si él fuera un gobernante de una nación rica y poderosa. Y por eso, les “ha robado el mes de abril”, a esos jóvenes que ahora blasfeman del universo, y despliegan sus ímpetus indagando la realidad.
Soy un cronista, carezco del comercio de la palabra y me emociono. Pero no dudo un instante en sumarme a ese grito estentóreo de la juventud dominicana contra las formas idolátricas del dispendio. ¡Se necesita no tener corazón, o ser el irresponsable más descomunal de la historia, para capitanear la locura del gasto y la corrupción que ha significado éste déficit! ¡Pero ahí están ellos, los jóvenes, que han decidido no dejarse arrebatar el mes de abril! Los rasgos afilados, rostros adustos, risas hirientes o furiosa canción, sus imágenes resplandecientes auguran que ya no será tan fácil burlarse de un pobre país “pateado en las caderas”, como dijo Pedro Mir alguna vez. ¡Ahí están ellos, cara a cara frente a la hipocresía, abonando el camino, marcando la orientación social para el cambio! ¡Hablan con voz consternada y gritan exigiendo culpables! ¡Es la juventud!
¡Oh, Dios! ¿Es que alguien podría detenerlos? hoy.com.do
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